Una agenda integral para la acción climática
Han corrido ríos de tinta sobre la necesidad de abordar la transición ecológica y combatir los riesgos climáticos como parte fundamental de la recuperación de la crisis del COVID-19. Sin embargo, y desde mi punto de vista, esta agenda integral para generar resiliencia al cambio climático está todavía poco y mal desarrollada.
Los riesgos a los que nos enfrenta el cambio climático siguen siendo percibidos, en demasiadas ocasiones, como lejanos, abstractos y ajenos a la vida cotidiana, por una buena parte de la población, así como para diversos actores sociales con poder de decisión. Las causas subyacentes a este error en la percepción de riesgo son muy similares a las mismas razones que han conducido a políticos y líderes del sector privado a subestimar el impacto que podía tener una epidemia como la del COVID-19 hace unos años, incluso pocos meses, así como seguramente su importancia en los próximos tiempos.
Así pues, se hace imprescindible una agenda integral de acción climática que sea capaz de concebir y enfrentar el cambio climático como un riesgo sistémico. Un plan de acción que reconozca, de forma transparente, qué son y qué no son decisiones científicas, y que someta a deliberación democrática temas críticos para la sociedad y las generaciones futuras. Dicha agenda requerirá, además, de nuevas fórmulas de asesoramiento científico, muy distintas a las que se perfilan estos días. Un sistema de asesoramiento científico eficaz en tiempos de crisis tiene que están formado y en marcha para que pueda funcionar cuando lleguen las emergencias. Improvisarlo, no sirve.
El cambio climático como riesgo sistémico
El cambio climático es un riesgo sistémico: su impacto genera turbulencias en el sistema socioeconómico y planetario en su integridad, no solamente a una parte o componente del sistema. Además, constituye un riesgo interno del sistema, no el resultado de un evento externo.
Sin embargo, tendemos a ver los riesgos del cambio climático como externos a la vida socioeconómica, disociados del entorno financiero, o de la salud planetaria. Eventos como un huracán, una inundación o una sequía, siguen percibiéndose, en el imaginario colectivo, como fenómenos externos, puntuales, a los que se puede responder con actuaciones preventivas o de los que se puede uno recuperar una vez transcurrido el desastre. Este mismo error nos lleva a perder de vista que la acumulación de gases de efecto invernadero está generando impactos en diferentes puntos del planeta que, tarde o temprano, colapsaran la posibilidad de reaccionar a tiempo.
Se hace imprescindible una agenda integral de acción climática que sea capaz de concebir y enfrentar el cambio climático como un riesgo sistémico. Un sistema de asesoramiento científico eficaz en tiempos de crisis tiene que están formado y en marcha para que pueda funcionar cuando lleguen las emergencias. Improvisarlo, no sirve.
Conocemos el impacto de determinadas prácticas que llevan al límite las estructuras socioeconómicas, como por ejemplo las cadenas globales de suministro de productos agrarios, con consecuencias para la seguridad alimentaria. Sabemos también, que fenómenos como el derretimiento del permaforst, afectan la inmunología humana, liberando partículas virales para las cuales no tenemos inmunidad. En entornos como el lago del Chad, el impacto del cambio climático multiplica vulnerabilidades y aviva los conflictos, la violencia, la desigualdad y las situaciones de abuso, originando una de las peores emergencias humanitarias.
Finalmente, si miramos al mundo financiero, el cambio climático supone sin duda un riesgo sistémico, tanto por los potenciales riesgos físicos a infraestructuras y cadenas de suministro como por los riesgos de transición. Cascadas de eventos podrían desplomar el sistema financiero mundial de una forma mucho más profunda que el mismo COVID-19. En resumen, sin una perspectiva sistémica, no será posible entender las consecuencias negativas del cambio climático hasta que éstas se manifiesten, y para entonces, ya será demasiado tarde.
Distingamos lo que es y lo que no es una cuestión científica
Una de las complejidades fundamentales del cambio climático es que no se ve ni se huele, solo se perciben las consecuencias, como anomalías en el tiempo, en forma de subidas exageradas de la temperatura o lluvias destructivas sin precedentes.
Las ciencias naturales han sido pioneras en ayudarnos a vislumbrar las causas y consecuencias de las emisiones de gases invernadero, a visualizar y entender el cambio climático. A través de un trabajo interdisciplinario que ha generado lo que conocemos hoy como las ciencias de la tierra, y sobre todo con el advenimiento de supercomputadores, hemos podido madurar la modelización del clima y todos sus componentes, así como generar servicios climáticos que contribuyen a una mejor toma de decisiones basada en la evidencia científica.
En estos últimos años, múltiples estudios socioeconómicos, casos de adaptación climática exitosos y proyectos interdisciplinarios y transdisciplinarios, con la participación de la industria o de las comunidades locales, han mejorado el entendimiento de los problemas climáticos y ofrecido posibles soluciones.
Además, la ciencia del cambio climático está hoy bien estructurada, a través del rol central que juega el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), institución que, además de generar consenso científico, funciona como órgano asesor de políticos y actores sociales.
Sin embargo, no solamente necesitamos una mayor y mejor integración de las diversas disciplinas científicas que nos permita concebir el problema como un riesgo sistémico. Es también urgente reconocer que toda esta arquitectura científica será insuficiente para impulsar el cambio social en la búsqueda de soluciones o alternativas −tanto tecnológicas como sociales y conductuales−; en solventar nuevos dilemas éticos; en proteger a los sectores más vulnerables de la sociedad y a las regiones más pobres; y, en definitiva, en visualizar el mundo que queremos dejar a nuestros hijos, nietos y generaciones venideras. Estos debates trascienden el ámbito estrictamente científico. Son cuestiones normativas de interés público y escala global. Para esto se necesita un sistema coordinado de la ciencia a nivel nacional y un sistema de asesoramiento científico independiente pero integrado en los círculos políticos relevantes.
