Utilidad y eficacia en tiempos de pluripartidismo
Con frecuencia, los independentistas más entusiastas me han preguntado “¿cómo es que sigues todavía en Madrid?”. Otros han defendido que en Madrid no podemos ir a hacer lo mismo de siempre, reprobando así la política, pragmática, posibilista y con vocación de ser útil, que el nacionalismo catalán practicó en la política española durante más de dos décadas. Siempre he encontrado razones para estar ahí y practicar esta manera de hacer política. Ahora, con un escenario pluripartidista, más todavía.Si durante el régimen de la Restauración los políticos catalanes adscritos a los partidos dinásticos trasladaban a la política española las preferencias de los amplios sectores del país que representaban, el catalanismo irrumpe cuando el grueso más dinámico del país ya no se siente representado por los viejos partidos. Estos partidos catalanistas, que sucedieron a los dinásticos durante el siglo XX, se implican a fondo en la política española desde una doble perspectiva: defender los intereses y las preferencias de la sociedad catalana, así como influir sobre la arquitectura del modelo de Estado en clave de modernización, europeísmo y regeneración.
La cuestión catalana
Desde entonces, la política española ha estado determinada en buena medida por la cuestión catalana y por el catalanismo político. Algunos desde la tribuna del Congreso, y durante el debate de la moción de censura contra Rajoy, ya proclamamos y advertimos que no se puede gobernar contra Catalunya, esto es, que no se puede gobernar España contra el que representa el catalanismo.
En el contexto español actual, el riesgo de retroceso de los derechos y libertades es real
Llevamos unos años instalados en un paradigma nuevo; el catalanismo hoy se expresa mayoritariamente en forma de soberanismo y el escenario bipartito que ha dominado la política español ya queda muy lejos. Ni el catalanismo soberanista tiene hoy las mismas ambiciones, ni los escenarios aritméticos y políticos del pasado volverán a darse. Y, mientras tanto, la política sigue condicionada por el proceso judicial en curso, las prisiones injustificadas y el drama del exilio. El panorama es endiablado. Hemos llegado aquí por muchas razones, pero la más relevante tiene que ver con la incompetencia de los partidos políticos de ámbito español a la hora de ofrecer a la sociedad catalana una idea de España atractiva de cara al reconocimiento nacional y al poder político y económico, y a la vez con la incapacidad de canalizar las demandas mayoritarias de Catalunya por las vías democráticas y legales. ¿Será más factible encontrar salidas democráticas y acordadas después del 28A?
A este respecto, apunto tres consideraciones. En primer lugar, el riesgo de entrar en un nuevo momento reaccionario es evidente. No se trata solo de España. El contexto europeo y mundial es extremadamente preocupante desde un punto de vista democrático, con un antieuropeísmo furibundo y un populismo que se opone a los valores de la sociedad abierta, tolerante y convivencial que se ha ido construyendo en la mayoría de los Estados europeos. En el contexto español, el momento reaccionario y populista lo representan buena parte del programa ideológico de las derechas, plurales en su expresión electoral, en franca competencia. Sus propuestas políticas son una amenaza en toda la regla a los principios básicos que compartimos la inmensa mayoría en Catalunya. El riesgo de retroceso de los derechos y de las libertades salta a la vista. Y las consecuencias palpables del aterrizaje de Vox en el Congreso están por ver. Hacer frente a esta nueva realidad será imprescindible, con la firmeza de los valores cívicos y democráticos que representa el proyecto europeísta.
Salida legal y acordada
La segunda consideración afecta al conflicto político entre Catalunya y las instituciones estatales, el cual necesita una salida legal y acordada. Habrá que dedicar muchos esfuerzos, coraje, audacia y determinación para encontrarla. El riesgo de enquistamiento del conflicto es evidente, con consecuencias negativas para Catalunya y el conjunto del Estado. Los marcos legales actuales, interpretados y aplicados de manera avanzada y ambiciosa, dejan margen para construir la salida, si existe voluntad política por parte de todo el mundo. La libertad de los presos y el regreso de los exiliados tendrán que formar parte del pacto. Hoy no hay razones para el optimismo. El final abrupto de la legislatura no invita a creer que sea sencillo y los escenarios postelectorales se prevén más complejos, con el riesgo de haber perdido la fuerza determinante que los votos catalanes han tenido esta legislatura. Estamos instalados en nuestras posiciones. Habrá que mover ficha y avanzar. El soberanismo tendrá que arriesgar, superar el choque emocional y volver a hacer política, como hizo durante la moción de censura. Y el bloqueo de la política cuando se es decisivo, se vuelve una quimera demasiado arriesgada, que no puede sino servir de excusa para conformar grandes coaliciones que pretendan eludir la salida democrática del conflicto.
La tercera consideración es que la inhibición de las cuestiones que se discutirán y decidirán en Madrid en los terrenos políticos, económicos y sociales durante los próximos años no es una opción. Habrá que implicarse a fondo defendiendo las preferencias de la sociedad catalana y los valores e intereses legítimos que las diferentes candidaturas aspiren a representar. Y es que la sociedad catalana, plural y contradictoria como cualquier otra, pide a sus representantes que se ocupen de los temas que los afectan: prosperidad y bienestar, modelo de sociedad y retos de futuro. Si el soberanismo renuncia a ser útil y eficaz en defensa de los intereses y preferencias del país a la política española, otros ocuparán este espacio, seguramente con menos margen de maniobra y supeditados a otras preferencias e intereses.