Consecuencias económicas del bloqueo político
El impasse que caracteriza la política española desde hace cuatro años ha tenido múltiples consecuencias para la economía, algunas ya palpables y otras, las más preocupantes, que plantean serios riesgos de cara al futuro. Entre las primeras, destaca un clima de creciente incertidumbre, que se traslada al consumo y la inversión.
A corto plazo
Los hogares se inclinan por la cautela a la hora de gastar y prefieren aumentar su ahorro, de modo a enfrentar una posible recesión en mejores condiciones. La tasa de ahorro ha aumentado en tres puntos hasta el 8%, lo que significa una merma en el consumo privado que se puede estimar en cerca de 25.000 millones de euros. Otro síntoma de un deterioro de las expectativas: el índice de confianza del consumidor ha descendido desde el inicio del año, mientras que el salario medio aumentaba un 2% y la renta real de los hogares avanzaba incluso más.
Las empresas también se muestran reticentes a incrementar sus inversiones. La compra de bienes de equipo apenas aumenta y los indicadores apuntan a una posible contracción durante el tramo final del año. Una tendencia que sin duda refleja el clima de incertidumbre, y no la situación financiera del sector privado. Esta sigue en máximos, fruto del intenso desendeudamiento registrado durante la última década, del encadenamiento de fuertes excedentes empresariales y del favorable posicionamiento competitivo de buena parte del tejido productivo. Los casi nulos tipos de interés no bastan para animar la demanda de crédito ni la inversión, todo por el contexto global recesivo y las incertidumbres internas.
La inversión directa extranjera también registra un frenazo. Hasta julio, apenas entraron 1.400 millones, es decir un 3% del volumen invertido durante el mismo periodo del año pasado.
Otra consecuencia ya evidente es el estrecho margen de reacción ante la desaceleración mundial. La economía española goza de un impulso expansivo propio que le permite crecer por encima de la media europea. No obstante, el total de pasivos externos, por un valor cercano al 80% del PIB, la hace relativamente vulnerable a posibles accidentes de mercado, un inesperado recrudecimiento del proteccionismo o un Brexit sin acuerdo.
A medio plazo
Mirando más allá del corto plazo, una consecuencia de la ausencia de un gobierno estable en los últimos tiempos es el parón de reformas, que plantea graves desafíos para el futuro de la economía española. Entre las reformas pendientes destaca la laboral, para atajar el paro de larga duración y la elevada precariedad de muchos de los empleos creados, algo que genera desigualdades a la vez que lastra la productividad e impide el aprovechamiento de las nuevas tecnologías.
Tenemos un sistema de pensiones desequilibrado, por no generar suficientes recursos para cubrir las prestaciones de una población que envejece a gran velocidad, algo que no solo contribuye a cronificar el déficit público, sino que además limita la disponibilidad de recursos para la inversión pública en capital humano, economía verde, tecnología digital e inteligencia artificial, las claves del futuro económico.
También se necesitan reformas para que el modelo energético se adapte a las necesidades de la lucha contra el cambio climático y que la electricidad no siga siendo una de las más caras de Europa, penalizando la competitividad y generando pobreza energética.
Una racionalización de la fiscalidad es alevosa, empezando por la reconsideración del complejo entramado de exenciones fiscales –para la contratación indefinida, el gasto en investigación y desarrollo, la compra de determinados bienes y servicios de consumo, etc. Estas desgravaciones erosionan la recaudación, especialmente en materia de impuesto de sociedades, distorsionan la competencia sin que aparentemente cumplan con sus objetivos.
Por no hablar de las carencias del sistema educativo, que se plasman en una de las tasas de abandono escolar más altas de Europa, problemas de adecuación entre los estudios y las oportunidades de empleo para los jóvenes, y un rendimiento desigual de la formación superior.
A largo plazo
Con el impasse político también se ha perdido la costumbre de discrepar de manera constructiva, un ingrediente crucial para encontrar soluciones a problemas complejos. El bloqueo provoca un alejamiento del debate político con respecto a los temas que verdad cuentan para la vida de la gente, tanto en general como en el ámbito económico. Y, de producirse, el debate tiende a caracterizase por posiciones excesivamente simplificadas y polarizadas, que impiden un intercambio en profundidad y la formulación de propuestas concretas. La falta de debate de fondo ha sido patente por ejemplo en torno a la cuestión del salario mínimo interprofesional, la fiscalidad de la economía de plataforma o la financiación de las autonomías.
Una consecuencia inevitable de todo lo anterior es que el país carece de una visión estratégica del futuro de su economía. Algo problemático teniendo en cuenta que la revolución tecnológica en marcha, por su carácter disruptivo, requiere de cambios normativos e institucionales profundos, de modo que se traduzca en crecimiento socialmente inclusivo y respetuoso del medio ambiente. Esto implica cambios fundamentales en el diseño del estado de bienestar y de su financiación, la política de competencia, la normativa laboral y el sistema educativo, por tomar solo algunos de los ejemplos más relevantes. Es por ello que algunas democracias avanzadas como Alemania, gracias a su nueva estrategia industrial o Japón, con el lanzamiento de la Sociedad 5.0, han empezado a articular sus políticas en torno a estrategias pensando en el medio y largo plazo. Naturalmente nada de eso es posible con presupuestos prorrogados y gobiernos efímeros.
En definitiva, el bloqueo agudiza la tendencia al cortoplacismo inherente a cualquier democracia y empobrece el debate económico, que con frecuencia se presenta ante los medios de manera caricatural. El resultado es una falta de visión estratégica que sustente la política económica y cuente con un amplio apoyo social.