Del egosistema al ecosistema, de la linealidad a la circularidad
Las nuevas dinámicas de intercambio que se producen en una sociedad y una economía post-industrial reubican el rol de la universidad cuando es el conocimiento lo que se produce e intercambia. De la clásica visión egocéntrica cuando la universidad se atribuía el poder hegemónico en la producción y la transferencia de conocimiento, transitamos hacia una visión ecosistémica en la que la centralidad o el protagonismo de la universidad ya no reside en la capacidad exclusiva de generar conocimiento. También tienen otra capacidad, primordial y compleja: conectar unos nodos que también atesoran conocimiento y que están inmersos y distribuidos en unos ecosistemas multiactor, donde el fruto de la conexión no es otro que es obtener nuevas soluciones que incrementen el bienestar general y el desarrollo sostenible. Hablamos de ecosistemas innovadores.
El mayor de los cambios que debe realizarse es cultural. Una nueva cultura universitaria que acepta que el poder tractor del bienestar es compartido, que identifica, reconoce y acepta el resto de fuentes de conocimiento y que interactúa con ellas con la única misión de que la sociedad progrese.
Y es precisamente en torno al término “innovación”, donde se producen las dinámicas de intercambio de conocimiento que deben existir entre los diferentes actores de la llamada cuádruple hélice (administración pública, universidades y centros de investigación, empresas y sociedad civil); una hélice que se vuelve quíntuple cuando añadimos el entorno. Bajo esta concepción sistémica y dinámica de intercambio y aplicación de conocimiento, los procesos innovadores son los que ocupan la posición central, y la innovación la respuesta, en forma de aplicación efectiva de este conocimiento y en favor de un mayor progreso económico y social.
Liderazgo universitario
En este escenario, donde en el avance de un saber poliédrico la linealidad se convierte en circularidad, los cambios tecnológicos, económicos y sociales alteran y transforman las dinámicas de convivencia, exigiendo a las universidades que ejerzan el liderazgo que les corresponde. Y les corresponde ya que ocupan una posición privilegiada, que no única, no sólo en la generación y transmisión de conocimiento sino también en la capacidad de convertirse en agente conector y catalizador del propio conocimiento. Agente conector siempre que el resto de actores le reconozcan la racionalidad y la fundamentación empírica de su actuación. Y agente catalizador en la medida que el mencionado reconocimiento le otorga capacidad de promover y acelerar las conexiones entre estos nodos.
Llegados a este punto, donde los procesos de cambio se convierten en una constante y donde atribuimos a la innovación la capacidad de convertir los mismos en progreso, la universidad debe estar atenta a la propia transformación de los procesos innovadores que descartan dinámicas lineales y adoptan circulares y reiterativas, que reemplazan visiones egocéntricas e individualistas por otras abiertas y colaborativas. Procesos que transitan de aproximaciones predominantemente tecnológicas hacia aproximaciones sistémicas orientadas a la resolución de retos complejos y globales como los procesos de digitalización, el cambio climático, los movimientos migratorios, o la desigualdad.
En definitiva, este cambio de paradigma hacia una innovación abierta, colaborativa, responsable, emprendedora y sistémica redefine el papel que debe ejercer la universidad. Y si efectivamente el rol de las universidades es el de conectar puntos, o nodos de conocimiento, resulta imprescindible estar perfectamente vinculada, local e internacionalmente, con el resto de habitantes del ecosistema. A la vez que institucionalmente deberá dotarse de mayor autonomía, organización interdisciplinaria con estructuras que fomenten la colaboración y debate con el resto de agentes del ecosistema.
Pero más allá de estos aspectos y transiciones, el mayor de los cambios que debe realizarse es el cambio cultural. Una nueva cultura universitaria que acepta que el poder tractor del bienestar es compartido, que identifica, reconoce y acepta el resto de fuentes de conocimiento y que interactúa con ellas con la única misión de que la sociedad progrese.
Y para acabar, si a la hora de generar opinión pública hablamos de cultura en la era de una posverdad donde los hechos influyen menos que las llamadas a la emoción y a las creencias, la universidad adquiere una nueva centralidad. Precisamente porque su cultura está fundamentada en la razón y sometida a un debate abierto y público. Busca la evidencia científica pero al mismo tiempo sea creativa e innovadora. Promueve la convergencia de disciplinas para dar respuesta a los retos actuales y futuros de nuestra sociedad. En definitiva, una cultura que sea tan crítica como científica, tan creativa como contemporánea.