La nueva piedra filosofal
A lo largo de la historia de la humanidad, el progreso económico y el bienestar social han ido de la mano de los avances tecnológicos. Sin embargo, esos efectos positivos solo se hacen evidentes después de largos y difíciles períodos de transición, casi siempre con (pocos) ganadores y (muchos) perdedores. La inteligencia artificial (IA) es hoy uno de los motores del desarrollo más identificables, por ello, en la última década, se ha convertido en un tema común en los medios de comunicación. Hay muchas esperanzas puestas en sus capacidades para resolver problemas, aunque, por supuesto, estas potenciales habilidades generan desconfianza.
El objetivo central de la investigación en IA ha sido comprender los principios que subyacen al comportamiento inteligente y convertir esos principios en máquinas que luego puedan exhibir dicho comportamiento. En sus primeros años, a partir de 1956, se propusieron varias definiciones de inteligencia artificial, incluida la emulación del comportamiento humano y la capacidad de razonamiento lógico. Que una máquina posea un tipo de inteligencia general similar a la de un humano, es uno de los objetivos más ambiciosos jamás propuestos por la ciencia. Aunque quizá no sea alcanzable a corto plazo, los resultados son notables. Hoy, los avances de la IA, que superan con facilidad las capacidades humanas en ciertas actividades – jugar al ajedrez o al Go- son noticia, pero la IA ha sido una parte estándar del avance industrial y militar desde al menos la década de 1980. En este siglo se ha adoptado la metáfora de agente racional y autónomo para describir sistemas artificiales –software (y posiblemente también hardware) diseñados por humanos– que perciben y actúan para alcanzar al máximo sus objetivos. Estos sistemas pueden desenvolverse tanto en la dimensión física (e.g. controlando robots) como en la digital, es decir, en Internet.
El objetivo de la robótica inteligente no debería ser reemplazar a los humanos mecanizando y automatizando tareas, sino, más bien, encontrar nuevas formas que permitan a los humanos colaborar con los robots de manera más efectiva
En el mundo físico, la paulatina sustitución de humanos por robots autónomos en tareas repetitivas o peligrosas para los hombres y mujeres se acelerará a medida que mejore la emulación de las capacidades cognitivas en una máquina y prolifere la robótica. Los vehículos autónomos son una tendencia de investigación y una apuesta económica en esta dirección. El objetivo de la robótica inteligente no debería ser reemplazar a los humanos mecanizando y automatizando tareas, sino, más bien, encontrar nuevas formas que permitan a los humanos colaborar con los robots de manera más efectiva. En el espacio digital, Internet es un buen ejemplo de cómo los procesos de búsqueda y asociación de conceptos, usando herramientas basadas en la IA, facilitan la aparición de oportunidades para nuestras sociedades, como las comunidades de socorro y rescate surgidas tras el terremoto en la Ciudad de México en 2017, que usando GoogleMaps, Chats y conocimiento local fueron capaces de autoorganizarse para suplir una ayuda muy necesaria allí donde el Estado no llegaba.
Debido a su importancia tecnológica y estratégica, la IA se está transmutando en una nueva piedra filosofal. Los esfuerzos de las grandes empresas tecnológicas y los gobiernos para dominar la IA son una Magnum Opus. La última década, y en particular los últimos cinco años, ha sido decisiva para la IA, no tanto en términos de lo que podemos hacer con esta tecnología para mejorar la calidad de vida de los individuos sino de lo que estamos haciendo con ella, no siempre usándola con las mejores intenciones. Con la introducción de los llamados teléfonos inteligentes, en 2007, la IA se puso en las manos de todos. Estos dispositivos contribuyeron a la acumulación de grandes cantidades de datos y, por lo tanto, a la eficacia del aprendizaje automático. Hoy la mayor parte de la humanidad dispone de una conexión digital bidireccional con voz, texto, imágenes y datos de sensores digitales. De pronto, esta información mediada por la IA está, en potencia, disponible para todos. La transformación de esta información en dinero ha convertido a la IA en un instrumento de desarrollo económico sin precedentes pues no hay sector de la actividad humana donde no sea aplicable. Nuestros datos transmutados en conocimiento, valen más que los bitcoins. Además, a nivel global su uso está escasamente regulado y, en pocos casos, férreamente controlado por el Gobierno.
La Unión Europea (UE) tiene su propia definición, quizá una de las más completas que existe, que coloca a los humanos en el centro
En la línea de regular el uso de la IA, la Unión Europea (UE) tiene su propia definición, quizá una de las más completas que existe, que coloca a los humanos en el centro arrogándoles la exclusividad de la creación y control de estos artefactos, por lo tanto, es un humano o una empresa quién asume la responsabilidad de las acciones llevadas a cabo por el sistema inteligente. Un elemento que caracteriza estos sistemas es que sus acciones pueden tener plenas consecuencias económicas y legales para sus dueños. Las TIC facilitan la difuminación de la distinción entre humano y agente racional. En gran medida, este efecto permite que la IA se vuelva invisible pero omnipresente. Una de las herramientas basadas en la IA, más invisible y más popular, es la búsqueda de documentos, lo que permite a los usuarios de la Web encontrar aquello que buscan entre billones de páginas Web con solo escribir unas pocas palabras.
Es por este motivo por lo que, en 2018, la UE produjo unas Directivas Éticas para una IA fiable. Su uso debe asegurar a los ciudadanos que la IA producida en Europa, siguiendo estas guías, respeta sus derechos básicos, en todos los ámbitos ético, legal, socioeconómico, cultural y de género.
El reto actual está en transformar la IA confiable en una herramienta que promueva una economía sostenible, distributiva y justa, alejada del estilo de Google, Amazon, Facebook, Microsoft y Ali Baba
El crecimiento económico equilibrado, a largo plazo, está impulsado por la innovación basada en la IA. El ritmo de cambio de nuestra cultura y tecnología se debe en parte al número sin precedentes de ciudadanos con buena salud y formación que, además, están conectados entre sí por las TIC, pero también al aumento del uso de herramientas basadas en la IA. Tras el Reglamento General de Protección de Datos, el Parlamento Europeo, en 2020, comenzó a regular la IA, por lo que no es de extrañar que muchas empresas afirmen que esta regulación limitará las capacidades competitivas de la industria europea. El reto actual está en transformar la IA confiable en una herramienta que promueva una economía sostenible, distributiva y justa, alejada del estilo de Google, Amazon, Facebook, Microsoft y Ali Baba. No me cabe duda que el ciudadano optará por esta vía si al tiempo sabe que se respetan sus derechos y los de todos.
A nivel local necesitamos de más y mejor formación, en particular de una sólida formación tecnológica de las nuevas generaciones, con el fin de cerrar las crecientes brechas de desigualdad que la digitalización está trayendo. El desafío para una sociedad justa, como la que queremos para nuestros hijos y nietos, es lograr un orden civilizado, respetuoso con el ambiente y democrático, utilizando para ello las capacidades de cálculo disponibles y la IA para alcanzar sus objetivos.