Entre la crisis y la necesidad mutua
Las celebraciones del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial han mostrado un escenario de crisis: se han hecho visibles las grandes diferencias que enfrentan al presidente de Estados Unidos con los líderes de Francia, Alemania y la Unión Europea. No son discrepancias nuevas en la relación transatlántica. Tienen una dimensión histórica que ayer y hoy, sin embargo, no han evitado la colaboración en cuestiones de mutuo interés.
No sería hasta después de la Primera Guerra Mundial y, especialmente de la Segunda, cuando el país comenzó a involucrarse en la política europea e incluso a apoyar el proceso de integración en el marco de la contención de la Unión Soviética: se puso en pie una alianza asentada sobre la base de intereses y valores compartidos.
Crisis habituales
Con todo, y a pesar de los éxitos de los que puede presumir esta relación, las crisis siempre fueron habituales. La retirada de Francia por iniciativa del presidente De Gaulle del mando militar integrado de la OTAN y, ya en la posguerra fría, las desavenencias en escenarios como los Balcanes e Irak, evidenciaron las diferencias entre los aliados. Más tarde, los líderes europeos observaron con cierta perplejidad cómo el presidente estadounidense, Barack Obama, priorizaba los desafíos de seguridad de Asia-Pacífico frente a los del continente europeo.
Las relaciones entre los EEUU y la UE nunca han sido fáciles de identificar. A menudo, la distinción de la relación entre los Estados europeos, la Unión Europea e incluso la OTAN no es clara, quedando subsumida por la relación transatlántica en sí. Además los propios líderes estadounidenses, a menudo, han priorizado la relación bilateral con los Estados antes que canalizar la relación bilateral a través de la UE, algo que se ha acentuado con la actual Administración.
Este aspecto queda claro al analizar el discurso y los documentos estratégicos de la potencia norteamericana, en especial sus Estrategias de Seguridad Nacional. En su orden de prioridades a menudo la OTAN ha estado por delante de la UE. Es un aspecto comprensible dada la relevancia que las potencias siempre han concedido a la seguridad. La UE suele ser mencionada, en cambio, en el ámbito de las relaciones económicas bilaterales y comerciales o en el de la lucha contra el cambio climático.
Estas diferencias se han acentuado con la llegada del presidente Trump al poder. Se ha visibilizado una supuesta ruptura transatlántica que, en realidad, es también una ruptura interna de los Estados miembros de la UE, en especial en relación a los valores que deberían guiarla. Si bien con efectos de opinión pública los EEUU perciben de manera positiva a sus principales aliados, en diferentes ámbitos ha generado discrepancias de calado la política exterior jacksoniana: una corriente que defendería la soberanía estadounidense y una actuación enérgica frente a los adversarios de los Estados Unidos y desconfía de las instituciones internacionales, el multilateralismo o el derecho internacional. Una corriente con la que las comunidades rurales han tendido a identificarse.
Discrepancia comercial
Uno de los ámbitos de discrepancia es el comercio. La UE ha sido objeto de imposición de medidas arancelarias junto con rivales de los EEUU como China y aliados como Canadá o Japón. Es un cambio respecto de la Administración previa, que apostó por una Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (paradójicamente más rechazada en el ámbito europeo que el estadounidense).
El comercio, en cualquier caso, se convirtió en el punto de ruptura principal en la política europea de las Administraciones de Obama y Trump. Es en este ámbito y ante el objetivo declarado de la Administración de reducción del déficit comercial que tiene con diferentes Estados, donde se incardinan las conocidas declaraciones de Trump calificando de rival a la UE.
La opinión pública estadounidense percibe que los europeos no gastan suficiente en seguridad, y sí en sus Estados de bienestar
Incremento de gasto
Discrepancias resaltadas también en seguridad, si bien aquí las continuidades han sido más habituales que las rupturas. Las demandas de un incremento del gasto no son no- vedad. Obama consiguió el compromiso de Cardiff de aproximarse al gasto del 2% en defensa para 2024. Tanto los dirigentes como sus élites de política exterior y la opinión pública perciben que los europeos no invierten lo suficiente en su defensa y dependen del gasto estadounidense, lo que les permite invertir en otras prioridades como sus propios Estados de bienestar. Estas críticas fueron notables a raíz de las limitaciones europeas en la intervención en Libia de 2011. El propio Obama llamó free riders –gorrones– a sus aliados en su entrevista de 2016 en The Atlantic.
Trump ha continuado con esta demanda, si acaso de una manera más vocal y enérgica. Como reacción algunos líderes europeos plantearon la PESCO y otras iniciativas. Sería una alternativa a la presencia estadounidense y llamamientos a una autonomía estratégica a pesar de que, dicha política, por muy necesaria que resulte a la hora de mejorar en la cooperación interna, no ofrece una alternativa realista. Ni a la presencia estadounidense ni a la OTAN. Presenta una enorme fragilidad ante la diferencia de recursos, intereses o valores de sus integrantes y la falta de voluntad política y visión estratégica para llevarla a cabo y aplicarla cuando fuese necesario.
A estos aspectos cabe añadir discrepancias en torno a cuestiones como el Acuerdo de París sobre cambio climático o la retirada del acuerdo nuclear con Irán, éste con graves implicaciones en la seguridad regional. También en el Brexit: Trump ha mostrado su comprensión con la decisión británica e incluso se ha mostrado en favor de llegar a un acuerdo de libre comercio “innovador” con el Reino Unido.
A pesar de estas diferencias, a menudo prominentes en momentos en los que la división no ha sido transatlántica, sino también europea (como sucedió con la guerra de Irak), la relación tiene difícil sustitución. Está en el interés de todos mantenerla como garantía de seguridad y estabilidad. Máxime en un momento de creciente competición en términos de seguridad y poder con potencias autocráticas como China o Rusia. A pesar de las diferencias actuales entre los aliados del espacio atlántico, siguen siendo más las cuestiones que los unen a los europeos de las que los separan en el cada vez más competitivo sistema internacional actual.