El reto y la responsabilidad de envejecer
En Catalunya, en 2050, una de cada 3 personas tendrá más de 65 años, y un 12% tendrá más de 80, según estimaciones del IDESCAT. En España, la esperanza de vida ha pasado de los 35 años de 1900 a los más de 80 actuales, según el INE. Las incógnitas que el envejecimiento nos plantea son múltiples: ¿cómo queremos vivir este tramo de la vida? ¿Realmente el objetivo es alargarlo más? ¿Asumimos que la vejez sea un parte de la vida, distinta pero con igual dignidad y potencial, y no una cola indeseada? ¿Cómo una sociedad tan envejecida será sostenible?
Ante estas preguntas, podemos esperar que nos repartan una solución “precocinada”, o nos podemos implicar, a nivel individual y colectivo, para aplicar algunas recetas que tenemos al alcance. La reflexión estratégica tiene que ser amplia, acercando ciudadanos, profesionales de la salud, del sector social, de la investigación y de la innovación, políticos, y otras esferas, como la educación. Tenemos 3 retos principales.
Primer reto: objetivo
El primer reto es entender cómo queremos envejecer. Hay que responder a esta pregunta: ¿nuestro objetivo final es alargar la vida todavía más, como persigue una parte de la investigación básica en ámbito gerontológico, incluso con teorías visionarias como las del gerontólogo británico Aubrey de Gray, según el cual una vida ultracentenaria será, en breve, al alcance de todo el mundo? Esta opción, que parece ejercer una especial fascinación a nivel social, estaría reforzada por algunos estudios recientes que han tenido resonancia a los medios.
Una publicación del grupo del genetista Steve Horvat (Universidad de California), en la revista Aging Cell, sugiere que, administrando hormona de crecimiento con un fármaco antidiabético, se podrían revertir unos marcadores biológicos de envejecimiento. Es cierto que aún no hay prueba alguna de su impacto clínico y funcional real, ni de los efectos adversos de este “cocktail” de fármacos. Personalmente creo que, más bien, los esfuerzos tendrían que dirigirse a preservar, potenciar o recuperar aquellas “capacidades intrínsecas” del individuo, sobre todo las funciones que sirven para andar, pensar, ver, escuchar y recordar, que, interactuando con el entorno, permitan a cada uno alcanzar objetivos vitales significativos. Esta idea, propugnada también por la OMS y llamada “envejecimiento saludable”, pone en el centro a la persona en global, y no sólo dianas como la esperanza de vida o algunos marcadores biológicos. En paralelo no debemos olvidar y asumir la muerte como parte de la vida, ya que probablemente seguirá igualando a todos los seres humanos todavía por mucho tiempo.
Segundo reto: estrategia
El segundo reto tiene que ver con la estrategia para conseguir este “envejecimiento saludable”. A pesar de buscar la «píldora mágica”, las consecuencias negativas del envejecimiento tienen una causa multifactorial, relacionada con aspectos genéticos, epigenéticos, con el estilo de vida, las condiciones sociales, económicas, culturales etc. Impresiona, por ejemplo, cómo estudiando una población neozelandesa, se ha encontrado una asociación entre la función cognitiva ya a los 3 años de vida y la función física en edad adulta; estos resultados, publicados en la revista JAMA Network Open en 2019, confirman la íntima relación, a lo largo de toda la vida, entre cerebro, función física y movilidad, que a la vez son potentes marcadores de resultados desfavorables de salud durante el envejecimiento. Por otra parte, en esta relación también juega un papel relevante el sustrato socioeconómico de las personas desde el nacimiento. Habitualmente para problemas multifactoriales hacen falta respuestas multi-palanca, y no una solución “pret-a-porter”.
Para que cada persona siga realizando actividades significativas durante la vejez, hace falta una estrategia multi-palanca que actúe a partir del estilo de vida. El eje es la actividad física. La implementación es compleja y requiere una adaptación local, involucrando ciudadanos apoderados.
Las recetas para un “envejecimiento saludable”, pues, son complejas. La investigación nos indica que es necesario compaginar una adecuada actividad física, dieta y descanso nocturno, evitando factores de riesgo como tabaquismo y alcohol. Y que hay que fomentar las relaciones sociales, reduciendo la soledad no deseada y las desigualdades, que son patentes: según datos de la Agencia Pública de Salud de Barcelona, entre barrios del mismo municipio hay casi 10 años de diferencia en esperanza de vida al nacer. Eso no quita que el desarrollo de nuevos tratamientos para causas relevantes de discapacidad y mortalidad, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o la demencia, sea también clave.
