La lucha contra los problemas de crecimiento exponencial: el cambio climático en 2021
En 2019, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señalaba que las emisiones globales de gases de efecto invernadero deberían reducirse un 7,6% cada año entre 2020 y 2030 para mantener el incremento de la temperatura por debajo del objetivo de 1,5°C fijado en el Acuerdo de París. En 2020, el mundo se ha detenido de forma repentina y, en consecuencia, se prevé que las emisiones de CO2 caigan un 7%. ¿Podría considerarse este el aspecto positivo del año de la COVID-19?
No es así. Salvo que este descenso sea sostenido en el tiempo –es decir, que todas las emisiones de gases de efecto invernadero sigan reduciéndose a este mismo porcentaje año tras año, lo cual es un escenario altamente improbable si nos basamos en los repuntes de emisiones registrados anteriormente tras períodos de crisis–, el impacto del 2020 no será más que una gota de agua en el mar. En 2050, la caída excepcional de las emisiones de este año se traduciría únicamente en una reducción del calentamiento global no superior a 0,01°C. Además, el terrible sufrimiento humano que ha acompañado esta caída de las emisiones no puede ser la vía para avanzar.
No obstante, sí se vislumbran algunas luces. En este año tan difícil, en que los gobiernos han destinado todos sus esfuerzos a combatir el triple desafío sanitario, económico y social, la emergencia climática no ha desaparecido de la agenda.
De hecho, en el caso de la Unión Europea, ha continuado presente, ocupando una posición central, a través del Pacto Verde y la destinación de un 30% de los fondos Next Generation EU y del presupuesto 2021-2027 a los objetivos climáticos. Además, justo antes de acabar el año, la Comisión Europea ha enviado una versión actualizada de su contribución para el proceso de París de la CMNUCC, que eleva el objetivo de reducción de las emisiones para 2030 del 40% inicial al 55% (el Parlamento Europeo sigue apostando por el 60%). Si la UE quiere alcanzar el objetivo de la neutralidad climática en el continente europeo en 2050, todas estas acciones –y más– serán necesarias.
El año 2020 ha puesto de manifiesto, de forma impactante, la importancia de las acciones individuales a la hora de abordar los problemas que requieren una acción colectiva. Sin los esfuerzos de todos los ciudadanos, las demás iniciativas para combatir la COVID-19 habrían resultado fútiles
Pero no solo la UE avanzó en sus objetivos climáticos en 2020: en la Asamblea General virtual de las Naciones Unidas celebrada el pasado septiembre, Xi Jinping anunció que China se pondría el objetivo de alcanzar la neutralidad de carbono en 2060. Este anuncio inesperado y unilateral por parte del país que en la actualidad es responsable de casi el 30% de las emisiones globales podría, por sí solo, reducir el calentamiento global de 0,2 a 0,3°C, según los análisis del Climate Action Tracker (CAT) y de Carbon Brief. Este compromiso muestra que, por fin, estamos llegando a un punto en que la necesidad de combatir el cambio climático empieza a alinearse con los aspectos económicos de la transición energética y con los aspectos políticos y estratégicos.
En los albores del año 2021, casi dos terceras partes de las emisiones mundiales se enmarcan dentro de algún objetivo para alcanzar el cero neto: entre ellas, se incluyen los objetivos anunciados en los últimos meses por Japón y Corea del Sur, así como el compromiso de la neutralidad climática en 2050 que figuraba en el programa electoral de Joe Biden, presidente electo de los Estados Unidos. Si trazamos una trayectoria basada en las políticas actuales, las temperaturas seguirían aumentando hasta la abrumadora cifra de 3 a 3,5°C con respecto a la media preindustrial a finales de siglo. Pero, según los escenarios más optimistas del CAT, a raíz de esta serie de anuncios de cero emisiones, se empieza a vislumbrar por primera vez la posibilidad de alcanzar el objetivo del Acuerdo de París de limitar el incremento de la temperatura a 2°C -aunque aún sigue quedando muy lejos.
Y es aquí donde cabe apuntar un segundo aspecto positivo. Aunque la bajada puntual de emisiones de 2020 tendrá un impacto baladí en el cambio climático a largo plazo, si se invierten de forma inteligente los fondos masivos que van a inyectarse para la recuperación de la economía tras la COVID-19, pueden suponer una diferencia significativa en la trayectoria de las emisiones en esta década y más adelante. Si la recuperación, que esperamos que se inicie este año, es “verde” –si prioriza las tecnologías de cero emisiones al tiempo que reduce las subvenciones a los combustibles fósiles, entre otros– las emisiones en 2030 podrían reducirse hasta un 25% con respecto a las cifras que se esperaban antes de la pandemia. Según el PNUMA, ello supondría que el mundo tendría un 66% de posibilidades de mantener el incremento de la temperatura por debajo de los 2°C.
El nuevo año ofrece una ventana de oportunidad en la lucha contra la emergencia climática: la COVID-19 ya nos ha mostrado los riesgos de no atender los consejos científicos
Hasta el momento, pocos países y grupos han tenido en cuenta los objetivos “verdes” a la hora de diseñar sus programas de recuperación. Y, sin embargo, tiene sentido, tanto a corto, medio y largo plazo, invertir en la transición hacia una economía baja en carbono. Será crítico vincular las iniciativas “verdes” con el empleo y con el crecimiento, así como preparar una transición justa para aquellos trabajadores que puedan verse afectados por los cambios.
Un último elemento positivo que puede continuar del 2020 al 2021 es la concienciación pública. Por una parte, el año 2020 ha puesto de manifiesto, de forma impactante, la importancia de las acciones individuales a la hora de abordar los problemas que requieren una acción colectiva. Sin los esfuerzos de todos los ciudadanos, las demás iniciativas para combatir la COVID-19 habrían resultado fútiles.
Del mismo modo, este 2020 nos ha dado una lección acerca del impacto del ser humano sobre la naturaleza y cómo esta puede revolverse y afectarnos –un claro ejemplo es la relación existente entre la perturbación humana de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad y la aparición y propagación de enfermedades zoonóticas y transmitidas por vectores. La COVID-19 también ha fomentado el debate sobre la necesidad de acortar las cadenas de suministro para reducir las vulnerabilidades de diferentes tipos, ha propiciado cambios sin precedentes en nuestros hábitos de movilidad y de consumo, y ha permitido vislumbrar futuros diferentes. Los activistas del clima se apoyarán en todos estos argumentos para seguir luchando por un futuro más sostenible en 2021.
El nuevo año ofrece una ventana de oportunidad en la lucha contra la emergencia climática: la COVID-19 ya nos ha mostrado los riesgos de no atender los consejos científicos. Y hay que actuar rápidamente: otra lección esencial de la pandemia es que cuando se trata de problemas de crecimiento exponencial –como el cambio climático–, cuanto más esperemos, mayor será la destrucción y más costosas van a ser las acciones para intentar mitigar el problema. Así pues, en 2021, las palabras tienen que traducirse en acciones inmediatas. El cambio climático es un problema con un horizonte mucho más largo que la COVID-19, lo cual a menudo dificulta las actuaciones a corto plazo. Pero la lucha contra la pandemia que hemos librado en 2020 ha sido, en algunos sentidos, un ensayo para afrontar una crisis climática inminente. Aprovechemos sus lecciones.