Geopolítica del control digital
Quizá es la contradicción más importante de nuestro tiempo: la aparición de una pandemia global no ha acelerado la colaboración y la solidaridad internacional, sino que ha hecho más cruda la competición entre potencias. Las visiones del mundo de los grandes poderes se extienden como una serie de ríos que las fronteras nacionales quizá pueden filtrar, pero no detener. Los virus viajan tan fácilmente como las influencias y las ideas. Las grietas de la pax liberal se amplían y el Poder, que nunca se había marchado, vuelve a ser base y símbolo del mundo. En esta competición entre potencias el gran premio, el gran debate, es el control de la tecnología. Es decir, del futuro.
Ahora mismo hay cuatro grandes visiones tecnológicas batallando en el mundo: la de China, la de Estados Unidos, la de la Unión Europea y la del Asia Oriental. Todas tienen discrepancias geopolíticas y morales de fondo. Sus modelos tecnológicos ya llevaban tiempo desarrollándose antes de la crisis del coronavirus. Pero necesidades urgentes como el control digital y el ciber-rastreo para evitar la expansión de la pandemia, o una segunda ola, han hecho que el debate pase del ámbito teórico al práctico de manera acelerada. Todavía crecerá más la extensión del mundo virtual con la proliferación de biosensores médicos, la telepresencia o la logística de drones, tecnologías esenciales de cara a una futura epidemia.
La gran pregunta de nuestro tiempo es la de la tecnología. Si de verdad queremos adentrarnos en ella, tenemos que entender qué está pasando en otros puntos calientes del planeta. Desde la humildad, tomar nota de lo que otros han aprendido y han hecho mejor que nosotros. Desde el orgullo, mostrar nuestro poder y nuestras virtudes más ejemplares y contundentes.
Antes del coronavirus, cada uno de estos cuatro modelos tecnológicos se había incubado con cierta tranquilidad, aunque ya había señales de conflicto: la guerra comercial -una guerra tecnológica encubierta- entre Estados Unidos y China y la batalla por la expansión del 5G. Con la pandemia actual, estas cuatro grandes visiones tecnológicas han sido lanzadas, por el propio peso de la realidad, a la arena de combate, donde siempre hay destrucción y ganadores. Es una lucha que modelará qué entendemos por libertad, privacidad y democracia.
Visiones tecnológicas
Observemos uno por uno estos modelos tecnológicos. La visión de China es la que, como europeos, quizá nos ha fascinado y al mismo tiempo incomodado más. Su capacidad de contención de la epidemia ha encendido otra vez el debate sobre la relación entre efectividad y autoritarismo. Los que viajamos habitualmente allí ya habíamos experimentado, desde hace años, que llegar a Pekín desde Europa era una especie de salto al futuro digital; el paso de un museo clásico a un relato de ciencia ficción. La pandemia ha reforzado esta vertiente tecnológica y la ha ligado todavía más al poder del Estado. En China, la política y la tecnología crecen unidas.
Estados Unidos es el Far West tecnológico. Silicon Valley representa el poder de la figura del genio sobre la tecnología, el potencial de individuos con una imaginación desbordante y un gran poder destructor al mismo tiempo. La energía de Silicon Valley se basa, en buena parte, en la ausencia de control del Estado. Eso implica un gran potencial de creación de mundos y realidades alternativas donde cada vez se necesitan menos seres humanos. La élite reducida va creciendo y aumentan el paro, la desigualdad, la pobreza y el populismo. Trump es síntoma de este modelo tecnológico.
Entre Estados Unidos y China tendría que estar la Unión Europea. O al menos eso es lo que querrían sus dirigentes. No parece que sea así. Quizá Europa se puede vanagloriar de tener los valores más altos, más comprometidos con la privacidad, las libertades y las igualdades. Pero nos encontramos en una competición entre poderes, donde no gana quien el mejor sino quien puede influir más. Pensando siempre sobre cómo debería conducirse el mundo, la Unión Europea se ha olvidado de cómo incidir en él.
Estos son los tres modelos tecnológicos que normalmente en a las grandes portadas. Pero hay un grupo heterogéneo de sociedades que han destacado en pleno coronavirus y han llevado aire fresco a la competición tecnológica mundial. Corea del Sur, Singapur, Taiwán o Japón son el nuevo eje del Asia Oriental que combina tecno-optimismo y poder del Estado. También creatividad y fundamentos democráticos. Y, sobre todo, efectividad.
El lugar de Europa
¿No podría Europa ser más permeable a este modelo asiático? Hoy por hoy, parece complicado. La izquierda europea tiene, muchas veces, una postura tecno-distópica que la paraliza ante esta carrera mundial de los grandes poderes. La derecha, por otra parte, sigue obsesionada con la pureza de sangre de los valores europeos y no es capaz de abrirse a aprender de la experiencia de sociedades de la otra parte de Euroasia. Naciones bien lejanas, pero que, hay que decirlo, no tienen nada que envidiarnos en términos de valores democráticos.
El futuro de Europa no se encuentra en las murallas defensivas, sino en una permeabilidad activa. La Unión Europea ha querido crear una entidad política ideal y ha conseguido grandes hitos. El problema es que lo ideal es permanente, y la política y el mundo no lo han sido nunca. Europa querría encontrar una gran fórmula, un gran algoritmo, que le permitiera enfrentar todos los grandes problemas que vienen y que vendrán. El fin de la historia. Pero sobre un espejismo no se puede sobrevivir en el nuevo mundo en competición.
El mapa se ha hecho grande, mucho mayor del que los europeos estábamos acostumbrados. Europa es importante y tiene poder. Y al mismo tiempo sólo es una potencia más. Tiene una gran base sobre la que construir, pero le falta una imaginación expansiva, eurasiática, que la impulse a la acción. Tiene que volver a aventurarse a investigar, danzar y cabalgar -pero nunca resolver, porque nunca se resuelven- las grandes preguntas de la humanidad.
Y la gran pregunta de nuestro tiempo es la de la tecnología. Si de verdad queremos adentrarnos en ella, tenemos que entender qué está pasando en otros puntos calientes del planeta. Desde la humildad, tomar nota de lo que otros han aprendido y han hecho mejor que nosotros. Desde el orgullo, mostrar nuestro poder y nuestras virtudes más ejemplares y contundentes. Recordemos que estamos en una competición. No nos queremos sentir mejores. Queremos ganar.