El tren de la prosperidad
Ese día la historia del país cambia. Era un emprendedor que hacía más de diez años había comprendido que aquella máquina de vapor podía ser una herramienta básica de progreso y había creído que el tren podía transformar el desarrollo social y económico de un país. Regresó a Cataluña convencido de que aquella infraestructura permitía trasladar a una sociedad del presente al mundo de mañana. Es la lógica de entonces, actúa como el algoritmo de toda una época. Pero no es fácil pasar de la idea a la realidad. Busca alianzas internas y las encuentra, busca financiación externa y la logra, dribla la crisis económica y la desidia del Estado centralista, que querría privilegiar otro trazado. Al fin la línea Mataró-Barcelona se inaugura el 28 de octubre de 1848. Es la palanca logística necesaria para el desarrollo de una industria concreta que, además, confluye con la energía de un país que, redescubriéndose como tal, está refundando una cultura al mismo tiempo que se propone ganar el desafío de futuro tal como lo plantea la revolución industrial. Cataluña se sitúa en el mundo como un polo de progreso.
Solo cuatro años más tarde el ingeniero Domènec Cardenal empieza a dirigir las obras de construcción del canal de Urgell. El proyecto no era nuevo, se planeaba desde la Edad Media, pero se lo consideraba demasiado complejo, demasiado costoso. La obra definitiva exigía combinar ambición y técnica, y entre otros obstáculos tenía que superar la sierra de Montclar. Fue necesario movilizar seis mil obreros para agujerear los casi cinco kilómetros del túnel de Montclar, el más largo de Europa en aquel momento. Una década más tarde, ya se regaba la primera finca. En poco tiempo, fueron 6.500 hectáreas de nuevo regadío, que crecieron hasta las 62.000 al cabo de solo dos décadas. El agua ya no dejará de correr. El cambio económico y social que el agua provocó en la plana de Urgell fue extraordinario. Y llega hasta hoy. La ambición del siglo xix se respiraba en Barcelona, pero también en el conjunto del país. Se había producido una revolución económica y demográfica que aún perdura en el vibrante sector primario de las comarcas de Lérida.
Una mañana de septiembre de 1874, dos escoltas esperan en la calle del Carme a que aquella chica salga de casa. Deben hacer un corto trayecto, pero los pasos que recorrerán trazan un camino de esperanza. Los dos agentes están allí para acompañar a Dolors Aleu, que tiene diecisiete años, y juntos se encaminan hacia el Hospital de la Santa Creu. Aleu no está enferma. Con su esfuerzo revierte una inercia de injusticia. Quiere estudiar la carrera para la que tiene vocación y, venciendo una tradición oscurantista que negaba a las mujeres el acceso a los estudios superiores, logrará ser la primera mujer en España que obtenga la licenciatura en Medicina. Y aún más: en 1882 se convierte en la primera mujer que presenta una tesis doctoral en España, en la que hace una razonada proclama de igualdad entre los géneros y un llamamiento a favor de la educación como palanca de justicia. Abre consulta en la Rambla de les Flors. Aquella doble decisión, de formarse para profesionalizarse y así impulsar mejoras en justicia social, podía ser interpretada como el prólogo no solo de la centralidad que han adquirido las ciencias de la salud como vector de prosperidad sino también de una idea de prosperidad que no puede desligarse de la idea del cuidado como factor de cohesión de una sociedad que es consciente de la grieta abierta por la desigualdad.
En nuestra historia encontramos hilos de esperanza de los que hay que tirar para intentar recoser una red colectiva con la cual reconquistar un futuro donde valga la pena vivir. En la montaña y en el mar. En el campo y en la ciudad. De la derrota al orgullo. Cuando el pasado de autogobierno parecía cancelado, la gran fiesta de la transición en Cataluña es el retorno de un presidente exiliado, con el cual todo un país reconquista la institución que le otorga identidad política. Una noche de 1992 el alcalde de Barcelona recuerda ante el mundo que el presidente de la Generalitat fue asesinado por el fascismo, y aquella conexión con un pasado trágico se convierte en un hilo rojo de compromiso con el país a través de un acontecimiento deportivo que transforma la capital y sitúa a Cataluña en el mundo como un referente de prestigio global y feliz eficiencia.
