Comisión Intergeneracional
Viejos, jóvenes, personas de mediana edad. Las familias son generaciones que conviven y se apoyan. Desde la educación hasta el cuidado de los ancianos es una dinámica que hacen suya los Estados modernos. En las sociedades, como en las familias, existe un contrato generacional. Nos parece natural. No lo hablamos. Pero al fin esa silencio está poniendo el contrato bajo presión. No importa la edad. Todos los grupos creen que la sociedad debe proveer a las generaciones de los mayores y, sobre todo, que cada generación debe tener un nivel de vida más alto que sus antecesoras. Y aquí radica el problema. Dos de cada tres británicos piensan que los jóvenes viven peor que sus padres. Aún más en España: el 55% piensa que los jóvenes de hoy, cuando sean adultos, vivirán peor que los padres. Para comprender este pesimismo, la Resolution Foundation impulsó una Comisión Intergeneracional. Percibíamos que la atención se desplazaba lentamente hacia las diferencias generacionales, pero el debate no se hacía sobre bases sólidas, ni había una comprensión de las consecuencias intergeneracionales de las decisiones gubernamentales y a menudo se reforzaba el marco de una guerra generacional que no refleja aquello que la gente vive en familia. Creamos la Comisión para entender estos problemas y proponer políticas para renovar el contrato generacional.
Razones del pesimismo
El pesimismo sobre el nivel de vida de una generación en la otra está justificado. Quizás el cambio más vistoso es el de las posibilidades de que los jóvenes tengan casa propia. A los 30 años los mileniales ingleses tienen la mitad de oportunidades de tener una que la generación del baby boom (los nacidos entre 1946 y 1965). En España la caída es muy significativa: un 74% de los baby-boomers tenían casa propia cuando tenían treinta y pocos mientras que ahora solo la tienen un 58% de los mileniales. En consecuencia, ahora hay más jóvenes adultos que viven con los padres (y por lo tanto reducen las oportunidades laborales a su zona de residencia) o que pasan periodos más largos viviendo de alquiler con el sector privado, que es más costoso y a menudo inseguro. Y eso comporta que la riqueza –la vivienda es un factor clave– se concentre más cada vez en generaciones mayores.
Pero no es solo donde y como se vive. Se han producido cambios profundos en relación con la vida laboral. En España lo muestra el cataclismo del aumento del paro juvenil tras la crisis financiera: si en el 2007 el paro de los que tenían entre 15 y 30 era del 13%, en el 2013 lo era del 42%. En el Reino Unido no aumentó y, de hecho, últimamente ha llegado al mínimo. Pero la cruz de la moneda ha sido el estancamiento salarial: los que nacieron en los ochenta no tienen ingresos más altos que los que nacieron 10 o 15 años antes a la misma edad. La crisis financiera ha sido el motor principal de esta tendencia preocupante, pero nuestro análisis muestra que antes de la crisis los ingresos de los jóvenes británicos ya se habían estancado. ¿Motivos? La caída de la movilidad laboral, un cambio hacia la precariedad y la desaceleración acentuada de las mejoras educativas. Esta última tendencia es notoria en España: tras 10 años de mejoras los jóvenes adultos con titulación apenas han aumentado durante la última década.
Combinado con que en el Reino Unido el Estado del bienestar desplaza el apoyo hacia las familias en edad de trabajar y los pensionistas, los ingresos que los mileniales aportan a su casa no ha aumentado en relación con la generación que los precede (la generación X, la de los nacidos entre 1966 y 1980). En España el descenso es enorme: un 30%. Esta es la crisis generacional. Y si en el Reino Unido hacen falta políticas públicas pensadas desde esta perspectiva, en España son absolutamente esenciales.
Políticas generacionales
Enmarcando los resultados obtenidos por la Comisión en contexto internacional, destaca el alcance de las similitudes que pueden detectarse en las economías avanzadas: desde los bajos tipos de interés al precio de la vivienda o el escaso incremento de la productividad hasta el impacto sísmico de las crisis financieras sobre la trayectoria de los que inician sus carreras profesionales entonces. Otros asuntos son específicos de cada país. La experiencia británica muestra, por ejemplo, que el incremento del paro juvenil en España no era inevitable. Y la caída de los planes de pensiones generosos de las empresas del Reino Unido, si lo comparamos con otros casos, han tenido un impacto muy superior en relación con la dependencia de las pensiones privadas.
Es en función de eso que entendemos que en algunos aspectos la respuesta política al desafío generacional debe ser similar en los diferentes países. Un reto político compartido es la necesidad de entregar la promesa del crecimiento del Estado del bienestar a las generaciones mayores en la medida en que la población envejece. La Comisión Intergeneracional argumentó que, vista la reivindicación de los niveles de vida de los jóvenes de hoy, una clave para solucionar la financiación sería aumentar el impuesto sobre el patrimonio cada vez más concentrado en las generaciones mayores.
Aparte de estos objetivos, cada país debe detectar retos específicos, y particularmente las políticas públicas que provocan el empeoramiento de las tendencias dominantes. En el Reino Unido significaría detener las reducciones asistenciales que refuerzan los desafíos salariales de las cohortes jóvenes. En España o Francia comportaría una revisión profunda de la legislación del mercado laboral que deja fuera de algunos jóvenes de los trabajos principales.
Nada de eso es sencillo. La Comisión nunca se propuso cambios fáciles ni rápidos. Pero los estados, de hecho, ya habían asumido los retos generacionales, introduciendo las pensiones estatales para los ancianos cuando la longevidad aumentaba o construyendo viviendas para los niños del baby boom. Ahora otra vez tendrán que enfrentarse el reto de fortalecer el contrato generacional para tener sociedades mejores y más cohesionadas.