Europa como esperanza digital
La revolución digital está llevándose por delante las conquistas políticas de la revolución francesa y los avances sociales de la revolución industrial, así como el pacto entre capital y trabajo que neutralizó los conflictos sociales del capitalismo fordiano. Las causas están en el tsunami de datos provocado por el capitalismo cognitivo, las tecnologías exponenciales y el desarrollo de una economía de plataformas sin regulación que canibalizan la prosperidad sin redistribución equitativa de sus beneficios materiales y generando unos costes marginales de desigualdad que socavan la viabilidad misma de la democracia liberal.Hablamos de un cambio tan radical que amenaza con llevarse la democracia liberal por delante. Otras veces se ha visto en peligro. Pero ahora estamos ante una desestabilización que afecta a los fundamentos de su arquitectura de legitimación. La crisis a la que se enfrenta compromete su esencia, que no es otra que la fe humana en la libertad y el progreso, debilitada por el asalto de un sumatorio de vectores que propulsan los datos y los algoritmos, y donde los seres humanos corren el riesgo de caer vencidos a los pies de un poder tecnocrático que les conduce a la insignificancia. Tanto en el manejo de los asuntos del mundo como en la administración de su propia e intransferible vida.
Leviatán tecnológico
Hobbes llama a la puerta de la democracia con la oferta de un Leviatán tecnológico. Ofrece un pacto entre el hombre y la técnica que dé a esta un poder absoluto para garantizar nuestra supervivencia a cambio de la plena obediencia. Lo hace mediante las promesas utópicas del transhumanismo y el silenciamiento clientelar de la renta básica universal. Dispositivos de seducción que responden a una estrategia tecnocrática que sustrae cualquier debate sobre la revolución digital.
Todavía hay margen para el cambio y diseñar una alternativa a la dictadura digital que se insinúa en el horizonte
Las cuestiones que abre este escenario son claras. ¿Aceptaremos convertirnos en víctimas clientelares de un poder tecnológico que elija por nosotros? ¿Estamos a tiempo de impedirlo? Mi respuesta es que hay alternativa y es posible si la humanidad toma las riendas de su destino. Si se moviliza para cambiar lo que la Ginebra californiana de los santos digitales y el mandarinato tecnológico de la China neoimperial dan por definitivo. Hay que recordar que las sociedades abiertas defienden que el futuro nunca está escrito. Ni siquiera ahora, cuando la escritura algorítmica parece desmentirnos. Al menos en Occidente todavía hay margen para el cambio y diseñar una alternativa a la dictadura digital que se insinúa en la línea del horizonte. Es esencial ahormar un relato de sublevación crítica frente al statu quo tecnológico. Y es fundamental movilizar los reductos de libertad y conciencia cívica que perduran en medio de las dificultades.
Europa tiene aquí un papel fundamental. Puede ser el protagonista global de una resistencia frente a la distopía tecnológica que protagonizan los modelos chino y norteamericano. Sigue asentada, en medio de su crisis, dentro de las coordenadas de una sociedad democrática capaz de reinventarse a sí misma y proyectarse como un espacio de libertad, abierto a los derechos y a la esperanza del hombre. Para ello debe reactivar un humanismo que actualice la ventaja competitiva de ser una civilización que, desde hace 2.500 años, reflexiona sobre la relación entre la técnica y el hombre. Algo que empezó con el Protágoras de Platón y que llega hasta hoy a través del hilo conductor de una idea de responsabilidad basada en derechos digitales, propiedad sobre los datos, imperio de la ley sobre los algoritmos y lucha contra los monopolios de las corporaciones tecnológicas. En fin, una idea republicana al servicio de la libertad de una humanidad aumentada de la que brote un liberalismo tecnológico para el siglo XXI.