Tirar de los hilos, de los más que podamos, para reinventar futuros. El diseño de futuros no presupone un destino final sino que perfila una visión integral e imagina oportunidades de mejora concretas que se piensan aquí y ahora. Esta es la tarea que se ha propuesto el Grup de Treball Catalunya 2022. Lo hemos hecho sumando esfuerzos muy diversos y convencidos de que es mejor arriesgar para orientar un diseño de nuestro futuro que dejar que nos lo limiten o nos lo impongan desde fuera. Lo hemos intentado con la libertad de poder pensar fuera del marco de las instituciones, pero firmemente comprometidos con ellas. La propuesta de constituirnos como grupo de trabajo nos la hizo la Generalitat de Catalunya y nosotros la aceptamos, honrados porque creemos en la centralidad de la política en una sociedad democrática. Ha sido así, sin servidumbres de ninguna clase, como hemos querido imaginar un proyecto integral de transformación del país. No desde cero. En Cataluña tenemos un legado, tenemos un entramado y hemos considerado que tenemos un reto. Como lo hicieron aquellos pioneros de la igualdad, de la industria o del campo. El reto es volver a comenzar.
Y porque conocemos el pasado del que venimos, sabemos que no debemos empezar de nuevo. Conservamos una promesa de prosperidad que viene de lejos y gracias a la cual, durante años, se han consolidado activos que ahora hay que potenciar. Activos públicos y privados. Se trata de obtener el máximo talento —crearlo, captarlo, retenerlo— para utilizar este entramado, modernizarlo y, de este modo, sacarle el máximo rendimiento, para dotarnos al mismo tiempo de unas oportunidades de creación de riqueza y de unos servicios públicos mejores y más eficientes que deben desarrollarse en una realidad que ya es digital. Se trata de reiniciar una tradición que impulsó la sociedad civil y que ha constituido el hilo rojo de la Cataluña moderna que debe situarnos en el mejor lugar posible para vivir en la sociedad de la cuarta revolución industrial.
Durante los últimos tiempos Cataluña se ha movido poco, pero el orden global ha evolucionado considerablemente, al mismo tiempo que la crisis climática no ha revertido, sino que ha seguido consolidándose como la principal amenaza para el futuro de la humanidad; no debemos olvidar que las Naciones Unidas ha certificado que las agresiones climáticas son y serán las responsables de pandemias como las que estamos sufriendo. La actual pandemia ha acelerado el desplazamiento de la hegemonía mundial del Atlántico al Pacífico y ha trastocado el liderazgo incuestionable que las democracias occidentales se habían otorgado hasta ahora. Los nuevos movimientos geoestratégicos y las tensiones entre las grandes potencias, que ralentizan el ritmo de la globalización de matriz financiera e incorporan otras variables (tales como la productiva y la tecnológica), están obligando a todos a replantearse cuál puede ser su lugar en el mundo. Ha sido durante este período de barbecho cuando, con mayor intensidad, hemos constatado que nuestro presente es una etapa de transición. En el desarrollo de la globalización, la covid-19 ha escrito un punto y aparte, y con la página siguiente comienza una nueva era. Vivimos en una hora fronteriza que nos obliga a imaginar el camino por el que quisiéramos transitar durante los próximos lustros.
Es ahora, dentro del paréntesis en el que se ha encontrado todo el mundo, cuando parece llegada la hora de pulsar los botones para hacer un reset. Un reset para actualizar un sistema que en Cataluña nos ha funcionado, pero que se ha ido haciendo anticuado. Cabe pensar ahora qué modelo de país queremos en el futuro para poderlo construir tan pronto como la crisis sanitaria haya pasado. ¿Es pretencioso pensar el futuro de Cataluña en este cambio de paradigma y con una óptica geoestratégica? Para nosotros la respuesta no es solo no, sino que es exactamente la contraria. Frente al peligro de perder el tren del mundo de mañana, que está mucho más cerca de lo que pensábamos antes de la pandemia, somos conscientes que Cataluña solo tendrá un futuro que valga la pena si se injerta del nuevo paradigma europeo en construcción para que pueda jugar un papel en el mundo de una globalización territorializada y hacer así que su estado del bienestar sea más robusto.
¿Cuál es este paradigma europeo? Para garantizar su misión de ser referente universal de los derechos y libertades, la Unión Europea ha asumido el reto de transformar algunas de las principales industrias del continente con el New Green Deal como pilar, postulando una transición justa y con la digitalización como el instrumento que ha de posibilitar modernizar las instituciones y mejorar la vida de los ciudadanos. Es una visión de futuro que se alinea con la Agenda 20-30 de las Naciones Unidas y que asume que un determinado modelo de Estado, «el Estado emprendedor», tiene que actuar como catalizador fundamental del cambio. El Estado emprendedor es proactivo: identifica los problemas, ejerce el liderazgo convocando a los actores que pueden resolverlos y colabora en el diseño de las soluciones. Los servicios públicos, orientados e integrados en la ciudadanía, modifican su funcionalidad y mueven su foco hacia la idea del valor público, entendido como servicio al colectivo. Este Estado emprendedor se alimenta con el vigor de una sociedad emprendedora. El Estado no podrá cumplir con esta función modernizadora si su sociedad, con el trabajo y la exigencia, no lo vivifica.
