Ocho lecciones sobre educación
Un día nuestros alumnos iban a la escuela y el siguiente ya estuvieron confinados en casa con las familias. Lo que parecía un paréntesis de quince días serán seis meses sin ir a la escuela. El cierre de escuelas debido a la crisis pandémica no sólo ha comprometido el derecho a la educación: ha activado el debate sobre aprendizaje, desigualdades, brecha digital y conciliación. Estamos ante el experimento masivo más repentino y radical de toda la historia de la educación.
No nos tiene que extrañar que un sistema educativo diseñado para la presencialidad, con más de cien mil docentes y un millón y medio alumnos, no se pueda adaptar de un día para otro. Tenemos que reconocer que el reto para los maestros, escuelas y administraciones ha estado estresante y a menudo épico.
Pero si lo miramos con atención, las dificultades son sintomáticas. La baja inversión comparada en educación a Catalunya explica muchas de las limitaciones. Hemos visto mucha disparidad en la cantidad y calidad de atención educativa que han garantizado diferentes escuelas. Se ha manifestado la desigualdad económica y cultural entre familias a la hora de acompañar a sus hijos, ofrecer conectividad o un espacio al hogar donde estudiar. El liderazgo del Departament d’Educació ha sido confuso y ambivalente, a veces minimizando la pérdida de aprendizajes, otros apelando a un tercer trimestre digital y finalmente incapaz de ofrecer una atención presencial básica a los alumnos con más necesidades. Todavía nos preguntamos por qué somos uno de los países más restrictivos a la hora de reabrir total o parcialmente las escuelas.
Necesitaremos mucha reflexión. Provisionalmente propongo ocho lecciones aplicadas de esta crisis que pueden servirnos para construir un futuro educativo de país.
Escuela y cultura digital
La primera es sobre la autonomía de los centros educativos. Nuestro país parte de una tradición educativa muy centralista, prescriptiva y burocrática comparada con los otros países de la OCDE. Es un modelo obsoleto para las escuelas, que son instituciones profesionales que necesitan un margen de decisión sobre cuál es la mejor manera de organizar equipos, temarios, tiempo y metodologías si quieren ser efectivas. Pero hemos entendido mal la autonomía si la administración centrifuga las responsabilidades a los centros. La autonomía bien entendida implica que el equipo de un centro reciba orientaciones, recursos, herramientas y acompañamiento por parte de la administración y así poder tomar sus decisiones. Necesitamos una nueva administración que lidere los cambios y aporte las capacidades que los centros necesitan tanto para abordar una crisis de salud como las transformaciones y retos educativos de nuestro siglo.
Tocará hacer una parte del tiempo escolar híbrido-digital en bibliotecas, museos, espacios comunitarios o instituciones culturales y científicas de la ciudad. Es una oportunidad para conectar la escuela con su comunidad, y reconocer que una ciudad es un ecosistema de oportunidades de aprendizaje vivas que la escuela debe conectar y aprovechar.
La educación online abre la segunda lección. Parecía un escenario futuro y de sopetón ha ocurrido un cotidiano forzado. Durante este periodo hemos utilizado herramientas digitales, pero en general podemos hablar más de educación de emergencia, de tareas online o de vínculo telemático que no de una verdadera educación y aprendizaje digital. No es extraño: hemos perdido muchos años sin invertir en cultura digital docente. Las máquinas no educan: la investigación nos dice que si utilizamos herramientas digitales por un aprendizaje tradicional los resultados incluso empeoran. El aprendizaje digital gana cuando se aprovecha para ofrecer evaluación y feed-back continuo, potencia el aprendizaje colaborativo y la autogestión asíncrona de rutinas de aprendizaje autónomo por parte del alumno. Y nos confirma que la verdadera brecha digital recae en los referentes adultos disponibles que pueden acompañar al alumno en el hogar. Hemos aprendido que cuando no están, son la escuela o los programas digitales comunitarios quienes tienen que ofrecer otros referentes para evitar convertir la promesa de un paraíso digital en un infierno que amplifica las desigualdades. ¿Quizá también hemos aprendido que la conectividad en los hogares con menores y pocos ingresos tiene que estar garantizada, y que el coste sería asumible?
En tercer lugar hemos aprendido que la escuela es sobre todo una institución social. El cierre escolar ha puesto a prueba la convivencia familiar, la conciliación laboral y ha convertido el teletrabajo en un malabarismo estresante. Es obsoleto ver una escuela como una academia instructiva que transmite contenidos y corrige deberes. Es ofensivo que se haya equiparado la función de custodia de la escuela a la de un garaje. La escuela es también una comunidad, un espacio de socialización, crecimiento, identificación y pertenencia de los alumnos. Y para muchos alumnos el maestro no es sólo un referente valioso sino el representante de nuestra sociedad adulta ante ellos.
