El trabajo en la plataforma
Las plataformas digitales han venido para quedarse. ¿Debemos aceptarlas a cualquier precio? Se trata de una nueva forma económica de organizar y controlar el trabajo: la tecnología ha permitido establecer nuevas formas de interacción entre quien necesita un trabajo y quien está dispuesto a realizarlo. No son sectores productivos nuevos, porque las empresas se dedican a actividades clásicas (reparto de comida a domicilio, sector de la limpieza, trasporte de pasajeros…). Lo que cambia es la forma de estructurar el negocio gracias a la tecnología.
No es la primera vez que ocurre. La aparición de la fábrica alteró la forma de ordenar el trabajo de las sociedades agrícolas. Antes de la primera Revolución Industrial las familias cosían ropa en casa que era recogida, trasportada y vendida por un empresario. Con la aparición de la fábrica, se abandonó la producción doméstica dada la necesidad de utilización de la maquinaria que era propiedad del empresario.
Lo que cambia es la forma de estructurar el negocio gracias a la tecnología
Nos enfrentamos a un proceso similar. Las plataformas prestan servicios de manera distinta a las empresas tradicionales. Y es de esa distinta organización que han surgido dudas sobre la aplicación de las normas laborales. Las nuevas empresas defienden que quienes prestan sus servicios al amparo de la plataforma no son trabajadores, sino empresarios independientes y, por ello, no les asiste la legislación laboral, algo que ha ido en detrimento de su calidad de vida, generando agitación y protestas. Porque el hecho de que estas empresas organicen el trabajo de manera distinta no significa que los trabajadores sean independientes.
La subordinación del trabajador a la plataforma se manifiesta portres razones. La primera es el sistema de evaluación por parte de los clientes –la reputación online-. Las empresas tradicionales, con el fin de asegurar la calidad del servicio ofrecido, realizan controles de entrada –entrevistas de trabajo, selección–; controles de calidad –supervisión por mandos intermedios–, y control de salida –despidos.
Valor por estrellitas
Las plataformas, en cambio, ya no requieren dichos controles para mantener la calidad gracias a la tecnología. Con la valoración por “estrellitas”, el cliente le comunica a la empresa quién considera que es un “buen” o “mal” trabajador, lo que a la empresa le permite cribar a los “malos” y mantener los “buenos” (poder disciplinario) o asignar una mayor carga a los mejores (poder organizativo). Algo que también comparten las antiguas formas de relación empresario/ trabajador y las nuevas es el despido. Las plataformas “desactivan” al trabajador que no obtenga un mínimo de puntuación positiva en los sistemas de reputación online. Así la calidad del servicio se asegura mediante la separación del trabajador de la plataforma digital.
La segunda manifestación de subordinación es la propiedad de la plataforma como medio principal de producción. Es posible que el trabajador aporte una bicicleta o una pequeña furgoneta, pero el valor de este medio es irrelevante si lo comparamos con el de la plataforma. Todo el mundo tiene una bicicleta en casa, pero hasta que Deliveroo y Glovo aparecieron, esas personas no se dedicaban al reparto de comida a domicilio. Así queda patente la necesidad de la plataforma para ejercer el negocio. Una vez más se refleja la subordinación del trabajador en el hecho de que, igual que el empresario puede echar al trabajador de su fábrica, las plataformas pueden expulsarle de ellas.
Trabajadores fungibles
La tercera manifestación es la ajenidad en la marca: en estas plataformas el cliente lo es de la plataforma y no del trabajador. El cliente reconoce la marca y confía en ella y, por ello, repite, siéndole indiferente que un trabajador u otro les preste el servicio (trabajadores fungibles). Difícilmente podemos considerar empresario a aquél que no presta servicios de manera personal bajo su propia marca, sino que lo hace al servicio –y en beneficio– de otra.
Recapitulo. Es cierto que estas empresas organizan el trabajo de forma diferente, sin embargo, parece que igualmente controlan el trabajo prestado. La sentencia en Reino Unido que declaró que los conductores de Uber no eran autónomos, sostuvo que una empresa con 30.000 trabajadores verdaderamente independientes sería ingobernable. Si cada trabajador realmente pudiera hacer lo que quisiera, la empresa ofreciendo el servicio vería muy perjudicada su marca hasta el punto de desaparecer. Por ello, estas empresas cuentan con poderosas razones para controlar el trabajo, algo perfectamente legítimo y legal, sólo que incompatible con la ausencia de derechos laborales y de cotización a la Seguridad Social.
Futuro en juego
Nos jugamos nuestro futuro con la economía de plataformas. Igual que la aparición de la fábrica y el fordismo alteró radicalmente las sociedades agrícolas, la economía de plataformas remodelará totalmente nuestra sociedad. De la misma forma que los sindicatos de fábrica a principios del xx y las huelgas erigieron el Estado del bienestar que ahora conocemos, construyeron el futuro que ahora es nuestro presente, con la aparición de la economía de plataformas los ciudadanos de hoy tenemos la responsabilidad de adaptar esta nueva forma de organizar el trabajo para que sea aceptable conforme a nuestros valores sociales.
En la época de las fábricas y ante las penurias del proletariado no se prohibieron las fábricas. La solución vino por la regulación de unas condiciones dignas de los trabajadores. En la economía de plataformas no parece que la solución deba caer muy lejos del árbol.
Nos jugamos nuestro futuro con la economía de plataformas