El realismo chino y sus límites
China no es una amenaza ideológica para Europa. A pesar de la estridencia de ciertos medios de comunicación y think tanks, que argumentan que detrás de una gran inversión sería imposible que no existiera un gran plan de dominación, China no quiere —ni puede— alterar el orden democrático liberal ni la unión de los europeos (de eso ya nos encargamos nosotros mismos). El Pekín actual no es el de Mao. El modelo chino contemporáneo es mucho más efectivo, pero está mucho menos definido (parte de su éxito reside en esta contradicción). Pekín no tiene una ideología comparable al comunismo, que necesite de la extensión internacional para cumplirse. Todo lo contrario: China se ha convertido en una potencia casi puramente realista, en el que conceptos como la soberanía nacional, la no intervención, el balance de poder o las áreas de influencia son tomados muy en serio.
El objetivo de China es asegurar su desarrollo económico y establecer una defensa fuerte de su territorio —las dos columnas de la legitimidad del Partido Comunista—.
Europa es un territorio lejano a estas preocupaciones y, tal como China también ha cambiado, las potencias europeas ya no tienen el apetito imperialista con el que subyugaron a China en las Guerras del Opio del siglo XIX. Al contrario de lo que sucede con EEUU, China no mantiene una rivalidad militar, polí- tica o comercial con Europa. Las esferas de relación entre Pekín y la UE son mayoritariamente económicas.
Nuestros intereses, y en especial nuestros valores, son una enorme barrera que impide una colaboración más allá de lo económico
Una potencia realista
Hasta aquí he hablado solo de Europa, y no de la Unión Europea. Una potencia realista como China no intercambiaría ambos conceptos a la ligera. Pekín apoya la estabilidad y cohesión de la Unión. En un gesto inaudito, el presidente chino Xi Jinping tomó partido contra el Brexit, dejando de lado su retórica de “no intervención en los asuntos internos” que China defiende como su evangelio. Eso no quiere decir que Pekín comparta el proyecto idealista de la Unión Europea. Simplemente, que Bruselas es el status quo actual, y de él forman parte grandes Estados económicamente importantes para China, como Alemania o Francia. Además, Europa es el tramo final de la enorme Nueva Ruta de la Seda, el proyecto de comunicaciones e inversiones que China está extendiendo por toda Eurasia, y que es uno de sus principales pilares económicos. Si la Unión Europea cayera, Pekín se preocuparía (un socio caótico suele ser peor que un socio estable) pero no lloraría, sino que buscaría cómo adaptarse a la nueva situación.
Esto lo podemos ver con los nuevos populismos europeos. Polonia, Hungría o Grecia tienen retóricas distintas, pero un recelo común a la ortodoxia de Bruselas (en aspectos diversos, desde la deuda hasta los refugiados). Su populismo no es antichino —movimiento que sí surge en varios países del Sureste Asiático y el Índico—.
Para China, ese no recelo es más que suficiente.
Nuevos ‘outsiders’
Pekín ha establecido lazos económicos e inversiones con estos nuevos outsiders —la compra del puerto del Pireo griego, el tren de alta velocidad entre Belgrado y Budapest—.
Su actitud financiera más flexible que la de la UE y sumantra de no meterse en los asuntos internos de los países donde invierte le han ganado la simpatía de estos nuevos gobiernos. Pekín no está aquí para arreglar las relaciones rotas entre la burocracia europeísta y los periféricos “rebeldes”. No generará esta división, pero tampoco tomará partido en ella. Mientras vosotros restablecéis (o empeoráis) vuestras relaciones, nosotros seguiremos negociando con todos.
La división entre establishmenty díscolos europeos no es la única que afecta a la relación entre China y Europa. Pekín sabe que toda Europa no es lo mismo. Por eso ha fomentado foros regionales como el “16 + 1”, en el que participan países de Europa del Este y los Balcanes, algunos de ellos miembros de la UE. La promoción de un foro parecido con los países del sur de Europa no se ha materializado, pero la idea sigue en el aire. ¿Es esto un intento calculador de China de “romper Europa”? No, más bien es la constatación –que muchos aprendimos durante la crisis económica– de que no todas las economías nacionales de la Unión son iguales, ni tampoco sus intereses. Y que, pese a la retórica idealista del europeísmo, muchas veces pesa más el poder duro que los valores compartidos. Voces pro Bruselas afirman que sería un error negociar con China “desunidos”, debido a la asimetría de poder con Pekín. Pero, ¿qué garantiza que, si se actúa de manera unitaria, no se impondrán los intereses comerciales de los poderes más fuertes de la Unión?
Mecanismos de veto
Quizá la política industrial tecnológica de China crea recelos entre los empresarios alemanes, pero no afecta a los griegos. Por eso hay países de la Unión que quieren fomentar mecanismos de veto a las inversiones chinas, mientras que otros apuestan por dejar paso libre. Dicho esto, recordemos que la mayoría de la inversión china no se concentra en estos países periféricos o díscolos, sino que recae en las grandes potencias europeas tradicionales, como el Reino Unido, Alemania, Italia o Francia.
De esta suspicacia podríamos pasar a lo naíf: hay quien plantea una entente entre China y la UE contra el proteccionismo de Trump. Es algo improbable. Nuestros intereses, y en especial nuestros valores, son una enorme barrera que impide una colaboración más allá de lo económico. A China su realismo le ha servido para navegar de manera sinuosa y conseguir socios extremadamente distintos. Pero no solo de (puros) intereses vive el hombre. Y allí es donde el pragmatismo se convierte en un límite.