Para volver a empezar, Cataluña necesita este tipo de política, y hay instituciones públicas que deben ser reformadas para que puedan dar servicios de mejor calidad y mayor equidad. De estas instituciones, la más importante es la que tiene que ver con el aprendizaje. También hay instituciones que se resisten a cooperar para facilitar el cambio (el Estado español, centralizador sin duda, pero también una determinada cultura administrativa). A menudo algunas instituciones están imposibilitadas para transformarse y hay que crear nuevas o promover nuevos modelos que pongan en evidencia que las antiguas han devenido obsoletas. Ante el reto de la prosperidad, sea como fuere, solo cuenta aquello que suma y aquella política que tiene el coraje de priorizar la política de las cosas, y arrinconar las cosas de la política. Y es entonces cuando la alianza institucional con actores privados y de tercer nivel tiene que permitir al país alinearse con el proyecto modernizador que propone la Unión Europea.
Se debe partir de que Cataluña ha perdido posición económica en el mundo. Algunos de los sectores tradicionales de nuestra economía se están volviendo obsoletos, otros ganan peso y no son pocos los que deberán modernizarse explorando las potencialidades de la digitalización y aprovechando la oportunidad única que representa el Fondo Next Generation, tal como ha apuntado en su informe el Comité Asesor Catalunya-Next Generation EU. En todo caso, ante esta pérdida de poder económico, hay que hacer un llamamiento ambicioso para que todos los talentos trabajen conjuntamente con el objetivo de transferir todo el conocimiento acumulado para transformar la economía del país y propulsar su productividad. La Generalitat está en condiciones de coordinar esta apuesta de innovación, de la misma forma que tiene que activar las ayudas para que las pequeñas y medianas empresas puedan digitalizar sus procesos y ofrecer mejores servicios. Son ejemplos de actuación del Estado emprendedor. Esta tarea catalizadora deberá revertir en las instituciones para que los beneficios que reporte esta función permitan invertir en el sistema de derechos y libertades de los ciudadanos; un sistema que ha evolucionado con la pandemia, evidenciando la interconexión entre sanidad y protección social, y la consecuente necesidad de pensar ambos simultáneamente.
De la misma manera, el funcionamiento de este Estado dota de una nueva potencialidad a la acción parlamentaria. Durante los últimos años la búsqueda de la soberanía ha sido el eje de la política catalana y, para sincronizarlo con el cambio de paradigma, quizá haya que encaminarla como la herramienta básica del desarrollo del país: actuar como motor de las alianzas a varios niveles (territoriales e institucionales) y, a la vez, hacerla más responsable de sus deberes encomendándole que modernice sus mecanismos de evaluación de la acción gubernamental.
La cuestión estriba en identificar a los actores que comparten este gran propósito y que están comprometidos en este objetivo común de país. Porque todos estamos llamados. La cultura y la ciencia, la empresa, la Administración y la ciudadanía en general. Desde quienes imaginan la metrópoli de Barcelona como una región de cinco millones de personas —como se plantea en el Plan Estratégico Metropolitano— hasta los que exploran nuevas centralidades por todo el país. Del campo a los pueblos medianos hasta los imanes del mar y la montaña que seguirán atrayendo visitantes de todo el mundo. Cataluña no tiene que mirarse en ningún otro país porque ningún país es igual. Cataluña es un ecosistema pequeño, por lo que a la dimensión se refiere, lo suficientemente cohesionado y muy complejo —lo evidencia desde la pluralidad de su geografía a los polos de investigación o la densidad de su malla empresarial de tamaño medio— que, precisamente por este conjunto de particularidades, reúne las condiciones para actuar como un laboratorio que busca encontrar una fórmula de progreso, y que sea exportable: un modelo de sociedad en la que la prosperidad económica y social, la sostenibilidad medioambiental y la apuesta por la ciencia permitan situar la vida en su centro y religuen la riqueza que genera un tejido empresarial vivo al bien común. Cataluña como laboratorio abierto de la nueva democracia responsable, creativa y global.