¿Las ciudades de mañana?
Imaginemos una ciudad en la que los contenedores avisan a los servicios de limpieza cuando están llenos y el camión sólo acude cuando es necesario. Preparada para los coches que se conducen solos y donde a tiempo real sabemos cuándo pasará el autobús desde los móviles. Un entorno lleno de sensores para ahorrar energía y ser más eficientes: para no regar cuando llueve, para no abrir las luces si no hay nadie en la calle… Una ciudad donde los elementos del mobiliario urbano no sólo son eficientes energéticamente sino que generan su propia energía.
No es un futuro distópico. Son iniciativas que se implementan en muchas ciudades del mundo. ¿Eso es una ciudad inteligente? ¿Es este el tipo de inteligencia urbana que debe promoverse y la modernidad a la que aspiran más y más ciudades? Las ciudades inteligentes han conseguido una fama que las sitúa como una de las propuestas icónicas en el ámbito del desarrollo urbano y la gestión municipal. Sin embargo, y aunque todo el mundo habla de ellas, no resulta tan evidente qué significa otorgar inteligencia a una ciudad.
Debe entenderse el paradigma de las smart cities como un camino para el desarrollo de ciudades más sostenibles, inclusivas, innovadoras, digitales, colaborativas, y participativas.
No podemos acercarnos a las smart cities desvinculándolas del debate global sobre el futuro de las ciudades, influido por dos de las principales tendencias que marcan el transcurso del siglo XXI. La primera: el imperativo demográfico. El mundo está más poblado y es más urbano. En 2050 más de la mitad de la población desarrollará su cotidianidad en la ciudad y eso obliga a responder a una serie de retos: la contaminación del aire, la gestión de recursos naturales, la eficiencia energética y la movilidad sostenible, la crisis climática, o las crecientes desigualdades socioeconómicas. Y la segunda: nuestro mundo es cada vez más digital. La actual aceleración en el uso de las TIC, así como la transición hacia una sociedad digital, hace emerger una ciudadanía más sofisticada e interconectada que reclama voz y capacidad de decisión sobre la gestión de las ciudades.
En este contexto aparece un concepto a veces controvertido: smart city. Nació de la reflexión sobre las oportunidades que la aplicación de las nuevas tecnologías ofrecen a la gestión municipal, pero su significado inicial ha evolucionado hacia un nuevo paradigma de desarrollo urbano. Hoy aglutina las iniciativas para gestionar los cambios de modelo de ciudad necesarios para enfrentarse a los retos del planeta y la sociedad del siglo XXI.
Tecnología: un elemento importante, pero no el único
Una ciudad inteligente es la que aprovecha la potencialidad de las nuevas tecnologías. También la que invierte en capital social y humano para ser más sostenible y gestionar mejor la prestación de servicios y el uso de los recursos (tanto desde el punto de vista medioambiental como económico). El rol de la tecnología debería facilitar estos objetivos y no convertirse en una finalidad en sí misma. No sería inteligente, por ejemplo, un despliegue acrítico de soluciones tecnológicas para resolver los problemas urbanos sin hacernos previamente la pregunta sobre si aquellos son los verdaderos problemas y no otros.
La smart city es la que tiene una visión integral y transversal de la ciudad y prioriza sus dimensiones por igual (desarrollo económico, movilidad y planificación urbana, energía y medio ambiente, salud, inclusión social, y gobierno abierto, resiliencia y seguridad…), situando al ciudadano en el centro de la acción municipal y apostando por modelos de gobernanza participativa. Es la que hace una buena lectura de los retos y el contexto cambiante y que apuesta por la innovación con el fin de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Y la innovación, a veces, efectivamente va de la mano de la tecnología, pero en otros simplemente implica encontrar maneras distintas de hacer las cosas.
No hay un modelo reproducible y estándar de ciudad inteligente, ni hay ciudades que son o no son inteligentes. En cambio, debe entenderse el paradigma de las smart cities como un camino para el desarrollo de ciudades más sostenibles, inclusivas, innovadoras, digitales, colaborativas, y participativas. Ciudades preparadas para hacer frente a los grandes retos de la sociedad del siglo XXI, que son, como apuntaba, de naturaleza mayoritariamente urbana. Y todo eso sin olvidar que la inteligencia realmente radica no en la tecnología sino en la colectividad de las personas que habitan y construyen las ciudades.