En busca del sentido: transformaciones de la religión en tiempos convulsos
Hay quien dice que el COVID-19 es un ultimátum del planeta tierra. Otros afirman que es uno forma de autosabotaje del capitalismo. También hay quien cree que es uno oportunidad para repensarnos como humanidad. Y son muchos los que están convencidos que es el final, la antesala del apocalipsis. Estas últimas semanas las teorías proliferan de forma desbocada por las redes sociales. Las hay para todos los gustos. Algunas con tono de conspiración y otras empapadas de humanismo ecológico, las hay que recuerdan el estilo de un manual de crecimiento personal y otras beben de una matriz claramente religiosa. El abanico es amplio pero todas tienen un denominador común: la voluntad de dar sentido al momento actual, a la pandemia, a la interrupción de la vida tal como la conocíamos. Buscar pistas, interpretarlas, evaluarlas y construir una explicación. En cierta manera, eso es lo que, de una forma más o menos explícita, más o menos chapucera, hacemos todos: buscar una teoría que nos permita domesticar la angustia y, al mismo tiempo, si es posible, que nos dé herramientas para afrontar la cotidianidad y pensar el mañana.
A lo largo de toda la historia, las religiones han tenido un papel preponderante, y casi hegemónico, en este ámbito. Las religiones como proveedoras, y transmisoras, de relatos. También como creadoras de normas y de mecanismos para imponerlas. Las religiones como fuente de sentido y garantes de la moral. Hoy día las explicaciones de carácter religioso siguen disfrutando de protagonismo por todo el planeta pero, en muchos lugares, como aquí mismo, han perdido su estatus hegemónico. Catalunya se perfila como uno de los territorios más secularizados del mundo contemporáneo. Una secularización que va estrechamente ligada con la caída, casi en picado, de las personas que se identifican como católicas. Es una transformación condensada en una generación. Los datos que tenemos nos muestran que entre las personas de más de 64 años, un porcentaje del 87,1 se declaran católicas. Una cifra que desciende hasta el 34,3% entre los que se ubican en la franja entre los 16 y los 24 años. Un cambio que, según los datos de las que disponemos, es mucho más moderado en España, donde la media de personas que se identifican como católicas bordea el 68%.
Mapa de las religiones
Catalunya, en términos de identificación religiosa, y también a nivel de práctica, se asimila a países como Noruega o Suecia. Ahora bien, Catalunya no es un país del Norte de Europa. Tampoco en términos de religión. En el Norte de Europa, la Iglesia sigue disfrutando de un fuerte prestigio social. Y si bien es cierto que, allí también, las iglesias cristianas han perdido fieles en las últimas décadas, eso no ha implicado que la reputación de la institución entrase en crisis. La Iglesia es percibida como una institución con legitimidad para intervenir en la vida pública y con credibilidad para hacer sentir su voz. En Catalunya no. La Iglesia Católica es una de las instituciones que peor valorada en las encuestas. La explicación no es unívoca. Por una parte, la historia, a veces, pasa factura. Y el papel de la Iglesia durante el franquismo todavía tiene un peso preeminente en la memoria social del país. Por otra parte, la jerarquía eclesiástica no ha sabido hacer suya, o visibilizar, la tarea de una iglesia asociativa y comprometida que, a menudo, disfruta de buena reputación a nivel local pero que es vista como desconectada –casi como antagónica- de la institución.
Aunque el crecimiento de las minorías religiosas es un fenómeno relevante, no es un fenómeno sustancialmente nuevo. Sólo hay que pasear por la judería de Barcelona o de Girona para descubrirlo. Lo que es realmente nuevo, siguiendo con el filósofo canadiense Charles Taylor, es que dicho pluralismo se produce en la que él denomina era secular.
Y hay otra razón. Y es más de fondo. O de trasfondo, que diría al filósofo canadiense Charles Taylor. En nuestra sociedad, las grandes instituciones –también de otra índole como sindicatos o partidos políticos- han perdido fuerza como estructuradoras de la vida social y personal. Se multiplican los proveedores de sentido y se fragmentan las instituciones que articulan la vida social. Lo que caracteriza el mundo contemporáneo es el pluralismo, y no la secularización, decía hace unos años al sociólogo norteamericano Peter Berger. Un pluralismo que nos conduce al imperativo herético, la necesidad de escoger. La existencia de múltiples opciones hace que las instituciones religiosas pierdan plausibilidad y que la acomodación automática en un mundo religioso heredado no pueda darse por descontado. En algún u otro momento nos vemos obligados a escoger –o en última instancia, a asumir que no queremos escoger- y a justificar nuestra opción. Además, en un mundo globalizado como el nuestro, donde las migraciones –tanto de personas como de ideas- se aceleran a velocidades inusitadas, crecen las opciones disponibles.
