Ante problemas globales, abramos el conocimiento
En la novela de Ray Bradbury donde los bomberos debían quemar todos los libros, la resistencia la ejercían quienes los memorizaban para no perder el conocimiento y la belleza que albergaban. El conocimiento como elemento revolucionario, clave para el bienestar social y base de una sociedad que no logramos construir. Llevamos 50 años hablando de las sociedades del conocimiento y, aunque disponemos de mucha información y de grandes retos planetarios, no conseguimos conectar los dos puntos.
Gobernanza global
Si pensamos en los problemas globales seguro que nos pondremos de acuerdo: pobreza, desigualdades, hambre, enfermedades, violencias, contaminación, cambio climático. Esta realidad solo puede cambiar combinando una gobernanza mundial con soluciones locales adaptadas a cada contexto. Para abordarlos, en 2015 los Estados miembros de Naciones Unidas forjaron un pacto para fijar una agenda política mundial que, por primera vez, no mira solo a los países más desfavorecidos. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible busca soluciones a 17 objetivos que afectan a las personas y al planeta. Pese a posibles críticas por contradicciones internas o por dejar al margen retos indiscutibles, es incontestable que la Agenda 2030 pretende establecer una gobernanza global para afrontar esos objetivos compartidos.
Responsabilidad de la universidad
La Agenda 2030 también interpela a las universidades. Por primera vez un pacto internacional va más allá de la educación básica y persigue un acceso igualitario a la educación superior. Por primera vez también pone de relieve la importancia del conocimiento para conseguir un desarrollo sostenible. Es, precisamente, gracias al conocimiento que las universidades generamos a través de la investigación, compartimos con nuestro alumnado y transferimos a organizaciones y colectivos, que somos agentes transformadores de personas y comunidades. Y aun así tampoco somos capaces de unir información y soluciones para retos globales.
Inaccesibilidad
Existen diversos motivos que lo impiden. No todos, ni mucho menos, son responsabilidad de la comunidad académica; sin embargo, hay dos en los que esta es clave.
Por un lado, el conocimiento académico no está accesible. La iniciativa OA2020, liderada por la Max Planck Society, estima que el 85% de los resultados de la investigación solo puede consultarse previo pago. Y si el conocimiento está disponible solo para quienes lo puedan pagar, difícilmente podrá ser usado por otros para resolver problemas concretos.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Por un negocio global que se ha vuelto muy provechoso y en el que la comunidad académica se ha visto enredada. Así funciona. El conocimiento académico se suele compartir a través de publicaciones en revistas especializadas. La manera más habitual de leer estas publicaciones es mediante suscripción. Todo normal. El proceso, sin embargo, tiene algunas perversiones. Primero, el precio de suscripción ha aumentado un 60% en la última década. Pocos negocios han salido tan bien parados de la crisis. Segundo, además de por leer, la academia habitualmente también paga por publicar. Tercero, la decisión sobre si el conocimiento presentado es suficientemente novedoso para ser publicado, la suelen tomar otros académicos de manera gratuita. Así, los grupos editoriales propietarios de estas revistas han formado un oligopolio muy lucrativo que extrae unos dos mil millones de dólares de beneficios anuales, con unos márgenes de entre el 30% y el 40%. Un negocio redondo que pagamos entre todos, ya que gran parte de la investigación es posible gracias a financiación pública, es decir, a nuestros impuestos. Si a esto le sumamos que, debido al alto coste de las revistas, en muchos lugares del mundo se quedan sin acceder al conocimiento allí compartido, la impotencia es monumental.
La Agenda 2030 de la ONU también interpela las universidades
Para revertir esta situación, desde hace un par de décadas en parte del mundo académico se ha organizado el movimiento Open Access, que persigue el libre acceso a los resultados de investigación. Lamentablemente hasta la fecha se ha avanzado muy poco. Las esperanzas están puestas en los financiadores públicos y privados que, liderados por la Comisión Europea, se han aliado para abrir a partir de 2020 las publicaciones resultado de los proyectos financiados. De nuevo, la necesidad de una gobernanza global para resolver problemas de una comunidad internacional. A finales del año pasado, 18 organizaciones formaban la cOAlition S y España no estaba entre ellas. Esperemos que el Gobierno rectifique pronto, tal como le ha instado el Congreso mediante una proposición no de ley aprobada en diciembre de 2018.
Nodos de conocimiento
Otro motivo que dificulta la conexión entre información y soluciones es que el conocimiento ya no está solo en la academia. Quizá no lo haya estado nunca, pero cada vez es más evidente que se encuentra también en muchas otras comunidades: en hospitales, museos, oenegés y empresas, y en la administración pública.
La universidad tiene la oportunidad de convertirse en un sistema poroso, permeable al saber de otros actores o, como apuesta la UOC, de transformarse en nodos de conocimiento que permitan conectarlos entre sí. Se trata de aprender a generar sumando las capacidades de todos, acelerando así la obtención de soluciones. No es un camino fácil porque implica un cambio de cultura organizativa y nos baja de la torre de marfil. Pero vuelve a ser una cuestión de responsabilidad.
O apostamos por la capacidad transformadora de las universidades o los avances serán demasiado lentos y muy desiguales. De nosotros depende que el conocimiento sea aprovechado por todas las comunidades y no solo por unas élites. La Agenda 2030 es una oportunidad fantástica para mirarnos al espejo. Como sentenciaba Granger, el líder de la resistencia, al final de Fahrenheit 451: “Construiremos ante todo una fábrica de espejos, y durante un año no haremos más que espejos, y nos miraremos largamente”.