El rol de la representación
La mayoría de encuestas muestran que los partidos y los políticos son las instituciones del sistema que los ciudadanos valoramos peor, las que merecen menos confianza. Es una dinámica que lleva tiempo instalada, si bien se ha profundizado a raíz de la crisis económica y política. Aunque es probable que los errores cometidos no hayan ayudado a mejorar la percepción, la tendencia es tan generalizada que es imposible vincularla a decisiones locales y concretas.
Nos encontramos ante una crisis del rol de la representación ligada a cambios que son estructurales. La atomización de las identidades, la caída de las afiliaciones o la profesionalización de la política y las dinámicas de difusión de la toma de decisiones han limitado no solo la capacidad de los partidos para desarrollar proyectos coherentes que puedan representar intereses colectivos. También la de transformar proyectos en políticas públicas. Así, se ha debilitado el vínculo de representación típico de la democracia, y ha aumentado la desconfianza entre los ciudadanos y los organismos con los que más se deberían identificar.
La creación de instituciones contramayoritarias (como los bancos centrales o los tribunales internacionales) más la aparición de gobiernos supra e infranacionales (que dividen el ejercicio del poder) han limitado la capacidad de actuación de los diferentes órganos. Esta dinámica ha dificultado el desarrollo de proyectos diferenciados y la comprensión de la atribución de responsabilidades por parte de los ciudadanos. El problema se ha agravado con la ruptura de las dinámicas de representación características de los viejos partidos como consecuencia del debilitamiento de las identidades políticas y la falta de proyectos coherentes y diferenciados a través de los cuales los ciudadanos podían sentirse identificados. El vínculo ha quedado vacío de contenido, muy vinculado al contacto con los grupos más movilizados que no siempre son los más representativos de la sociedad.
Una parte de la ciudadanía ya no percibe que las propuestas de los partidos tengan el objetivo de representar y defender sus intereses, lo que despierta la sensación de tener poca voz en la toma de decisiones y rompe la dinámica de representación. Todo ello ha provocado una deslegitimación y un alejamiento de los partidos en las percepciones de los ciudadanos. Al mismo tiempo, esta dinámica ha comportado el crecimiento de discursos antiestablishment y populistas que piden sobrepasar los partidos.
Imprescindibles
Los partidos, sin embargo, no han dejado de ser imprescindibles. En el vigente sistema de democracia representativa la representación necesita organizaciones que agrupen intereses de diferentes ciudadanos y que compitan en las elecciones para conseguir el apoyo de la ciudadanía. Sin esta agrupación de intereses y competición entre partidos, el vínculo entre ciudadanía e instituciones se debilitaría. Incluso podría llegar a desaparecer.
Hay que reconstruir el puente entre la ciudadanía y las propuestas de los partidos, generando un nuevo vínculo
Los partidos son necesarios. La generación de alternativas y el desarrollo de vínculos entre la ciudadanía y las instituciones donde se toman las decisiones requiere de organizaciones que trabajen. Su desaparición perjudicaría sobre todo a los sectores más desfavorecidos de la sociedad, porque son los que no se pueden organizar al contar con menos recursos.
El rol de los partidos en la democracia representativa es mayúsculo. Vital para el sistema. Hay que reconstruir el puente entre la ciudadanía y sus propuestas creando un nuevo vínculo. Un vínculo que ya no puede basarse en una identidad de clase o una identidad ideológica profundamente debilitadas en la actualidad. Pero tampoco puede basarse en el contacto único con los grupos más movilizados y fáciles de captar.