Hoy día en Catalunya hay 1360 centros de culto religioso, no católicos. De entre estos, destacan las iglesias evangélicas (725), difíciles de describir con un único adjetivo por la heterogeneidad de las comunidades que engloba. Las hay profundamente conservadoras o muy progresistas, hay algunas muy austeras en el culto y otras en las que el fervor religioso se expresa con intensidad. La segunda minoría es el islam. Se contabilizan 256 oratorios musulmanes en todo el territorio catalán. Muchos de ellos, todavía, arquitectónicamente invisibles, disimulados en medio de polígonos industriales. Testigos de Jehová, centros budistas e iglesias orientales ocupan las posiciones siguientes. Seguidos por otros grupos con una presencia ya mucho más minoritaria (Hinduistas, Adventistas del Séptimo Día, Mormones, Sijs, la Fe Baha’í o el judaísmo). El crecimiento exponencial de la diversidad religiosa ha espoleado las iniciativas interreligiosas. También se han puesto en marcha numerosas acciones políticas, especialmente en el ámbito local, encaminadas a acomodar esta diversidad.
Se ha incrementado la oferta religiosa. Pero si habláramos en términos economicistas, diríamos que no nos encontramos a una situación de libre mercado donde todas las confesiones religiosas disponen de las mismas opciones para atraer fieles. La diversidad religiosa aquí, aún demasiado a menudo, se conjuga con situaciones de precariedad que complejizan y dificultan el reconocimiento. Asimismo, y a pesar de que existe una cierta voluntad institucional encaminada a combatir las discriminaciones religiosas, a menudo las minorías –y especialmente el islam- se convierten en el blanco fácil de los discursos populistas y de extrema derecha. La legislación, al mismo tiempo, está anclada en el denominado reconocimiento asimétrico, en el que la Iglesia Católica sigue teniendo una posición preeminente. No es sólo la legislación, también la existencia de formas de catolicismo banal, a menudo no reflexionado, que se hace visible en la creación de una frontera entre “nosotros” y “ellos”. También una laicidad que, a veces, paradójicamente, se alía con los sectores además de conservadores para arremeter con bastante contra el islam. Un laicismo que olvida que, en Catalunya, la laicidad empezó a forjarse a finales del siglo XIX y principios del XX a partir de la colaboración de grupos heterodoxos como espiritistas, librepensadores, teósofos o masones. La dictadura, sin embargo, quebró este genealogía y determinados relatos de la modernidad nos han socavado esta memoria.
Pluralismo en la era secular
Sea como sea, y si bien el crecimiento de las minorías religiosas es un fenómeno relevante, no es un fenómeno sustancialmente nuevo. Sólo hay que pasear por la judería de Barcelona o de Girona para redescubrirlo. Lo realmente nuevo, siguiendo con el filósofo canadiense Charles Taylor, es que ese pluralismo se produce en la que él denomina “era secular”. Un tiempo histórico en el que el individuo ha desplazado a Dios del centro del universo, y la Verdad –en mayúsculas- deja de estar ubicada en entidades exteriores para pasar a residir en el interior de cada uno. Un tiempo en el que la investigación de la plenitud ya no se vehicula, exclusivamente, a través de las religiones tradicionales. Emergen nuevos proveedores de sentido, se desregula el mercado de los símbolos religiosos y, al mismo tiempo, el individuo se siente capaz de autentificar aquello que cree, aquello que siente, sin ayuda, o intermediación, de una autoridad institucional. Un contexto de experiencias híbridas: desde católicos que se compran un buda de jardín para decorar, a las adolescentes musulmanas que desconfían del imán del oratorio pero siguen con devoción youtubers de la órbita musulmana o aquellos que se consideran ateos pero cantan mantras con los ojos cerrados en un retiro de yoga.
La religión vive momentos de transformación. Por una parte, la religión gana preeminencia como vehículo identitario a nivel global y se produce un impulso de los movimientos sociales, políticos y culturales que se expresan en clave religiosa. Eso, inevitablemente, y a pesar de la fuerza de la secularización, tiene un impacto en nuestra circunstancia. El espejo global revitaliza y da impulso a la re-articulación local en clave religiosa espoleada tanto por determinados grupos católicos, como por algunas minorías y otros actores políticos y sociales. La batalla ideológica está servida y la moral pública se convierte en terreno para la confrontación. La situación en Catalunya no es equiparable a lo que se desarrolla en otros lugares del mundo pero también nos llega el influjo de esta tendencia.
Por otra parte, la investigación del sentido escapa, cada vez más, de los apremios institucionales de la religión y se expresa a través de nuevos lenguajes. El crecimiento del llamado MacMindfulness o la expansión de formas espirituales de consumo rápido ganan presencia como vías –casi desesperadas- de investigación de sensaciones de bienestar emocional o espiritual. En paralelo, sin embargo, también emergen espacios de espiritualidad nuevos que no ofrecen sólo herramientas para cultivar la trascendencia sino también nuevas miradas para pensar la vida social. El sociólogo alemán Hartmut Rosa describe, muchas de estas iniciativas, como formas de des-aceleración social, espacios de resistencia en uno vida vivida en la constricción de las coordenadas espacio-tiempo. Son formas de investigación de sentido que se vehiculan, cada vez más, a través de un amplio abanico de proveedores que, a medio camino entre la terapia, las religiones, la filosofía, la espiritualidad o el don it yourself, ofrecen pistas para aprender vivir en tiempos acelerados (o confinados).