Un vacío que no se puede llenar fácilmente
Los pueblos nacen, crecen y desaparecen. En el pasado las pérdidas fueron impactantes, con poblaciones arrasadas por guerras y desastres ecológicos. Más cerca mandó la civilización industrial y el lamento provocado es menor, tal vez porque las pérdidas son más lentas y continuadas aunque las desapariciones sean más numerosas. Las contemporáneas también son lamentaciones episódicas surgidas tras las crisis económicas. Como con la última del ladrillo y la banca, cuando los lamentos han suscitado la aparición de comisiones institucionales para tamizar el tema del despoblamiento rural.
¡Cuidado! Hace cien años el geógrafo Pau Vila ya advertía a bienintencionados defensores de la ruralidad que detener la emigración de Tuixén y otros pueblos pirenaicos era como intentar que el agua corriese río arriba. No le faltaba razón. Lo vemos hoy cuando las ayudas europeas de la PAC y el “desarrollo rural” no evitan el cierre de explotaciones agrarias ni han conseguido detener el despoblamiento. Al fin y al cabo, una agricultura sujeta a procesos de producción industrial y mercados agrarios internacionales empuja un modelo de gran explotación o factoría agraria que comporta el abandono rural y da paso a paisajes vacíos y uniformes. Es la norma que se impone.
Se tendrán que imaginar y construir futuros mejores para estas ruralidades del despoblamiento. Insistir en las medidas conocidas: promover el patrimonio agroalimentario y natural, subvencionar payeses, industriales, tenderos y hoteleros, facilitar vivienda, escuela y servicios a los recién llegados, mejorar carreteras o llevar la fibra óptica a los pueblos, un servicio actualmente indispensable.
Con todo, en los últimos decenios la terciarización de la sociedad ha comportado la aparición de oportunidades económicas para las áreas rurales. Los negocios generados en torno al esquí, los deportes de aventura y los atractivos naturales y culturales del campo han ayudado a estabilizar y revitalizar determinadas ruralidades. Ha contribuido, también, la mejora de las comunicaciones y las nuevas conductas de movilidad, que han facilitado la difusión urbana. Muchos urbanitas han engrosado la población rural, que hoy vive enganchada a la economía y la sociedad de los centros comarcales o regionales.
Estos procesos generales de cambio dan resultados diferentes sobre el terreno, con ruralidades que salen adelante bastante bien y otros que sufren una emigración secular. Las últimas coinciden con municipios alejados de las metrópolis y ciudades principales, sin una base industrial autóctona y poco turística, que encontramos en las Garrigues y comarcas vecinas del Ebro, y en los Prepirineos. En los Prepirineos, en particular, algunas regiones no llegan a los 5 habitantes por kilómetro cuadrado y representan la Catalunya vacía que aún nadie se ha atrevido a proclamar, seguramente por su dispersión y poca entidad. Y con eso no queremos decir que los pueblos que se abandonan y acaban derribados, las masías y cabañas que se destripan y desaparecen, los márgenes de piedra que caen, los caminos que se pierden y los campos abandonados, no deban ser un toque de atención. Poco tienen que ver, en cualquier caso, con los vastos despoblados del Macizo Central francés o la Meseta norte oriental castellana, popularizados por el París et le désert français de J.F.Gravier (1947), La France du vide de Roger Beteille (1981) o La España vacía de Sergio del Molino (2016), que ha eclosionado políticamente con Teruel Existe.
En realidad, si el ruido mediático es lo bastante notorio y persistente y si las circunstancias políticas lo facilitan, se tendrán que imaginar y construir futuros mejores para estas ruralidades del despoblamiento. Insistir en las medidas conocidas: promover el patrimonio agroalimentario y natural, subvencionar payeses, industriales, tenderos y hoteleros, facilitar vivienda, escuela y servicios a los recién llegados, mejorar carreteras o llevar la fibra óptica a los pueblos, un servicio actualmente indispensable. Y allí donde los resultados de estas acciones sean limitados habrá que dar un salto: alimentar la actividad de los núcleos que aún juegan un papel de centralidad rural con agroindustria, bioenergías o servicios terciarios, regenerar y vigorizar las redes urbanas precarias actuales con intercambios, movilidad y mancomunidad, o aliviar el ahogo administrativo de los micropueblos.
En este sentido, las centralidades urbanas comarcales dan a Catalunya unas posibilidades que no tienen las ruralidades vacías de los estados grandes, y las ruralidades de su entorno pueden atraer una población urbana interesada por nuevas actividades y una vida más próxima a la naturaleza y menos apremiada.