The time is up. Ética y estética en el museo
Para muchas generaciones de americanos, los museos eran espacios de aprendizaje –como las bibliotecas– y de reflexión –como las iglesias–, donde la belleza y los valores eternos se encarnaban en obras de arte coleccionadas por grandes empresarios que, además, tenían la buena voluntad de ponerlas a disposición pública.
Con el tiempo se ha ido cuestionando el origen lícito de algunas colecciones, así como la figura de los mismos filántropos, movidos más bien por el blanqueo de capital y el estatus social que por el altruismo. Y la sombra de esta debilidad ética es alargada. Eso explica que estemos asistiendo periódicamente a manifestaciones enfrente de los principales museos de Estados Unidos que cuestionan el dinero que los sustenta, el origen de las colecciones que exponen y las personas que los dirigen.
Protestas en los museos
El febrero pasado, la fotógrafa Nan Goldin y el grupo de activistas P.A.I.N (Prescription Addiction Intervention Now) se manifestaron desde el interior de la rotunda del Guggenheim Museum hasta las escaleras del Metropolitan de Nueva York en contra de los Sackler, una de las familias más ricas del país y filántropos de las grandes instituciones culturales americanas. No era la primera vez que Nan Goldin se manifestaba públicamente en contra la familia Sackler, propietarios de Purdue Pharma, la farmacéutica que comercializa el OxyContin. Este medicamento es un analgésico muy potente, derivado de los opiáceos, que durante las últimas décadas se ha recetado de manera masiva como calmante sin advertir de sus efectos adictivos, parecidos a los de la heroína y la morfina. En el 2007 la farmacéutica ya pagó una multa millonaria para ocultar este efecto secundario. Desde aquel momento acumula miles de denuncias que les hacen responsables de la terrible epidemia de los opiáceos en Estados Unidos que ha acabado con la vida de 200.000 personas.
Por otra parte, desde principio 2019, el colectivo Decolonize This Place llevó a cabo protestas semanales delante del Whitney Museum of American Art. Pedían la expulsión del miembro de su patronato, Warren B. Kanders –propietario de la empresa Safariland-. Esta empresa produce todo tipo de suministro militar, como el gas lacrimógeno que se está utilizando en la frontera con México para frenar los migrantes que llegan a Estados Unidos buscando asilo.
Periódicamente se celebran manifestaciones ante los principales museos de los Estados Unidos que cuestionan el dinero que los sustenta, el origen de las colecciones que exponen y las personas que los dirigen.
Más recientemente, en el marco de la reapertura de la remodelación del MoMA, un grupo de activistas consiguieron colarse en la pre-inauguración para personas VIP. Pedían a Larry Fink –miembro del patronato del museo y propietario de BlackRock- que dejase de invertir en el negocio de las prisiones americanas. BlackRock el segundo inversor más importante de las prisiones privadas en EE.UU., responsables de un alarmante sistema de encarcelamiento masivo y racista que ha hecho de EE.UU. el país con más presos del mundo. Paralelamente a esta acción, más de 220 artistas, comisarios y académicos firmaron una carta dirigida a Glenn Lowry, director del MoMA, pidiendo que el museo rompa este vínculo con el vergonzante negocio de las prisiones privadas de Estados Unidos.
Cuando escribo este artículo (18 de noviembre del 2019), todavía no ha habido un solo movimiento oficial por parte de la dirección del MoMA. En el caso del Withney, después de seis meses de protestas y que un centenar de trabajadores del museo y casi la mitad de los artistas de la Whitney Bienal 2019 escribieran una carta abierta en contra de Warren B. Kanders, este renunció a su lugar de patrono, aunque no se retirará su nombre del edificio.
En la misma línea, el Metropolitan Museum anunció en el mes de mayo que no aceptaría futuras donaciones de la familia Sackler, después de que el Guggenheim se adelantara en esta nueva política de desarrollo. También influyó el ruido provocado por el hecho de que Nan Goldin comunicó a la National Portrait Gallery de Londres que no haría la retrospectiva prevista si aceptaban la donación de un millón de libras de la familia Sackler. Tras una semana de mucha presión mediática, el museo británico comunicó que no aceptaba el dinero, una victoria que Nan Goldin celebró como un primer paso para que las instituciones culturales replanteen los criterios éticos de aceptación de patrocinios.
Revisión de los códigos
En épocas de confusión moral como la presente, la ciudadanía quiere poder confiar en sus instituciones y la neutralidad deja de ser una opción. Afortunadamente, la buena noticia es que si eso pasa enfrente de estos museos es porque la ciudadanía los siente suyos como garantes de los valores comunes y reconoce la labor ingente que se ha hecho para introducir nuevas narrativas más inclusivas, para hacerlos más participativos y, en definitiva, más relevantes para la sociedad.
En Estados Unidos, la financiación gubernamental de los museos es muy escasa, totalmente insuficiente para unas instituciones que por su envergadura y por el patrimonio que conservan nunca podrán ser sostenibles. Eso hace que dependan en gran parte de la financiación privada de las familias acomodadas y del dinero de las grandes corporaciones y, en algunos casos, la necesidad (y la hipocresía) ha cegado la ética.
Pero con las nuevas generaciones que alzan su voz por el cambio climático, la pobreza sistémica, la prohibición de las armas, la violencia racista, los derechos de las minorías, los efectos del colonialismo, etc., nada hace pensar que este escrutinio público disminuya próximamente, con la amenaza de que cualquier protesta se puede hacer viral en cuestión de minutos y dañar la imagen de la institución. Los museos tendrán que revisar sus códigos éticos y ser capaces de implicar empresas social y ambientalmente responsables porque, si bien no pueden prescindir del dinero privado, parece que the time is up.