Muchas de estas decisiones deberán enfrentar un elevado grado de incertidumbre. El reduccionismo, la tendencia a la simplificación o las tendencias mecanicistas crean puntos ciegos que no permiten comprender el cambio climático en su globalidad, como un riesgo sistémico que requiere no sólo de una visión transdisciplinar sino también de un debate abierto y democrático.
La falta de reconocimiento de esta diferencia entre las contribuciones de la ciencia y los limites de la misma, especialmente cuando no existe un sistema apropiado de asesoramiento científico, lleva, en muchas ocasiones −como estamos comprobando en el caso del COVID-19− a respuestas politizadas, pseudociencias partidistas y errores imperdonables. Respuestas que nos recuerdan la necesidad de un debate normativo informado y la importancia de la independencia científica.
La necesaria deliberación democrática
Es urgente fomentar los cambios necesarios para lograr una sociedad neutra en carbono y enfrentarse a las consecuencias inmediatas e inevitables del cambio climático. Este cambio sistémico presenta también algunas oportunidades, como la modernización de la economía, la innovación tecnológica, el emprendimiento con conciencia social o el impulso de nuevas sinergias y colaboraciones. Además, emergen nuevas oportunidades de financiación asociadas a instrumentos como el Pacto Verde Europeo.
Nos encontramos en un escenario de gran incertidumbre, donde difícilmente podremos escoger claramente entre una u otra dirección. Sólo alcanzaremos resultados satisfactorios a través de una fuerte implicación ciudadana y el trabajo conjunto de todos los sectores sociales. Para ello, necesitaremos dotarnos de nuevas fórmulas de gobernanza, que, sin comprometer la independencia de la ciencia, permitan el diálogo democrático con la ciudadanía y los grupos de interés.
Aún estamos a tiempo de reconocer que el cambio climático es una cuestión de interés público que debe someterse a la participación e implicación ciudadana. Un proceso guiado por la evidencia científica pero también por el reconocimiento de los principios y valores que deberán orientar la toma de decisiones.
Asesoramiento científico en tiempos revueltos. Una oportunidad para Barcelona.
He argumentado que necesitamos una agenda integral de acción climática, capaz de concebir y enfrentar al cambio climático como un riesgo sistémico, que reconozca de forma transparente lo que son y lo que no son decisiones científicas, y que someta a deliberación democrática los temas críticos para la sociedad y las generaciones futuras.
También se necesita un sistema independiente de asesoramiento científico mucho antes de que lleguen los problemas graves. En su ausencia los científicos que hacen de asesores puntuales tienen miedo. Miedo a pedir a los responsables políticos y a las industrias implicadas medidas rápidas y de gran envergadura. Temen el riesgo sistémico, el catastrofismo, la falta de aceptación social. Impera la idea que un discurso optimista es más fácil de interiorizar que un mensaje realista, aún con el debido reconocimiento de la incertidumbre. Esta situación conduce a la parálisis, e incluso a un optimismo irrealista como el que llevamos sufriendo décadas con relación al cambio climático.
Muy a menudo, este miedo surge de la incapacidad de entender que el proceso científico debe ser transdisciplinar, debe ir más allá y complementarse con la participación ciudadana y la deliberación democrática, debe estar organizado de forma independiente pero relevante. La falta de reconocimiento de estos elementos fundamentales nos conduce inevitablemente a la politización de la ciencia y sobre todo, a la inacción. Cuando los riesgos sistémicos se manifiesten, todo serán culpas y dedos acusadores, y será ya demasiado tarde para tener buen asesoramiento.
Vivimos tiempos revueltos. Necesitamos instrumentos de asesoramiento científico con una visión integradora y realista, independiente, capaz de reconocer las dificultades, la complejidad y la incertidumbre. Necesitamos un sistema coordinado de asesores científicos que permitan ver los peligros del cambio climático y combatirlos sin miedo. Que nos provean de rigor científico; de más y mejores herramientas de previsión, adaptación y respuesta; pero también que nos devuelvan los derechos humanos de decisión y agencia, imprescindibles para construir un futuro mejor para todos.
El ecosistema de innovación de Barcelona está contribuyendo de forma significativa a la acción climática. El Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación está desarrollando una herramienta que permitirá anticipar fenómenos extremos para las próximas semanas, meses y años para gestionar mejor los protocolos de protección civil. En el Instituto de Salud Global de Barcelona estudian el efecto del cambio climático sobre la propagación de enfermedades infecciosas como la malaria, el dengue o el zika. También son numerosas las start-ups que están abanderando la transición hacia una economía circular. Es el momento de aprovechar estos conocimiento y tecnologías a través de la colaboración entre academia, industria y administraciones, poniendo el ciudadano en el centro del proceso deliberativo.
La ciudad de Barcelona debe aprovechar su estrategia de diplomacia científica para responder colectivamente al reto mayúsculo al que nos enfrentamos. Debe erigirse como el ágora global capaz de conjugar su capital científico y tecnológico con nuevos instrumentos de participación democrática y colaboración internacional. Lideremos una agenda integral contra el cambio climático y propongamos un sistema mejor coordinado de asesoría científica, antes que los problemas graves nos obliguen a responder.