Expertos para una crisis sin precedentes
La crisis del coronavirus, por su complejidad y su cinética, ha puesto el mundo patas arriba y ha dejado fuera de juego a muchos gobiernos y administraciones. Es absolutamente cierto que la dimensión global de la crisis ha hecho dependientes de recursos y soluciones externas a las administraciones más potentes y eficientes del mundo que, pese a serlo, arrastraban aún demasiadas maletas con máquinas de escribir negándose a reconocer que la última revolución ya les había sacado del tablero.
Los líderes políticos, después de mirar hacia los dos lados de la mesa de sus consejos de ministros, han decidido mirar hacia abajo, en el zaguán de los expertos de la administración
Efectivamente, una administración que llega cojeando a la línea de salida de la maratón del mayor cambio de paradigma de nuestro tiempo, mal podía enfrentarse en solitario a la crisálida de bretes que supone la COVID 19. En realidad, la llamada generalizada a los expertos que se ha dado en todo el mundo no puede entenderse descontextualizada de esta impotencia estructural de las administraciones ni tampoco de la necesidad de provocar un pequeño seísmo en su gobernanza que vislumbre optimismo frente a la próxima pandemia, tenga la forma que tenga.
Las razones por las cuales el sistema de partidos dificulta infinitamente la selección de gobiernos en base a la capacidad profesional es un tema bien teorizado. Esto no es contradictorio con el hecho de que haya grandes profesionales de la política que asumen esa labor ni con el mérito de los ciudadanos que asumen, por compromiso, el coste incalculable de ostentar responsabilidades públicas en estos tiempos. El problema es que la pandemia ha hecho saltar las costuras de los gobiernos conformados para el “business as usual”.
Los líderes políticos, después de mirar hacia los dos lados de la mesa de sus consejos de ministros, han decidido mirar hacia abajo, en el zaguán de los expertos de la administración. Llámese Pablo Simón o Dr. Anthony Fauci, su homólogo en los EE. UU. El protagonismo sin precedentes de técnicos y científicos solo se explica por la falta de capacidad técnica de muchos responsables políticos en el ámbito sanitario y en la necesidad de compartir responsabilidades y tirar balones fuera. Hay que decirlo alto y claro: el Rey está desnudo, aunque no sepamos en qué país.
Catalunya 2022 tiene el atrevimiento requerido de buscar y apostar entre la plétora de posibilidades que se darán el día después
La Administración no está, ni se la espera, entre los que tienen capacidad para analizar y resolver problemas poliédricos globalizados, máxime si éstos evolucionan a la velocidad de Internet. La capacidad está en empresas privadas y en las universidades de élite. Esto se constata con una mera enumeración de las entidades que tienen capacidad de dar las respuestas que necesitamos: una vacuna, un respirador, plasma sanguíneo o una aplicación rastreadora. Oxford University, Grífols o Google.
En el medio y largo plazo esta encrucijada requiere tomarse en serio la colaboración público-privada para co-crear soluciones y ser eficaz en el uso del Estado regulador por mor de garantizar un acceso ecuánime a estas soluciones.
En el corto y medio plazo, sin embargo, como por tiempos y por incapacidad técnica general estas colaboraciones con los entes privados que tienen o encontrarán las respuestas no se pueden improvisar, se ha optado por el atajo: pedir colaboración a los expertos que conviven en esta frontera del conocimiento. Por lo explicado, no es sorprendente que muchos países hayan optado por acudir a los expertos que por sus antecedentes y presente están posicionados -o conectados- allí donde se vislumbra el futuro. A título ilustrativo: el Estado de Nueva York -que no la administración Trump-, España, Francia, Italia y Nueva Zelanda, entre mucho otros. La respuesta de Catalunya ha sido el denominado grupo Catalunya 2022.
Catalunya 2022 tiene la virtud de no intentar dar soluciones a corto plazo. Las soluciones a corto plazo solamente pueden darse con un conocimiento minucioso de las capacidades de la Administración que difícilmente pueden tener expertos provenientes del mundo privado o de universidades americanas. Catalunya 2022 tiene el atrevimiento requerido de buscar y apostar entre la plétora de posibilidades que se darán el día después. Tiene también la arrogancia de la modestia: Catalunya no se puede permitir todas las apuestas, ¡hay que elegir!, aunque con ello esté asegurado el aluvión de críticas de los adictos al café para todos.
Catalunya 2022 también entiende que la problemática es y será poliédrica y que, por ello, los tentáculos de los expertos que lo confirman tienen que estar en muchas fronteras del conocimiento y realidades. Por lo dicho es un error conceptual conformar un grupo de expertos marcadamente sesgado como, por ejemplo, ha hecho La Moncloa reuniendo a 100 economistas, aunque muchos de ellos sean de reconocido prestigio. Catalunya 2022 son 15 mujeres y 15 hombres que presentan una foto bastante parecida al mundo que crea y necesita soluciones. Tiene también una metodología de trabajo en red que llega a más de 400 expertos y voluntarios sin perderse en ineficiencias.
Finalmente, teniendo en cuenta que el coste de hacer apuestas estructurales debe hacerse pensando en generaciones y no en elecciones, Catalunya 2022 es un grupo de expertos independiente. Las apuestas estructurales de país, aunque beneficien al conjunto de la sociedad, dan una apariencia de marginación a sectores en el corto plazo y, a la sazón, requieren reconversiones individuales y colectivas que cuesta explicar y más aún asumir.
Así, como su propio nombre indica, será un gobierno distinto al mandante el que reciba las apuestas. Por lo demás, el funcionamiento es auto gestionado y autónomo y el carácter voluntario de sus componentes, su perfil profesional y su independencia económica asegura que la independencia esté personalmente garantizada.
Quedan por resolver dos grandes incógnitas: como acogerán los gobiernos de todo el mundo, también el de Catalunya, estas apuestas que miran al futuro y que pueden pecar de acceso de optimismo y ambición, y si los gobiernos y las administraciones promoverán esta metodología de trabajo más allá de la crisis. El potencial de la inteligencia colectiva es enorme pero puede provocar indigestiones.