La cuarta lección es redescubrir que un maestro es sobre todo un tutor. En la distancia nos hemos dado cuenta de que digitalmente podemos hacer llegar vídeos formativos, decenas de contenidos para leer y centenares de fichas y ejercicios a completar por cada alumno. Pero lo realmente imprescindible es entender al maestro como un experto que acompaña el aprendizaje grupal y personalizado, un orientador académico y personal. Hemos entendido que las tecnologías necesitan ser domesticadas y sobre todo humanizadas para ser significativas.
Redescubrimientos y retos
Tenemos que aprender que un sistema educativo sobre todo tiene que orientar y retener a los estudiantes. Un 19% de los alumnos de nuestro país abandonan prematuramente los estudios, y la mayoría arrastrarán las consecuencias a lo largo de la vida sufriendo paro, precariedad laboral y económica. Es una cifra inaudita que duplica la media europea. Necesitamos un sistema de orientación académica que sea capaz de prevenir y revincular a los estudiantes perdidos antes de que sea demasiado tarde. Orientamos poco, tarde y mal, no hemos invertido lo bastante en formación profesional de calidad y todavía consideramos las becas como una política asistencial en lugar de una política educativa. Este curso muchos alumnos habrán terminado la educación obligatoria en casa, y el riesgo de abandono nos pedirá una campaña de orientación, repesca y rematriculación de estudiantes perdidos.
La sexta nos habla de la cooperación entre escuela y familia. En la distancia estos dos mundos, que tradicionalmente han vivido desconectados, se han necesitado mutuamente. La investigación muestra que es una mala idea convertir a madres y padres en maestros o en policías de los deberes. En cambio sabemos que las familias podemos desarrollar actitudes y hábitos cotidianos muy efectivos para el aprendizaje y el éxito escolar. Las escuelas se deben plantear que padres y madres no nacen enseñados y que los programas de capacidades parentales permiten aportar orientaciones y consejos para promover en el hogar hábitos efectivos. Entre estos quiero destacar la promoción del hábito y el gusto por la lectura, que se forja en las oportunidades que ofrecemos en el entorno familiar y comunitario.
El verano puede ser una oportunidad de aprendizaje o una fuente de desigualdades. La investigación internacional nos dice que las 11 semanas de vacaciones de verano provocan un retroceso de aprendizajes escolares, que llega a ser de entre 2 y 3 meses en los alumnos con más dificultades. Han demostrado ser muy efectivos los programas que garantizan que todos los niños con dificultades de cada municipio accedan a campamentos, casales, escuelas de verano y actividades de aprendizaje con un componente competencial. A partir de este verano tenemos que garantizar unos 500€ por alumno en situación de pobreza a fin de que como mínimo pueda participar en 80 horas a lo largo de 4 semanas, y abrir bibliotecas y equipamientos cívicos durante el mes de agosto y la primera quincena de septiembre cuando no hay oferta de actividades.
La octava y última lección la veremos en septiembre. Aprenderemos que podemos convertir nuestros pueblos y ciudades en una gran aula. Los criterios de prevención de contagios por el próximo curso pedirán combinar modalidades híbridas de aprendizaje presencial y telemático. Tendremos más maestros para hacer grupos más pequeños, pero muchos centros no disponen de aulas suficientes. Eso obliga a repensar los tiempos y espacios escolares. Los modelos de ‘blended learning’ han venido para quedarse y pueden ser muy efectivos si invertimos en formación de los docentes y trabajo en equipo para implementarlos. Tendremos que hacer una parte del tiempo escolar híbrido-digital en bibliotecas, museos, espacios comunitarios o instituciones culturales y científicas de la ciudad. Son equipamientos que tienen valores, conocimientos y pericias propias para enriquecer el currículum escolar. Esta es una oportunidad para conectar la escuela con su comunidad, y reconocer que una ciudad es un ecosistema de oportunidades de aprendizaje vivas que la escuela tiene que conectar y aprovechar.
Como veis todas las lecciones que propongo pivotan sobre la inversión en los ejes de innovación y equidad. La experiencia no nos ha dicho nada nueve, pero nos ha transformado la mirada. En todos estos aspectos habíamos perdido unos años y ahora es hora de recuperarlos.