Tarraco necesita un Cèsar
“Quina merda més grossa!” Lo decía una pintada que apareció en las gradas del circo romano de Tarragona mientras se hacían obras. Había llegado un dinero, cerca de 200.000 euros, a través del 1,5% Cultural del ministerio de Fomento y el Ayuntamiento, propietario del monumento, encargó un proyecto para “recuperar” el tramo de las gradas del circo en la Plaça dels Sedassos. La propuesta consistió en cubrir las gradas con una cuestionada estructura de hierro, recubierta después con madera, con el objetivo de poder utilizar de nuevo las gradas en acontecimientos que se hicieran en la plaza.
El proyecto, financiado por el Estado y supervisado por el arquitecto municipal, había obtenido el visto bueno de la comisión de Patrimoni (Generalitat), pero con el inicio de las obras, en el año 2017, empezó la lluvia de críticas. La tormenta. Numerosos y reconocidos arqueólogos de la ciudad y la Reial Societat Arqueològica de Tarragona pusieron el grito en el cielo. Tildaron la intervención de “desmesurada y empobrecedora”, de no estar en sintonía con las actuaciones que se han ido haciendo en otros tramos del mismo monumento. Mantienen todavía hoy que la intervención desprecia las cartas internacionales de restauración.
La pintada fue borrada rapidísimamente y las obras siguieron adelante hasta que la concejal de Patrimonio del momento, las dio por terminadas -con foto promocional incluida- en junio del 2018. Pero un año y medio más tarde, una valla provisional de hierro sigue rodeando las gradas. La madera que las cubre ya necesita barniz y las barandillas de hierro empiezan a oxidarse y las gradas todavía no se han abierto al público.
Difícil gestión patrimonial
El caso evidencia la complejidad que supone gestionar el inmenso legado de Tarraco. ¿Era necesaria esta intervención? ¿Era una prioridad para el degradado patrimonio de la ciudad? ¿La propuesta no merecía un mínimo debate entre especialistas? En un contexto donde las inversiones en patrimonio -especialmente si deben venir de las también degradadas arcas municipales- se digieren en cuentagotas, los responsables políticos del Ayuntamiento decidieron no desperdiciar el dinero que venía del ministerio. Para ellos, ha sido una propuesta “atrevida e innovadora”, aunque nadie la reclamaba, ni siquiera a los vecinos de la Plaça Sedassos; por otros, es una chapuza. Una oportunidad perdida.
Al caso del circo, se suma a otra intervención reciente y polémica: la del Teatro romano. Este monumento es propiedad del Estado pero lo gestiona la Generalitat. La conselleria de Cultura (entonces con Ferran Mascarell a la cabeza) decidió invertir 750.000 euros en una estructura de hierro que reproduce el volumen original de las gradas. Las obras se terminaron la primavera del año pasado. Otra vez, tormenta. La primera intervención (más allá de campañas de limpieza) que se ha hecho en el teatro romano en cuarenta años tampoco ha ido acompañada del anunciado centro de interpretación ni de la contextualización del monumento, que sólo se puede visitar durante el primer domingo de mes y con reserva previa.
La falta de inversión y de objetivos estratégicos comunes y a largo plazo condicionan la puesta en valor del inmenso legado romano de Tarragona, declarado Patrimonio de la Humanidad hace 19 años y que es propiedad y gestionan tres administraciones diferentes: Ayuntamiento, Generalitat y Estado.
Y mientras tanto, el Ayuntamiento de Tarragona ha aprobado una modificación de crédito para poder destinar 100.000 euros en las obras para asegurar las gradas del Anfiteatro, que se han tenido que cerrar parcialmente al público por unas grietas que han aparecido.
El mantenimiento de todo este legado -más de un kilómetro de muralla, el circo, el pretorio, el anfiteatro, el teatro, el foro de la colonia y el provincial y la necrópolis- implica un esfuerzo económico gigantesco para una ciudad de 132.000 habitantes. Nadie cuestiona el potencial y el valor de los restos de Tarraco, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco ahora hace 19 años. Lo que se debería cuestionar es por qué Tarragona no es todavía la capital arqueológica romana de Catalunya.
