Un sistema para la excelencia
El origen es la fuerza telúrica del arte. Porque no sólo es que contemples un paisaje montañés determinado. Es más. Es un mundo radicalmente territorializado y es un mundo esencial y, por consiguiente, profundamente universal. Es naturaleza en bruto transformada en discurso. Eso es lo que es. Y es así como leyendo el libro sientes que formas parte de la entraña de la montaña, de su fauna y de su humanidad mítica e histórica. En el texto los narradores que van sucediéndose no lo teorizan. No tienen que explicarlo porque, de hecho, la lectura aquí es experiencia. Experiencia que nace de una forma muy compleja. Desde el arranque lo que te posesiona es la potencia lírica y una polifonía copiosa -hablan hombres y mujeres, hablan nubes y corzos- y la suma de este estilo y de estas voces crea una máquina literaria que consigue, sin impostar, humanizar al mismo tiempo la naturaleza e hiperhumanizar a los hombres y las mujeres que allí viven. Partimos, pues, de aquí: de resonancias de Rodoreda y Verdaguer, de la excelencia de una novela.
Partimos de aquí y de la confluencia de la excelencia con la madurez de un sistema literario. Porque Canto jo i la muntanya balla se ha convertido en uno de los fenómenos más interesantes de la cultura catalana de los últimos tiempos cuando el grueso del sistema de una literatura escrita en una lengua minoritaria -un sistema pequeño pero robusto- ha hecho posible el despliegue de un éxito que está cruzando fronteras a gran velocidad.
Ha sido ahora cuando se ha visto más claro que ya pueden recogerse frutos sembrados hace tiempo por diversos actores. Porque está funcionada la alianza informal, tan efectiva cuando es cooperativa, entre el Institut Ramon Llull y editoriales que publican libros de calidad y con capacidad para sintonizar con lectores de todas partes.
Este artículo parte de la obra de Irene Solà, pero no es un artículo sobre su literatura sino sobre industria y un modelo de internacionalización exitoso de esta industria gracias, en parte, a la cooperación de lo público con lo privado. Este artículo quiere describir un caso paradigmático de funcionamiento de una industria cultural -la editorial-, un caso que demuestra cómo el apoyo competente de un tejido asociativo e institucional puede coadyuvar en la difusión de un prestigio a varios niveles -catalán, español, internacional- y así generar también negocio. Porque la industria editorial -autores, correctores, traductores, agentes, especialistas en promoción, editores en dos lenguas, distribuidores, libreros, bibliotecarios, críticos, periodistas, profesores…- también es eso: industria. Y en Barcelona, desde hace siglos, de esta industria sí tenemos knowhow y dicha pericia, nutrida con un patrimonio demasiado descuidado, hace falta saberla poner en valor y reforzar así un verdadero círculo virtuoso.
Cambios sistémicos
Situémonos. No hace ni año y medio, pero después de tantas semanas cerrados, parece que haya pasado mucho más tiempo. Fue una noche extraña y sólo hace un año y medio. Estábamos en el mismo lugar que los tres años anteriores, el mismo escenario donde hace pocos meses lo ganó Anna Ballbona. Fue el 21 de enero del 2019. En el vestíbulo que lleva al bar del CCCB, después de la lectura del acta del jurado -un jurado potentísimo-, se proyectaba un vídeo en el que Irene Solà, desde un paisaje idílico, agradecía la concesión del Premi Llibres Anagrama de Novel·la.
Nacida en Malla el año 1990 Solà había escrito un libro de poesía premiado –Bèstia ganó uno histórico, el Amadeu Oller, que se convoca desde 1964- y su primera novela había ganado uno de los premios que mejor han funcionado como un instrumento eficacísimo de renovación de la narrativa catalana –Els dics en 2017 mereció el Documenta, que tiene 40 años de historia y publica la editorial L’Altra-. Estos dos títulos, bien recibidos por la crítica, conformaban sólo una de las dimensiones de una breve pero intensa trayectoria profesional en el campo de la cultura.
