Barcelona, ​​capital cultural de la Mediterránea

Es gestor cultural. Director de la Fundación Pau Casals. Presidente del Círculo de Cultura. Ha dirigido y asesorado proyectos de cultura y desarrollo en diferentes países de Europa, América y Asia. Ha sido miembro del grupo de expertos de UNESCO, y del jurado de las Capitales Culturales de Europa de la Comisión Europea.

La cultura nos hace dignos. Es un derecho reconocido por las Naciones Unidas, y un elemento fundamental para la cohesión social y la prosperidad. La cultura no es un gasto, es una inversión.

La pandemia ha puesto en evidencia las debilidades y déficits preexistentes que hay que superar para encarar los nuevos retos que plantea el relanzamiento de la economía, la calidad de vida y el proyecto colectivo de Barcelona: la capital de Cataluña y un epicentro fundamental en el Sur de Europa. Con poco más de 1,6 millones de habitantes, es una de las ciudades más pequeñas de las principales capitales que figuran en las mejores posiciones internacionales en cuanto a la calidad de vida, la actividad vinculada a la innovación, la producción científica, el turismo cultural, y la actividad cultural y creativa.

Su posicionamiento internacional ha sido posible gracias a una confluencia de factores muy diversos que le han permitido situarse bien en el mapa internacional a pesar de no ser una capital de Estado o una gran metrópoli. En diferentes momentos de la historia, en Barcelona se ha hecho evidente su capacidad de sumar esfuerzos y visiones, así como ir escalando posiciones como ciudad atractiva para vivir, estudiar, trabajar, hacer negocios, visitarla y participar de su actividad y oferta cultural.

Como todas las ciudades, tiene problemas y retos que hay que superar. Pero es justamente la necesidad de disponer de un nuevo enfoque estratégico de la ciudad para relanzar la economía y la calidad de vida, donde su dimensión cultural es uno de los recursos y oportunidades más importantes.

La cultura es un recurso y una oportunidad fundamental que deberíamos gestionar de forma más eficiente para aprovechar al máximo sus potenciales

Esta tensión por construir nuevos escenarios de progreso y confianza tiene un referente claro en las exposiciones de 1888, 1929 y especialmente en los Juegos Olímpicos de 1992, – y en menor medida, el Foro Universal de las Culturas 2004- de los que podemos aprender mucho tanto de los aspectos negativos como de los positivos. Pero indudablemente son hitos que expresan un esfuerzo para mejorar el posicionamiento de la ciudad, y que en parte, explican su realidad actual.

Barcelona comparte con muchas ciudades los retos de nuestros tiempos: el incremento de la desigualdad económica, la cohesión social y el bienestar colectivo, la sostenibilidad y el reto del cambio climático, la transformación tecnológica, y otras más particulares. Para encarar estos retos la cultura es un recurso y una oportunidad fundamental que deberíamos gestionar de forma más eficiente para aprovechar al máximo sus potenciales.

Es por eso que la idea de la Capitalidad Cultural de la Mediterránea, considerada no como un eslogan sino como un proyecto real, es un objetivo muy importante y necesario.

¿Hubiera sido posible que Barcelona fuera la primera ciudad de congresos del mundo, con más de 2.000 encuentros profesionales anuales antes de la pandemia, entre los que está el Mobile World Congress, sin el atractivo cultural de la ciudad?

Barcelona ocupa muy buenas posiciones en relación con la oferta y el atractivo cultural, la innovación, las condiciones para establecer start ups, la ocupación relacionada con el talento y el conocimiento, según agencias y consultoras internacionales, u observatorios como «Cultural and Creative Cities Monitor«de la Comisión Europea.

Barcelona ya es una capital cultural de la Mediterránea y de Europa. Seguramente lo que hay que hacer es gestionarla con mayor conciencia y eficiencia

Barcelona es una ciudad abierta, cosmopolita, con una oferta cultural importante que abarca desde el Patrimonio Cultural (una de las ciudades de Europa con más bienes culturales declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO) y una ciudad de referencia en el mundo del diseño (de la arquitectura a la moda). Barcelona tiene una oferta de artes escénicas, programación musical y de festivales importante y diversa, tiene museos e instituciones culturales de proyección internacional, una gastronomía reconocida, diversidad de expresiones de cultura popular, es la capital iberoamericana de la edición, y un epicentro muy importante de la industria audiovisual, el videojuego y los contenidos digitales. Además de la oferta formal e informal de la ciudad y su región metropolitana se suma la calidad e interés del espacio público, el urbanismo y la arquitectura, que la han hecho una de los principales destinos turísticos de Europa.

Barcelona ya es una capital cultural del Mediterráneo y de Europa. Seguramente lo que hay que hacer es gestionarla con mayor conciencia y eficiencia. El posicionamiento de Barcelona ha sido posible gracias a muchos factores (puerto, aeropuerto, comunicaciones, economía diversificada, posición estratégica en el corredor del Mediterráneo y epicentro de una de las Euroregiones más activas, y una oferta universitaria y de escuelas de negocio de calidad). Pero sin duda todo esto no hubiera sido posible sin un ingrediente fundamental que ha interactuado con todos estos ámbitos: la cultura y su capacidad de crear atractivo, calidad de vida y competitividad.

Por eso hay un proyecto. Es decir, una visión de futuro compartida y pragmática que contemple la gobernanza y la metodología para gestionar mejor los potenciales y oportunidades que pueden permitir el relanzamiento de la actividad económica y el desarrollo de la calidad de vida integrando los sectores de la cultura y la economía creativa e interactuando con otras iniciativas económicas y sociales.

Barcelona, ​​Capital Cultural de la Mediterránea debería permitir materializar un sueño y resolver una necesidad. Debería permitir mejorar la relación entre cultura y educación

Barcelona, ​​Capital Cultural del Mediterráneo puede ser el proyecto. Un proyecto que permita gestionar este ingrediente fundamental que ha estado presente en el desarrollo y el posicionamiento de Barcelona, ​​y que ahora hay que incorporar de forma clara a las acciones estratégicas de la ciudad y de Cataluña.

Hay que definir dónde queremos ir, la gobernanza, organización y asignación de recursos y responsabilidades de un proyecto abierto a la participación público y la acción comunitaria que debería merecer un pacto institucional.

Barcelona, ​​Capital Cultural de la Mediterránea debería permitir materializar un sueño y resolver una necesidad. Debería permitir mejorar la relación entre cultura y educación. Habría que proponer nuevas estrategias de mejora del acceso de la cultura por parte de toda la ciudadanía, haciendo realidad la consideración de bien esencial. El proyecto debería situar la cultura en la nueva agenda europea de recuperación post Covid-19, debido a su capacidad de impulsar la innovación en otros sectores.

Además, habría que considerar el proyecto como un elemento de integración y coordinación con dos ejes fundamentales: la dimensión metropolitana de la ciudad real, y su conexión con los recursos e iniciativas culturales principales del territorio de Cataluña, apostando por un turismo sostenible y la conexión de la capitalidad con un modelo de crecimiento territorialmente más equilibrado. La conexión Europea e Iberoamericana es otro aspecto que habría que integrar de forma clara.

Puede ser una gran oportunidad que hay que aprovechar para gestionar mejor los recursos culturales y potenciales de la Barcelona metropolitana, conectada de una vez por todas con el sistema cultural de Cataluña. Un proyecto que es imprescindible para la recuperación económica y la prosperidad de uno de los territorios con mayor potencial del Sur de Europa.

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