La necesidad del Consorcio
Será muy difícil que la ciudad pueda ejercer este papel si no se propone de una vez y seriamente crear un Consorcio que aglutine todas las administraciones implicadas en la propiedad y la administración del patrimonio. Un ente con una figura al frente que lidere la gestión, que reclame la financiación necesaria y que tenga toda la capacidad ejecutiva, con una visión a medio y largo plazo. Esta sería una manera de garantizar actuaciones coherentes y coordinadas, de superar disputas endémicas entre instituciones y, sobre todo, de no condicionar proyectos y propuestas a los cada vez más incontrolables plazos electorales.
El Ayuntamiento tendría que liderar la creación de este Consorcio, porque es la ciudad, mejor dicho, sus ciudadanos quien en primer lugar, pueden beneficiarse del potencial de su patrimonio. El Ayuntamiento es quien primero se lo tiene que creer para poder seducir y convencer. Las posibilidades deben ser perfiladas y trabajadas pero sin duda allí están y le dan a Tarragona un rasgo diferencial que tiene un peso universal. El patrimonio puede ser un agente de transformación de la ciudad en un contexto general de homogeneización.
El Catedrático de Arqueología Clásica de la Universitat Rovira i Virgili (URV), Joaquin Ruiz de Arbulo, y muchos otros expertos en la materia, se refieren a los tres vértices que debe tener el triángulo del patrimonio: conservación, investigación y divulgación. El deseado Consorcio tendría que marcar las pautas para avanzar en los tres campos, asuminendo el trabajo hecho durante los últimos años, pero sobre todo definiendo qué papel tiene que jugar este legado cultural. El ente tendría que integrar o cuando menos, contar, con todo el capital -material y humano- relacionado con el patrimonio que tiene la ciudad y que no es poco: desde los investigadores del Institut Català d’Arqueologia Clàssica (ICAC), que tiene la sede en Tarragona, en el Museu d’Història de la Ciutat, la URV, y evidentemente, el Museu Nacional d’Arqueologia de Tarragona (MNAT), ahora cerrado por unas obras de remodelación más que necesarias. Mientras duren los trabajos, como mínimo hasta el 2022, la colección imprescindible del museo se puede visitar en el Tinglado 4, en el Moll de la Costa.
En el apartado de la investigación, la coordinación entre los diferentes agentes es algo que puede constatarse para poner un ejemplo, en iniciativas como las del Congrés Internacional d’Arqueologia i Món Antic, Tarraco Bienal. En el apartado de la divulgación, la ciudad ha hecho un importantísimo recorrido con el Festival Tarraco Viva, que el próximo más de mayo celebrará su XXII edición con centenares de propuestas y actividades de recreación histórica.
Si el Consorcio puede liderar, es capaz de marcar objetivos para dejar definitivamente atrás la impresión de que el patrimonio es más una losa que un regalo, y trabaja para conseguir recursos, Tarraco puede convertirse en un verdadero motor.
Si se apuesta por otras maneras de enseñar y explicar los monumentos; si en lugar de visitar el circo en una hora y marcharse, también se puede ver una recreación y el día siguiente una visita guiada a otro monumento (más turismo cultural y más pernoctaciones); si el viejo e inmenso edificio ahora abandonado de la Tabaquera fuera el gran Museo de la ciudad (se crearían nuevas centralidades y dinámicas urbanas); si se utilizan nuevas tecnologías, como ya se está haciendo con proyectos como Imageen, las posibilidades que se abren son enormes.
Al triángulo conservación, investigación y divulgación hay que sumar inversión, talento y mucha política (de la buena) para hacer realidad un ente que otras ciudades que también su Patrimonio de la Humanidad, como Mérida, ya tienen. De hecho, este es un requisito de la Unesco y por lo tanto, un reto pendiente de que tiene Tarraco.