Las cuatro crisis de España
La década que empieza en el 2008, marcada por la irrupción de la crisis económica, ha sido crucial para todas las democracias del sur de Europa. En España, particularmente, se forjaron varios cambios políticos. El bipartismo se ha convertido en un multipartidismo cada vez más inestable. La polarización (distancia ideológica) entre los partidos y entre los votantes de los partidos se ha incrementado. Hubo un crecimiento de la participación a través de canales alternativos a la representación partidista (con el movimiento 15M, las mareas, etc.). Las encuestas también revelan un creciente interés de los ciudadanos en la política, algo completamente nuevo. Desde 1979 hay inestabilidad gubernamental por primera vez y, por fin, hay una ruptura del consenso sobre la estructura territorial, que se traduce en ruptura de la comunidad política. ¿Dependen todos estos cambios de la crisis económica? La peculiaridad de España es que, tras el 2008, el país ha encarado cuatro crisis diferentes. Se ha enfrentado, más allá de la crisis económica, a una crisis política y a una territorial. Además, como consecuencia de las tres crisis anteriores, estalla una crisis institucional a partir del 2015, cuando arranca la legislatura de preindependencia en el Parlament de Catalunya. Se eluden las sentencias del Tribunal Constitucional, se aprueba un nuevo aparato normativo, se lleva a cabo un referendum inconstitucional y se proclama la independencia de forma unilateral.
Hay que destacar que las cuatro crisis se solapan, generando una trama de efectos cruzados. En Le quattro crisi della Spagna trato de ilustrar cómo las crisis se influyen mutuamente. Cuatro nexos son importantes a este respecto.
Polarización, crispación, corrupción
En primer lugar, la crisis económica se entrelaza con una crisis política que tiene tres dimensiones, a saber: la elevada conflictividad y polarización entre el PP y el PSOE, la crispación que madura a partir del 2004; el aumento de los casos de corrupción política, y el crecimiento de los ciudadanos que no se sienten representados por los partidos tradicionales.
El sistema presenta un bipolarismo nuevo derecha-izquierda, que se solapa con el bipolarismo centro-periferia
Esta tercera dimensión requiere una breve reflexión. La larga recesión española es gestionada por el PSOE hasta el 2011 y después por el PP. Son dos mandatos que terminan con fuertes derrotas electorales. En las derrotas está el voto de castigo de los ciudadanos, que se dan cuenta de que el PSOE y el PP han implementado las mismas políticas de ajuste traicionando sus promesas electorales. Esto pasa en toda la eurozona, pero hay que subrayar que España es un país acostumbrado a alternancias de gobierno casi revolucionarias. Si pensamos en la alternancia entre la UCD y el PSOE, entre el PSOE y el PP en 1996 y, especialmente, entre el PP de Aznar y el PSOE de Zapatero en el 2004, nos percataremos de que los nuevos gobiernos siempre han actuado de forma muy diferente de los anteriores.
En cambio, en el 2011 la alternancia entre el PSOE y el PP no produce cambios sustanciales. Aunque colocados en lados opuestos de la barrera ideológica, una vez en el gobierno, el PSOE y el PP implementaron las políticas de austeridad que pedían los mercados y sus socios europeos. Eso decepciona a un electorado acostumbrado a cambios radicales entre gobiernos y allana el camino al éxito de Podemos y Ciudadanos. La forma en que Zapatero y Rajoy gestionan la recesión, en otras palabras, indica que España se ha convertido en una democracia sin opción, como aseveraba Krastev acerca de los Balcanes, donde los ciudadanos pueden cambiar el gobierno más fácilmente que sus políticas.
El segundo nexo reside en que la recesión también agrava la crisis territorial surgida con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatut en el 2010. De
hecho, con la crisis económica el mecanismo de financiación ordinario, reformado en el 2009, muestra distorsiones que penalizan a las comunidades que tienen buena capacidad fiscal, como Catalunya. Por tanto, cuando la Generalitat se ve obligada a solicitar el rescate del fondo de liquidez autonómico para superar la crisis de la deuda, en 2012, muchos catalanes lo viven como una humillación y la prueba definitiva del “saqueo” al que está sometida la región. La crisis económica, en otras palabras, no solo empeora la crisis política, toda vez que erosiona las bases electorales del PSOE y del PP al tiempo que aumenta la desconfianza ciudadana hacia los partidos tradicionales, sino que también agudiza la crisis catalana, encauzando la cuestión de la autonomia fiscal hacia el tema identitario.
Crisis territorial e institucional
El tercer nexo conecta la crisis política con la territorial por cuanto la profunda división y crispación entre los dos partidos principales impide desactivar a tiempo la crisis territorial y el proceso de polarización y radicalización que la caracteriza. Mejor dicho, el conflicto entre el PP y el PSOE no les permite cooperar y preparar una oferta institucional conjunta (por ejemplo un nuevo sistema de financiación) que desactive o, al menos, ponga en pausa el procés. Si en el pasado los dos partidos principales habían colaborado en la dirección de la política territorial, ahora ya no es posible.
El cuarto y último nexo concierne a la crisis territorial-institucional, que acaba por agravar la crisis política porque cambia los modelos de competición y pacto entre los partidos y divide la comunidad política como nunca desde 1977. Así, después de las elecciones del 2015 y del 2016, a pesar de una inédita fragmentación parlamentaria, los gobiernos minoritarios no pueden contar con el apoyo de los nacionalistas catalanes a menos que acepten su exigencia de convocar un referendum.
En el 2019, dos de las cuatro crisis –la política y la territorial– todavía no se han resuelto y siguen alimentándose mutuamente. De hecho, el sistema político español presenta un nuevo bipolarismo derecha-izquierda que se solapa con el bipolarismo centro-periferia. Lo novedoso es que los dos bloques de partidos nacionales están desplegando sus campañas electorales en torno a ejes diferentes. La defensa de la unidad territorial (eje centro-periferia) es el tema identitario para el PP, Cs y Vox, mientras que la agenda social (eje derecha-izquierda) constituye el tema que define al PSOE y a Podemos. Por eso, las elecciones del 28 abril son tremendamente relevantes, porque la competición –y la opción de los votantes– no se dará solo entre partidos, sino también entre las dimensiones vertebradoras de la política.