Aventuras y desventuras del patrimonio editorial
Día de los Inocentes
Una profesora de la Universitat de Barcelona recibe la llamada de una editorial histórica y de prestigio el 28 de diciembre de 1998. La profesora, Mònica Baró, es especialista en historia del libro y la edición, y el mensaje de la Editorial Juventud urgente: antes de final de año tienen que vaciar el local donde se conserva el archivo. No es una inocentada. A este archivo histórico, bien conservado y organizado desde 1923, le espera un destino incierto y los propietarios preguntan si no hay alguna institución interesada. La profesora, entre contenedores de reciclaje, salva parte del legado, de manuscritos e ilustraciones originales, después de conseguir en un par de días un acuerdo entre Juventud y el Arxiu Nacional de Catalunya.
Esta situación, quizá no tan al límite, ha menudeado más de lo que podría pensarse y el desenlace no ha sido siempre feliz. Una editorial cierra o es comprada por un gran grupo y se produce la urgencia de salvar el archivo a riesgo de que se pierda la memoria administrativa y de creación, y con eso, la posibilidad de reconstruir la historia. Alguien se podría cuestionar qué importancia tiene esta documentación, todas las preguntas son siempre legítimas y necesarias.
Empresa y cultura
Los estudios culturales, eso es, la historia y crítica del pensamiento, la ciencia, el arte y la literatura, han centrado la atención en los actores considerados principales, en los creadores: pensadores, científicos y artistas, pero a menudo se olvida de que la creación se desarrolla en un sistema de producción y transmisión, y se obvia la importancia de otros agentes técnicos y económicos que participan en el ecosistema cultural, que posibilitan la comunicación intelectual y artística. Desde la sociología se sabe que no sólo cuenta el mensaje, también lo hace el medio, y el medio natural de la cultura es, en parte, el tejido editorial convertido en sí mismo en creador de canon, modelador estético y de pensamiento.
Actuaciones públicas y conocidas, recientes en el tiempo, han hecho que en el país y entre los editores se empezara a tomar conciencia de la importancia de la historia empresarial desde la vertiente de los estudios culturales y del hecho de que depositar la memoria en una institución pública y patrimonial es garantía de conservación
Podría parecer que el catálogo de una editorial es una decisión sólida y programática antes de su creación; y no, el catálogo es a menudo, más que un deseo cumplido, el resultado de la destilación, de la transacción de los editores con los otros actores, incluso con la censura, una negociación económica y social. De aquí, en parte, la importancia de los archivos, notarios de esta historia interna de las editoriales, en ocasiones subterránea, previa a la concreción en forma de producto cultural: el libro. El archivo contribuye a construir la historia.
Así, la historia de la edición, empresa y cultura entendidas como un eslabón fundamental en la creación del pensamiento, el conocimiento y el arte, son en el corazón de la historia cultural de un país y hay que disponer de los datos ciertos con el fin de relatarla. Francia, Países Bajos, Argentina, Gran Bretaña o Estados Unidos empezaron a hacerlo mucho antes que aquí.
Un mundo editorial poco estudiado
Barcelona es desde hace aproximadamente 150 años la capital de la edición española en castellano, juntamente con Madrid; también lo es, evidentemente, de la edición en catalán, y es en parte capital gracias a la edición en las dos lenguas. Barcelona y Madrid concentran el 93,2% de la facturación de todo el Estado, y debe consignarse que la edición española no es menor en términos internacionales, figura entre los primeros países con mayor peso editorial, bastante por encima de la que le correspondería por dimensión económica y de población.
Sin embargo, hasta hace poco no sabíamos mucho de la historia de esta industria editorial que va desde finales del siglo XIX, con nombres importantes como Lluís Tasso o Henrich y Cia, hasta llegar a los grandes grupos editoriales de principios de siglo XXI, como Enciclopèdia Catalana, Planeta, Random, RBA y toda una retahíla de sellos que hoy forman el clúster editorial catalán. Comparativamente, conocíamos mejor la edición barcelonesa del incunable, que la del siglo y medio de edición industrial.
Los estudiosos que habían investigado en este ámbito, los siglos XIX y XX, lo habían hecho básicamente con las bibliografías retrospectivas y los catálogos de editoriales. Una de las colecciones más ricas para ofrecer estas herramientas era la Biblioteca Bergnes de Las Casas, la antigua biblioteca de la Cámara Oficial del Libro de Barcelona creada en 1917, integrada actualmente en los fondos de la Biblioteca de Catalunya. Sin los millares de catálogos de editores y el fondo de referencia de la Bergnes no hubiera sido posible, por ejemplo, la redacción de la historia de L’edició a Catalunya en seis volúmenes de Manuel Llanas.