Solà es licenciada en Bellas Artes aquí, pero también cursó un máster en Sussex y durante seis años trabajó en un destacado centro de arte contemporáneo de Londres, la Whitechapel Gallery; es habitual de los festivales de poesía locales y al mismo tiempo ha realizado estancias en residencia de escritores de Estados Unidos. Son, pues, dimensiones solapadas y que en varios casos han madurado gracias a mecanismos de apoyo a la creación con los que cuentan las administraciones públicas (a nivel local o el Departamento de Cultura). Ha sido así como Solà ha conseguido lo que hasta ahora ha sido demasiado infrecuente: prepararse para hacer una obra ambiciosa en catalán que, cuando se concreta, cuenta con los mecanismos editoriales para que pueda ser reconocida también como una obra cultural del mundo. Hay quien se atreve a hacerlo sin complejos, sin renunciar a la propia estética y a la tradición propia, y lo está consiguiendo.
Pero la clave para iniciar el despegue es la excelencia y el premio de los lectores. Fue durante el primer fin de semana del libro en las mesas de novedades de las librerías cuando se empezó a intuir ya que Canto jo i la muntanya ballano sería una novela más. Una imagen de aquel sábado escenificaba un boca a oreja que no se ha detenido. Víctor García Tur -diseñador y escritor, ganador del Documeta- tomó una fotografía en una plaza del barrio de Sants donde, sentados en un banco, se veía una pareja que se leía el libro en voz alta. Se la envío a la editora del libro. Good, good, good, good vibrations. Y desde entonces hasta aquí, porque al cabo de poco más de un año la novela acumula reediciones en catalán (¡siete!) y en castellano (¡cuatro!) y algunas de las editoriales más prestigiosas del mundo (como Seuil o Granta) han contratado su traducción.
¿Qué ha pasado desde la lluvia de tuits inmediata, la recepción en los digitales de cultura y la rápida de la mejor crítica, la clásica y la nueva? Naturalmente no hay una sola respuesta única para explicar el fenómeno. Lo que lo ha hecho posible, como ocurre siempre, son factores diversos que han acabado convergiendo. El reto, ahora que ha sucedido, sería aprender los porqués para poder replicarlo tantas veces como sea posible en el mundo de mañana y en beneficio de la densificación de nuestra cultura.
Un factor inicial, que condiciona sobre todo el impacto hispánico que ha tenido y tiene la novela, está relacionado con la potencia de una marca consolidada: Anagrama. Canto yo y la montaña baila se ha reeditado, ha obtenido buena crítica y ganó el premio de la librería Cálamo de Zaragoza. Pero Anagrama, que es importante, no es la única explicación porque el caso Solà, de hecho, no es aislado. Diversos ejemplos (no solo catalanes) revelan un cambio de escenario con respecto a la consideración del sistema literario español para con otras literaturas hispánicas. Responde a una sana intención estrictamente editorial. La industria actúa de manera natural al tiempo que sería deseable una apuesta mayor de Estado y una estructura institucional que lo potenciara, sin duda, pero tampoco debe obviarse que ahora el Instituto Cervantes juega a favor -ha sido una política que se ha impuesto Luis García Montero-.
Este cambio de escenario se solapa, en el caso catalán, con una tendencia. Las buenas novelas de otras narradoras -Eva Baltasar o Marta Orriols (y no son las únicas)- se han traducido al castellano en editoriales potentes que tienen la sede en Barcelona (Lumen, Random House) pero proyección en toda España. Pero es que antes, en catalán, ya habían sido avaladas por sellos de calidad (Club Editor, Periscopi) y no es casual que el perfil de las autoras sea similar: en muchos casos narradoras y también poetas y casi siempre con una formación académica de primer nivel. Dicho con otras palabras: el sistema no funciona sin excelencia.
Proyección internacional
La conexión con el sistema literario hispánico es una realidad que no se había producido hasta ahora. O casi nunca. Y quizá nunca como ahora, como se ha visto con la novela de Solà, se ha evidenciado un cambio trascendente el sistema editorial catalán. Me parece la mejor demostración de su maduración como industria cultural. Si tradicionalmente se había considerado que el sistema editorial español debía actuar como puente para que la literatura catalana pudiera cruzar los Pirineos, ahora se ha constado que ya no es necesario. No ha sido trabajo de un día. Con persistencia editores y agentes y scouts -informadores de novedades para clientes extranjeros- han trabajado hace muchos años, picando piedra, pero ahora tienen a favor un actor que puede multiplicar el rendimiento de aquel esfuerzo: el Institut Ramon Llull.
