Las redes sociales y la autonomía de la política

Profesora de Ciencia Política en la UOC. Investiga sobre medios digitales y opinión pública. Su artículo más reciente, publicado en el "International Journal of Public Opinion Research", reflexiona sobre la erosión que Facebook provoca en la agenda pública

No hay duda de que las redes sociales han contribuido a democratizar el espacio público y la toma de decisiones. Hoy, gracias a las redes, los ciudadanos podemos compartir información, opiniones, y participar en el debate público al margen de los intermediarios tradicionales (medios de comunicación y partidos políticos). Las redes nos han dado poder para participar en todos los procesos de producción de información y han reducido drásticamente los costes de participar en el debate público. Cualquier ciudadano hoy puede intervenir en la creación de noticias y tener voz en el espacio público, lo que ha contribuido a multiplicar el número de voces que concurren en la discusión pública, a aumentar la diversidad de opiniones y puntos de vista y, en definitiva, a ensanchar los límites del debate público.

Más poder a los ciutadanos

Esta radical democratización del espacio público ha redundado en un empoderamiento de la ciudadanía y en un aumento del poder relativo de los ciudadanos frente a los políticos, lo que ha contribuido a reequilibrar a favor de los primeros una relación muy asimétrica. Aunque los beneficios de esta radical transformación sean muchos, al dar más poder a los ciudadanos, las redes también pueden dificultar el proceso de toma de decisiones democrático de diversas formas.

Al ser espacios personalizados donde la información fluye sujeta a diversos procesos de selección (por algoritmos y vínculos sociales) adaptados a cada usuario, pueden contribuir a fragmentar el espacio público, a crear burbujas informativas o cámaras de eco —donde los usuarios solo estarían expuestos a ideas similares—, a la difusión de noticias falsas, y a la adopción de opiniones por procesos de difusión e influencia social y no de deliberación. Todo ello podría ahondar las divisiones sociales, comprometer la calidad de las opiniones, dificultar la coordinación de intereses alrededor de objetivos comunes, y reducir la capacidad de forjar acuerdos de amplio alcance.

La democracia es negociación y pacto, y esto requiere poner la política a resguardo de los focos

Todos estos efectos potenciales de las redes sociales (fragmentación, polarización, desinformación, influencia social) son los que ya conocemos y tienen en común que dificultarían la toma de decisiones democrática a través de su impacto disgregador en los electorados. Sin embargo, las redes también pueden dificultar los procesos de decisión democráticos directamente a través de su impacto en los agentes que toman las decisiones —los políticos—, un aspecto que ha sido mucho menos explorado en la literatura especializada.

El papel de la distribución

Con las redes, y las tecnologías digitales en general, hemos pasado de un sistema centralizado de distribución de la información, donde los medios de comunicación tradicionales y los políticos filtraban la información que llegaba al público, a uno descentralizado, en el que los ciudadanos tienen un papel activo en la distribución de información. Como resultado, ha dejado de ser cierta una máxima que garantizaba a la política una cierta autonomía frente a las presiones sociales y los intereses espurios: la de que los representantes elegidos democráticamente decidían qué información querían compartir con el público.

En la era de las redes, los políticos han perdido capacidad para fijar los temas importantes y su ritmo de discusión —poder sobre la agenda política— porque la información escapa a su control y circula en tiempo real. Las redes también facilitan una vigilancia continua del proceso de decisión, visibilizando opiniones discrepantes en todos los momentos de este proceso. Además, al reducir los costes de comunicación, las redes inducen a los políticos a hacer más visibles (y también más controlables) sus acciones a la ciudadanía.

Esta pérdida de autonomía de la política frente a la ciudadanía podría comprometer la calidad de las decisiones. Aunque hoy los ciudadanos disponen de más información que nunca para controlar a los gobernantes, las redes no han eliminado las asimetrías informativas entre políticos y ciudadanos que se derivan de su (distinta) posición estructural. En la era de las redes, sigue siendo cierto que los ciudadanos no disponen de toda la información para valorar si los gobernantes han tomado la decisión correcta—la que mejor defiende sus intereses— porque desconocen las alternativas y otros detalles de la estructura de decisión que pueden condicionarla. Sin ese conocimiento, resulta difícil estimar si los medios escogidos son los más adecuados para alcanzar los fines perseguidos. Además, existirían otras razones que convertirían a los ciudadanos en poco aptos para supervisar la coherencia entre medios y fines en el proceso de decisión, como la propensión a descontar demasiado el futuro (miopía) o a preferir cosas distintas en momentos distintos del tiempo (inconsistencia temporal de las preferencias), problemas que se han demostrado muy persistentes en el proceso de toma de decisión individual.

Una excesiva visibilidad de la política también puede dificultar la posibilidad de pactos y acuerdos transaccionales, ya que para alcanzar acuerdos los partidos deben poder tener libertad para explorar alternativas y hacer propuestas que satisfagan a sus rivales políticos, algo muy difícil si están bajo la lupa de sus seguidores.

Polarización política

Por último, la pérdida de autonomía de la política podría obstaculizar la posibilidad de alcanzar acuerdos indirectamente, a través de aumentar la polarización política. Al estar más vigilados, los políticos tendrían menos oportunidades de escapar a los costes electorales si se desvían de las políticas prometidas, y para evitarlos, optarían por elevar los costes de votar a la competencia intensificando el conflicto. De esta forma, la polarización sería una estrategia deliberada de los políticos para escapar a la rendición de cuentas ante unos electorados cada vez más informados.

Si coincidimos con Norberto Bobbio en que la democracia es poner “el poder en público”, esto es, hacer aflorar a la luz del día lo que está oculto en el ejercicio del poder, las redes sin duda han contribuido a democratizar la política. Sin embargo, la democracia es también negociación y pacto y ello requiere, al menos puntualmente, poner a la política a resguardo de los focos.

 

 

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