Pero eran necesarias más herramientas. Hacía falta identificar y salvar de manera decidida y sistemática todas las fuentes documentales primarias: los archivos. Personas vinculadas al mundo de la historia de la edición ayudaron notablemente a crear la sensibilidad necesaria en el país. Los filólogos Albert Manent y Manuel Llanas, y el periodista cultural Vila-Sanjuán son tres nombres destacados, no los únicos, también el mundo bibliotecario, todos juntos con un trabajo paciente y persuasivo han conseguido que en los últimos veinte años se haya producido un estallido de estudios académicos sobre el mundo editorial barcelonés y una propuesta institucional de conservación y divulgación, el Patrimoni d’Editors i Editats de Catalunya; un portal nacido en 2015 con un nombre que todavía hoy concita extrañeza (parece que se debe al entonces conseller de Cultura Ferran Mascarell).
El proyecto está liderado por la Biblioteca de Catalunya y coordinado por Núria Altarriba, siguiendo una propuesta de Vila-Sanjuán, y bajo el modelo del Instituto Mémoires de l’Édition Contemporaine. El IMEC también recoge, conserva y estudia las editoriales y los actores de la vida del libro, con participación de investigadores y editores, y lo hace a la francesa, es decir, con más recursos y, por todo ello, con más ambición.
Mientras tanto, algunos archivos ya se han perdido.
Qué ha desaparecido
Una de las editoriales más importantes de la historia de la edición en castellano, Montaner y Simón fundada en 1867, funcionó durante más de un siglo en el edificio que hoy ocupa la Fundación Tàpies. No se salvó el archivo, queda alguna documentación suelta en el Museu del Disseny de Barcelona y en la Biblioteca de Catalunya. Sin embargo, ¿sabemos de dónde son los de Tasso o Henrich y Cía.? Resultaría difícil reconstruir la edición barcelonesa ochocentista sin estos fondos.
Otra empresa histórica e internacional como fue Salvat Editores, al ser comprada por Hachette, perdió su memoria documental que se remontaría a finales de siglo XIX, sólo se conserva una pequeña parte en el Arxiu Nacional de Catalunya. Y del archivo de Bruguera, ¿qué se ha conservado después de la transformación en Ediciones B en el seno del Grupo Zeta? Probablemente, la respuesta entristecería.
Qué se ha salvado
Ha habido más rescates gracias a la mediación de especialistas, como hemos visto en el caso de Joventut, Llanas redimió parte del archivo de las Edicions Proa, ahora conservado en la Universitat de Vic, y Vila-Sanjuán encontró acogida para el de Gustavo Gili en la Biblioteca de Catalunya; o de herederos como Sebastià Borràs, sobrino de Josep Mª Cruzet, que vendió parte de los archivos de las editoriales Selecta y Aedos a la misma biblioteca, también los herederos de Josep Vergés, editor de Destino han procedido de igual forma; o incluso gracias a la intervención de instituciones públicas como el Ayuntamiento de Navès que depositó en la biblioteca la documentación de Curial Edicions, o de privadas como la Fundación Carulla que muy recientemente ha dado parte de los fondos de la Editorial Barcino.
A pesar del liderazgo claro de la Biblioteca de Catalunya y también del Arxiu Nacional de Catalunya en esta tarea, han participado de otras bibliotecas: la Universitat Autònoma de Barcelona salvó los fondos de Josep Pedreira, editor de la colección de poesía catalana Els Llibres de l’Óssa Menor, y la Universitat de Barcelona acoge el fondo de la Editorial Mateu.
Estas actuaciones públicas y conocidas, recientes en el tiempo, han hecho que en el país y entre los editores se empezara a tomar conciencia de la importancia de la historia empresarial desde la vertiente de los estudios culturales y del hecho de que depositar la memoria en una institución pública y patrimonial es garantía de conservación y, también, por qué no, una manera de liberar espacio y gastos de la empresa. Y así, por ejemplo, la Editorial Laia ingresó sus fondos en el Arxiu Nacional de Catalunya, RBA hizo donación del archivo administrativo de Ediciones de la Magrana a la Biblioteca de Catalunya, el Grup 62 firmó el depósito de Edicions 62 y de Editorial Empúries, y Penguin Random House hizo donación de documentación de los sellos de Plaza & Janés i Grijalbo.
En general, acciones voluntariosas, sin ánimo de lucro, para preservar la memoria cultural del país. Ha sido más recientemente cuando han aparecido algunas variantes que han venido a complicar el panorama, la necesidad de recuperar también los archivos de las agencias literarias, pagar o no para esta documentación, su deslocalización y hasta qué punto ha afectado en estos casos al Proceso. Pero eso da por toda otra conversación.
[Agradezco el tiempo y las informaciones de Núria Altarriba, Mònica Baró, Jean-François Botrel, Manuel Llanas, Josep Mengual, Mireia Sopena y Sergio Vila-Sanjuán.]