Geopolítica de la pandemia y de la recuperación
La geopolítica parte de la premisa que la geografía condiciona la política. Cuando se habla de geopolítica se suele poner el foco en la rivalidad entre potencias, los espacios de influencia o el control de infraestructuras estratégicas. Sin embargo, también hay otra geopolítica, la cooperativa, que se manifiesta cuando la geografía favorece respuestas conjuntas, el intercambio de información y la construcción de instituciones. La pandemia ha sido un fenómeno de tal magnitud que nos obliga a revisar las visiones geopolíticas preexistentes, preguntándonos si la geografía sigue siendo un factor clave, si las formas de gobernar el sistema internacional deben actualizarse y si los procesos de recuperación post-pandémica alterarán las dinámicas de cooperación, competición y conflicto.
Para poder avanzar y pensar qué nos espera en el 2021 y más allá, hay que mirar atrás. Y del año 2020 se pueden extraer algunas lecciones de lo que podríamos llamar la «geopolítica de la pandemia». Se ha constatado el altísimo nivel de interdependencia y conectividad, generando un sentimiento de vulnerabilidad compartida y la necesidad de respuestas coordinadas. Y precisamente por eso, se han hecho aún más evidentes las disfunciones de los mecanismos de gobernanza global, con la Organización Mundial de la Salud convertida en un campo de batalla entre potencias y con un Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas incapaz de aprobar una sencilla declaración sobre la pandemia hasta el 1 de julio, después de meses de deliberaciones y vetos cruzados y cuando ya se registraban 10 millones de casos en todo el mundo.
Si hay una lección a extraer del trauma vivido el año 2020 es el valor de la cooperación, ilustrado entre otros por la predisposición de científicos de diferentes países para compartir información sobre cómo hacer frente a la enfermedad, con avances tan notables como la identificación del mapa genético del virus en un tiempo récord y solo 10 meses después, el inicio del proceso de vacunación
En el día a día, las fronteras se han hecho más visibles que nunca, con unas trabas a la movilidad internacional, pero también a la interna, sin precedentes. Y también se ha visto la fuerza de las tendencias nacionalistas, con momentos especialmente dramáticos como las peleas para adquirir mascarillas, equipos de protección y ventiladores. Y sin embargo, si hay una lección a extraer del trauma vivido el año 2020 es el valor de la cooperación, ilustrado entre otros por la predisposición de científicos de diferentes países para compartir información sobre cómo hacer frente a la enfermedad, con avances tan notables como la identificación del mapa genético del virus en un tiempo récord y solo 10 meses después, el inicio del proceso de vacunación.
En el año 2021 la geopolítica de la pandemia da paso a la geopolítica de la recuperación. Todo parece indicar que en algún momento de este año cambiaremos de rasante y se iniciará un proceso de recuperación que será largo, desigual y lleno de posibles sacudidas. La recuperación no será solo sanitaria, sino también económica e incluso emocional. La eficacia y disponibilidad de la vacuna marcarán el ritmo de esta recuperación y por lo tanto habrá que estar muy atentos a la geopolítica de la vacuna: ¿Dónde se producirá y almacenará? ¿Cómo se distribuirá? ¿A qué territorios llegará antes y cuáles quedarán atrás? ¿Puede un país sentirse seguro si sus vecinos inmediatos no lo están? ¿Qué nuevas relaciones de dependencia se crearán y sobre qué bases?
Hay tres formas diferentes de pensar la geopolítica. Una visión clásica o imperial nos llevaría a fijarnos en la creación o expansión de espacios de influencia desde una lógica de competición permanente entre potencias. De la misma forma que se están configurando esferas digitales que pivotan en torno a los Estados Unidos y a China, tal vez terminamos el próximo año hablando de esferas de influencia sanitaria. Lo más probable es que las potencias reemergidas como Rusia y China utilicen sus vacunas para consolidar o ampliar sus espacios de influencia, para asegurarse apoyos y comprar silencios o incluso para debilitar la cohesión de sus rivales. Occidente no será un simple espectador. En la medida en que se han adquirido más dosis de las necesarias, estos excedentes pasarán a formar parte de la caja de herramientas de sus políticas exteriores. Los países receptores también jugarán sus cartas, contraponiendo las ofertas de los diferentes socios para maximizar sus intereses.
Una visión alternativa de la geopolítica pondría el foco en factores estructurales y más concretamente en las relaciones centro-periferia. A finales de 2020 hemos podido ver a la India y a Sudáfrica liderando los países del sur global pidiendo a la Organización Mundial del Comercio que suspenda temporalmente la propiedad intelectual sobre vacunas y medicamentos mientras dure la pandemia. Los países occidentales se han negado. También han visto la luz estimaciones que indican que mientras que buena parte de los países industrializados podrían haber adquirido inmunidad a finales del 2021, una parte importante de los países de renta baja y media tendrán que esperar al 2024. Si es así se configurará una desigualdad sanitaria con claras repercusiones a nivel económico. A todo ello hay que añadir las desigualdades internas. El año 2021 habrá procesos de recuperación, pero serán en forma de K, con territorios, sectores e individuos capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias y de beneficiarse de planes de estímulo, y otros que continuarán atrapados dentro del túnel.
La cooperación también será esencial para reponerse del trauma social y económico de la pandemia. Durante el año 2020 se han dado pasos atrás en la lucha contra la pobreza, el hambre y la igualdad de género. Por lo tanto, habrá que actualizar y dar más fuerza aún en la agenda 2030 si se quieren alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible
Una tercera visión, también alternativa a la geopolítica clásica, es la que pone el foco en la gobernanza y los instrumentos de la cooperación internacional, bien sea a nivel global, regional o transfronterizo. Uno de los mejores ejemplos de esta geopolítica cooperativa es la que encarnan iniciativas como COVAX a través de la cual gobiernos, organizaciones internacionales y fundaciones privadas están uniendo esfuerzos para acelerar la producción y distribución de la vacuna, de forma que al menos un 20% de la población pueda recibirla el año 2021, independientemente de si se trata de países ricos o pobres. La cooperación también será esencial para reponerse del trauma social y económico de la pandemia. Durante el año 2020 se han dado pasos atrás en la lucha contra la pobreza, el hambre y la igualdad de género. Por lo tanto, habrá que actualizar y dar más fuerza aún en la agenda 2030 si se quieren alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. También será necesario unir esfuerzos para afrontar un año de alto riesgo si hablamos de crisis humanitarias, con conflictos que se descongelan y problemas estructurales que se acumulan, como la falta de recursos de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). La lógica cooperativa también se puede trasladar a las relaciones de vecindad. Un país no tendrá unas mínimas garantías de superar la pandemia -y menos aún de iniciar el proceso de recuperación económica- si sus vecinos están inmersos en una crisis sanitaria.
Áreas de influencia, relaciones de dependencia y mecanismos de cooperación internacional. Los tres ingredientes estarán presentes en la geopolítica de la recuperación postpandemia y no será la geografía sino la política lo que determinará en qué proporción.