El Llull es una estructura institucional dedicada a la expansión cultural catalana. Tenían razón los que se pusieron manos a la obra -la lista es larga y es un lujo- y en 2007 se supo capitalizar que la catalana fuera la literatura invitada a la Feria de Frankfurt. Y ha sido ahora, ahora que en el Llull trabaja un potente equipo con experiencia editorial previa, cuando se ha demostrada que ya pueden recogerse frutos sembrados hace tiempo por diversos actores. Porque está funcionada la alianza informal, tan efectiva cuando es cooperativa, entre el Llull y editoriales que publican libros de calidad y con capacidad para sintonizar con lectores de donde sea.
Esta alianza se está concretando de maneras diversas. Destaco dos. Cada año el Llull escoge 10 títulos de “New Catalan Fiction” que defiende en ferias internacionales. Canto jo i la muntanya balla fue uno de los escogidos en 2019. En las ferias así el Institut hace un trabajo complementario al que es propio de los actores tradicionales del sistema editorial -departamentos de derechos, agentes literarios, editores- que han publicado estos libros. Porque la prioridad de la delegación del Institut no es la venta de derechos sino la difusión de la literatura catalana más allá de nuestras fronteras y, para cumplir con dicho objetivo, colaboran con las editoriales informando de un limitado pero determinante programa de ayudas (a la traducción, a la promoción). Así si alguno de los agentes con quien contactan en las ferias o a través de las ferias muestran interés por un libro, el Llull facilita el contacto entre editoriales y haciéndolo aporta su grano de arena para que el libro en cuestión acabe siendo traducido. De la misma manera, cuando una editorial catalana negocia la venta de derechos con otra extranjera, informa también de este programa que ofrece al Instituto. El trabajo de unos se suma a la de los otros y así el sistema se hace mejor.
La segunda actividad del Institut Ramon Llull que vale la pena destacar es la Misión de agentes y editores internacionales que se organiza coincidiendo con Setmana del Llibre en Català. Se invitan 18 editores y agentes para que realicen una inmersión en literatura catalana. Y eso, entre muchas otras cosas, significa visitas a librerías o encuentros con actores del sistema literario catalán (escritores, periodistas, profesores, críticos…). Y cuando el año pasado esta misión vino a Barcelona, por ejemplo, vieron los libros más vendidos y el tipo de lectores que los compraban. Y este conocimiento de primera mano hizo que algunos mostraran interés por la novela de Irene Solà. A algunos ya les había llegado información o la novela impresa. Algunos incluso habían encargado informes a sus asesores. Y en algún caso el informe no había sido positivo. Pero toda la tarea de matchmaking profesional que se hizo durante esos pocos días facilitó que en un caso clave -Reino Unido- el editor cambiara de opinión, lo leyera y decidiera traducirlo. Como se hará en el País Vasco o en Galicia, Italia, Francia, Macedonia del Norte o en Estados Unidos… Y probablemente, ojalá, también en Holanda y Alemania. Y hoy 3 de junio, mientras reviso el artículo, Turquía.
Sólo faltaba que Canto jo i la muntanya balla ganara el Premio de Literatura de la Unión Europea. Aún no ha pasado un mes desde la concesión y ha sido la primera vez que un libro escrito en catalán obtiene este galardón. Y tampoco ha sido casualidad. Porque también el sistema literario ha jugado a favor del cambio sistémico, es decir, de ensanchar el camino de la internacionalización. El trabajo de rompehielos, en este caso, lo hizo una asociación: la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana. Fue esta entidad la que hizo la petición y las gestiones necesarias para que fuera lo aquello que hasta entonces no podía pasar: libros en nuestra lengua serían tomados en consideración para poder recibir este galardón. Si no se hubiera realizado este trabajo previo, la novela no habría recibido el premio que la ha catapultado aún más. Y probablemente este sea el último factor que explique un fenómeno que es bueno por el conjunto del sistema. Pero nada de eso se habría producido si no partiéramos de la excelencia literaria. La clave de todo es la fuerza telúrica del arte y la vida que nos pueden descubrir las palabras. “La vida i la mort, la vida i la mort i l’instint, i la violència, aquí dalt, hi són presents a cada passa”.