Hacia una UE postpandemia
La Unión Europea tiene proyecto. Basta repasar la intensidad de otro fin de año para la historia. En quince días (y una larga lista de negociaciones previas) se han sentenciado dos tabúes que, durante décadas, se habían asumido como leyes inmutables del universo comunitario: el final pactado del Brexit y la mancomunación de la deuda para financiar la recuperación postpandemia. Los veinte-siete estados miembros consiguieron dar luz verde al presupuesto comunitario más contundente de su historia, que suma 1,1 billones de euros para los próximos siete años, más los 750.000 millones del fondo postpandemia (el llamado Next Generation EU). Parte de este dinero se financiará, por primera vez, con los llamados eurobonos, una opción considerada casi tóxica, hasta ahora, en los países del rigor presupuestario. Pero, después de quince años encadenando crisis, la UE ensaya, finalmente, una respuesta diferente. Es una ironía del destino que este salto adelante en el compromiso para compartir riesgos financieros coincide, en el tiempo, con los esfuerzos británicos para deshacer el entramado de integración política, económica, comercial y social sin precedentes que los unía al continente.
Las fracturas internas siguen presentes. La UE está bajo presión de dos categorías de fuerzas erosionadoras: las endógenas, a través de la erosión de los principios democráticos y los valores fundacionales de la Unión; y las exógenas, por la crisis del modelo multilateral y normativo, que representa la UE, y por los cambios geopolíticos de la aceleración tecnológica
El 2021 es el momento de volver a empezar; de poner a prueba el grado de ambición, generosidad y rapidez de la respuesta comunitaria no solo a la pandemia, sino a las estrategias de recuperación en general. A diferencia de crisis anteriores, que se han explicado a partir de fracturas internas, de unos contra otros, la COVID-19 ha impuesto un sentimiento de vulnerabilidad compartida. Somos más conscientes de nuestra fragilidad, desde la muerte por contagio hasta los efectos del cambio climático. La pandemia ha sido un potente recordatorio de los altos niveles de interdependencia y de la necesidad de soluciones cooperativas y solidarias. Al mismo tiempo, el virus se ensañaba con los más vulnerables de todas las crisis anteriores y, cuanto más se alargaba la crisis más ensanchaba una fractura social que desde 2008 hasta hoy no ha parado de crecer. Este es el principal reto de la transformación que encara la Unión Europea.
Las fracturas internas siguen presentes. La UE está bajo presión de dos categorías de fuerzas erosionadoras: las endógenas, a través de la erosión de los principios democráticos y los valores fundacionales de la Unión; y las exógenas, por la crisis del modelo multilateral y normativo, que representa la UE, y por los cambios geopolíticos de la aceleración tecnológica. La pandemia ha impulsado la transformación ecológica y digital, que marcan la agenda política comunitaria por los próximos años. Dos retos con un efecto directo sobre la cohesión territorial y social europea porque hoy todavía se explican a través de brechas geográficas en la conectividad, en las desigualdades que determinan los códigos postales, y en la confrontación entre zonas urbanas y rurales, que tensan políticamente en la Unión. Los diferentes grados de debilidad económica y financiera entre los Estados miembros limitan, además, la redistribución de recursos para poder garantizar la igualdad de oportunidades. Por ello, una de las incógnitas de este 2021 es cómo logrará la Unión Europea que su respuesta a la crisis del coronavirus no acabe alimentando también una crisis de recuperación, que alargue las incertidumbres de unos y estimule la velocidad de reanudación de otros.
La pandemia ha dado impulso a la idea de autonomía estratégica de una Unión Europea que aún debe ver como se adapta a estos procesos de cambio global acelerados por coronavirus; siempre pendiente de encontrar la sincronía entre sus aspiraciones y sus acciones como actor internacional
Los fondos de reconstrucción que comenzarán a ejecutarse en 2021 reforzarán las políticas de inversión y gasto público. Y en este contexto de cambio y de necesidad de recursos financieros, la tasación de los servicios digitales son una oportunidad. Las todopoderosas plataformas tecnológicas, agrandadas por un confinamiento que nos ha obligado a la digitalización, comenzarán a probar los efectos de tanta sobreexposición. Con Donald Trump fuera de la Casa Blanca, la agenda digital de Joe Biden y la de Bruselas podrían coincidir en la necesidad de limitar el comportamiento oligopólico de estos gigantes de internet y de la ingeniería fiscal.
La pandemia ha dado impulso a la idea de autonomía estratégica de una Unión Europea que aún debe ver como se adapta a estos procesos de cambio global acelerados por coronavirus; siempre pendiente de encontrar la sincronía entre sus aspiraciones y sus acciones como actor internacional, en un mundo donde, como explica el politólogo Bertrand Badie, «la seguridad es más humana que política o militar» y donde la protección de unos depende, precisamente, de la seguridad (sanitaria, climática) de los demás. También veremos cómo ha cambiado la relación de la UE con una China postpandemia más asertiva a la hora de desplegar su influencia en territorio comunitario, y con una Rusia que sobresale en su capacidad de sembrar caos y confusión desinformativa en el continente europeo.
La Unión Europea ha demostrado que tiene proyecto, pero ahora lo tiene que saber desplegar. El gran interrogante es cómo afectará el calendario electoral alemán a este salto adelante tan necesario. Entramos en la era post Merkel. Dentro nueve meses, la líder indiscutible de los últimos quince años de historia comunitaria dejará la cancillería
Durante 2021 veremos, finalmente, si las discusiones para favorecer estrategias de relocalización para acercar y acortar las cadenas de suministros, especialmente de productos vitales, se traducen en iniciativas concretas, y si estas se diseñan pensando en la reindustrialización de la UE o incorporan también sus vecinos de Europa oriental y la cuenca mediterránea. Empezamos el año que debe reescribir el día siguiente de este largo confinamiento; que tiene que poner las bases para las transformaciones económicas, tecnológicas y también políticas de la UE -si es que, después de tantos chantajes, desencuentros y recortes de derechos fundamentales, los Estados miembros son capaces de aplicar los nuevos instrumentos de presión contra aquellos gobiernos comunitarios que violen el estado de derecho.
La Unión Europea ha demostrado que tiene proyecto, pero ahora lo tiene que saber desplegar. El gran interrogante es cómo afectará el calendario electoral alemán a este salto adelante tan necesario. Entramos en la era post Merkel. Dentro nueve meses, la líder indiscutible de los últimos quince años de historia comunitaria dejará la cancillería. El último capítulo de su legado europeo se escribe, precisamente, en esta cumbre de jefes de estado y de gobierno que presidió en diciembre. Una vez más, Angela Merkel ha sido el artífice de los acuerdos que ahora deben permitir imaginar la UE postcovid. Nuevas políticas, nuevas competencias y nuevos recursos. Instrumentos federalizantes por recoser la Unión pero, sobre todo, para recuperar la prosperidad, mejorar la protección de la ciudadanía y revertir las desigualdades internas. Esta es la prueba real de la cohesión de los veinte y siete y la legitimación del proyecto europeo.