Si lo quisiéramos, sin embargo, simplificar mucho, la “píldora mágica” actual no sería un fármaco. Es el ejercicio físico. Es efectivo sobre numerosas dianas (diabetes, hipertensión, obesidad, bastante muscular…) y a día de hoy es una las pocas estrategias preventivas efectivas contra la demencia, tal como sugiere la Alzheimer Society de Canadá, entre otras fuentes. Nunca es tarde: está demostrado que incluso empezar a hacer ejercicio de mayores tiene un impacto positivo. El reto es cómo conseguir que el ejercicio sea una parte integrante de nuestro estilo de vida, y no que añada estrés a unas rutinas diarias frenéticas. Hacer ejercicio debería ser divertido. Una vez más, no hay una solución “talla única”, y hay que buscar mecanismos para que cada uno, a partir de preferencias, rutinas y posibilidades individuales, adopte una actividad conveniente y sostenible.
Tercer reto: implementación
El tercer reto tiene que ver con la implementación: ¿cómo concretar y hacer sostenible esta receta compleja, que tiene que ser individualizada? Mantener una actividad física constante y una dieta saludable no es fácil, y la situación socioeconómica influye en estos hábitos. Por eso, aunque la investigación nos haya proporcionado las indicaciones teóricas, es tan complicado trasladarlo al día a día. Hacen falta un esfuerzo y un compromiso individual y colectivo: la responsabilidad sobre nuestro futuro es nuestra. Tenemos que ser pragmáticos, y creer de verdad en el potencial de las personas, olvidando el paternalismo: todas las soluciones, a partir de unos principios guía, tienen que ser contextualizadas y adaptadas localmente, involucrando a los ciudadanos y los expertos en el proceso de adaptación a cada territorio, a partir de analizar fortalezas y debilidades.
En relación al sistema de salud, hace falta que sea más proactivo y enfocado a la prevención, e integrarse de verdad con los recursos sociales; también hace falta que apodere más a los ciudadanos, dando herramientas para gestionar la salud y para tomar decisiones. Todo eso ayudaría también a la sostenibilidad del sistema, haciendo un uso racional de recursos y evitando sobreactuaciones. Pero hoy los agentes de salud no son exclusivamente sanitarios: hace falta impregnar de salud “todas las políticas”, para adoptar un lema muy exitoso del Plan Interdepartamental de Salud Pública (PINSAP), y apostar sobre palancas clave como la educación y el voluntariado. No hay que decirlo, tenemos que insistir sobre el papel de las mismas personas y de su entorno, debidamente activadas y apoderadas, como agentes de salud.
En resumen, si el objetivo es que cada uno mantenga unas actividades significativas durante la vejez, hace falta una estrategia multicomponente que actúe, primero, sobre nuestro estilo de vida a partir de fomentar el ejercicio físico. La implementación tiene que contar con todos los agentes y los recursos existentes, y con las aportaciones de las mismas personas apoderadas. Potenciar, como facilitadores transversales, la investigación, la innovación y la ciencia de la implementación, en torno al envejecimiento y la vejez, es fundamental; estas mismas serán un motor económico y de conocimiento estratégico para nuestro país.
Un potencial real
El envejecimiento tiene un potencial extraordinario, si, entre todos, lo sabemos aprovechar. Es fácil pensar que las personas que envejecen tendrán, como valor añadido, más tiempo libre, experiencia y conocimientos acumulados para cuidarse e incluso aportar a la sociedad. Es fascinante la experiencia de los Experience Corps, implementada en más de 20 ciudades de Estados Unidos, que recluta personas mayores para hacer refuerzo escolar a niños de primaria: ha demostrado beneficios para las dos generaciones, en términos de mejora de resultados escolares y de la salud de las personas mayores.
Finalmente, en algunos casos, desvinculadas de responsabilidades laborales y sobre la familia o de otros condicionantes que a menudo nos acompañan durante la edad adulta, las personas mayores pueden generar unas contribuciones sorprendentes para la sociedad, en muchos campos. Eso hizo, por ejemplo, que la “Piedad Vaticana”, que Michelangelo esculpió a los 22 años, se transformara, a sus 80 años, en la “Pietat Rondanini”, conservada en Milán: una vez que ya no dependía de los encargos oficiales de la Iglesia, Michelangelo se permitió explorar los límites convencionales del arte y reinterpretar su “capolavoro” con un cariz impresionista absolutamente visionario e innovador. Eso siempre que, como sociedad, podamos garantizar una sostenibilidad económica para nuestras personas mayores y reducir las desigualdades.