El atasco mundial

Es investigador del Institut Català Internacional per la Pau (ICIP), donde ejerce de coordinador del programa “Paz y Seguridad en las Políticas Públicas”. Es profesor asociado de Relaciones Internacionales en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

Hace unos días iba en coche con mis hijos saliendo de Barcelona por las rondas. Como suele pasar los días de inicio de puente, pronto tuvimos que parar por un atasco. «No lo entiendo», se preguntó la hija mediana. «Si no hay semáforos, ¿Por qué nos detenemos?». Mi hijo mayor se puso pedagógico y usó todo tipo de analogías, pero la que más convenció fue la del embudo: «Si pasas de muchos carriles a pocos es normal que al final se produzcan retenciones, como cuando pones demasiada agua en el embudo y no tiene capacidad de canalizarla suficientemente rápido «. Medio convencidos volvimos todos nuestros pensamientos hasta que al cabo de un rato la pequeña, de golpe, volvió con el tema «Sí, ya, pero el primer coche, el primero, ¿Por qué se detiene?»

Con la polarización pasa un poco lo mismo. Se da, en mayor o menor medida, en todos los países del mundo. No tenemos ningún problema en identificarla cuando la vemos, pero no sabemos muy bien cómo empezó; sabemos algunas cosas que la agravan, pero no somos conscientes de que a menudo formamos parte de ella, y que nuestras decisiones pueden ayudar a incrementarla o reducirla. Y, sobre todo, no tenemos muy claro qué hacer cuando nos encontramos en medio de ella.

En un escenario de desafección generalizada entre ciudadanía y clase política y de una participación electoral cada vez más baja, los partidos concentran buena parte de sus esfuerzos en movilizar al máximo» sus «votantes, más que convencer a los demás

El problema no es que la gente tenga ideas opuestas (polarización ideológica). El problema para la democracia (y para las sociedades) lo encontramos cuando la polarización tiene un componente emocional y las personas, por encima de argumentos razonados, comienzan a rechazar y despreciar los que no piensan como ellos.

En Estados Unidos llevan décadas analizando la distancia entre personas que piensan de forma diferente. Esto les permite detectar, con alarma, que, si en los años 60 tan sólo un 1% de la población encuestada se sentiría mal o muy mal si uno de sus hijos se casara con una persona de otro partido, este valor hoy llega al 38 %. Resulta tentador atribuir el resultado a la presidencia de Donald Trump, pero la tendencia polarizante es anterior a su presidencia.

Durante mucho tiempo en Europa tuvimos algunos partidos a los que los politólogos llaman catch-all party. Partidos con una ideología no demasiado marcada que aspiraban a recibir votos de un amplio abanico ideológico, de ahí su nombre (catch-all = atrapa todo). Las dinámicas ahora son muy diferentes. En un escenario de desafección generalizada entre ciudadanía y clase política y de una participación electoral cada vez más baja, los partidos concentran buena parte de sus esfuerzos en movilizar al máximo «sus» votantes, más que convencer a los demás. Para ello, a menudo se esparce el miedo o el odio hacia los demás, ya que el éxito se basa mucho más en la capacidad de movilización que en la solidez y verosimilitud de los argumentos empleados. Italia es un buen ejemplo: la democracia cristiana, antiguo modelo de partido catch-all, gobernó el país durante casi 50 años. Con su descenso electoral han emergido opciones populistas y partidos de extrema derecha con liderazgos carismáticos que atizan la confrontación. El Movimiento 5 Estrellas se ha encontrado con la dificultad de conjugar sus reivindicaciones anti-sistema con formar parte de los últimos dos gobiernos.

Ante el pensamiento tribal «conmigo o contra mí», tenemos el reto de hablar y relacionarnos con gente que piensa diferente

Somos conscientes, pues, de los riesgos de la polarización emocional, pero todavía no tenemos un manual sobre cómo hacerle frente. Vivimos unos tiempos acelerados, pero lo que necesitamos es paciencia. Revertir las dinámicas de polarización requiere tiempo y, a estas alturas, sólo tenemos algunas pistas de cómo hacerlo.

Una de las muestras más evidentes de la polarización emocional es la del pensamiento tribal: «conmigo o contra mí», sin medias tintas: las cuestiones políticas se ven blancas o negras. Ante esta simplificación, a nivel personal tenemos el reto de hablar y relacionarnos con gente que piensa diferente. Al hacerlo multiplicamos las posibilidades de dudar de nuestros posicionamientos y nos abrimos a nuevas perspectivas. ¡Atención! No es necesario renunciar a nuestras convicciones, pero si cuestionar las verdades absolutas: «la verdad» es imposible que esté concentrada en un único pensamiento político! Necesitamos ser autocríticos, romper tópicos, e huir de recetas fáciles ante retos complejos.

Por su parte, a nivel político, los partidos deberán valorar cuánto tiempo piensan que «tirar de la cuerda» puede ser rentable electoralmente. La polarización que emana de la retórica y comportamiento de algunos partidos dificulta enormemente construir los consensos suficientemente anchos como para hacer frente a los retos que tenemos por delante como sociedad, a nivel local y mundial.

Como el episodio del atasco, los atajos o recetas mágicas no funcionan. La democracia no se agota con el actual sistema representativo en base a partidos. Para evitar tantos atascos quizás lo que tendremos que entender es que el sistema político muestra síntomas de agotamiento y que deberíamos hacer un esfuerzo para desarrollar medios de transporte alternativos.

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