Millones de euros y de desgarros emocionales

Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza. Coordinador del libro "Tejidos de vecindad. Los vínculos históricos entre Aragón y Cataluña, siglos XVIII-XX" y de la exposición "Dicen que hay tierras al este"

Ninguna autonomía española compra tanto en otra como la aragonesa en la catalana. El Aragón del siglo XXI, con Catalunya cerca en todos los sentidos, tiene más posibilidades de robustecerse mediante un aragonesismo que enaltece lo que es propio y vale la pena, que es mucho y no precisamente por ser propio, pero al mismo tiempo participa de la necesidad de vigilar un trato equitativo entre regiones. Catalunya es hoy, con gran diferencia, el principal mercado de Aragón. Y, por mucho que se empeñen en negarlo, una frontera política, sobre todo si en un lado se está en la Unión Europea y en otro no, es un poderoso desincentivo para los intercambios. Por tanto, nada de lo que suceda en Catalunya nos es ajeno a los aragoneses, como demuestra la dilatada interacción histórica entre ambos territorios.

El principal mercado de Aragón es hoy Catalunya, y una frontera política es un poderoso desincentivo a los intercambios

Frente a pasados mitificados e instrumentalizados, la perspectiva histórica ayuda a conocernos mejor y a crear espacios compartidos, a no practicar la ignorancia recíproca, origen de no pocas actitudes chauvinistas y de relatos nacionales construidos ad hoc para satisfacer los propósitos del presente. Durante la época contemporánea han primado las complementariedades históricas y las amplias influencias entre Aragón y esas “tierras al este” a las que se refiere la canción de José Antonio Labordeta, y desde donde llegaron a menudo aires de renovación. Eso sí, no han faltado fricciones por el camino. Es ineludible que la convivencia vaya salpicada de conflictos, como suele ocurrir entre viejos vecinos de territorios colindantes. Pero, como hicieron nuestros antepasados, hemos de encontrar vías de colaboración y caminos que aviven diálogos. Seamos propositivos, aunque resulte más fácil construir el no y un discurso siempre negativo, por la capacidad que tiene de aglutinar frente al otro. Pero lo decisivo es ser capaces de edificar un sí alternativo, de desarrollo y de progreso, de bisagra si es preciso entre distintos proyectos territoriales, reconociendo que la diversidad es intrínseca en España por historia, por derecho y por cultura. Asumamos la diferencia y seamos capaces de transformarla en una fuerza endógena, no siempre exógena, alejados de visiones unívocas que no sirven ni para Catalunya ni para España. Y en esa construcción de identidades colectivas no excluyentes, miremos más hacia Europa si queremos seguir siendo actores de nuestro destino.

Los ciudadanos queremos más Europa, pero de nuevo cuño, más grande y más pequeña a la vez. Es decir, una Europa no entendida estrictamente como un Estado en sentido jurídico o centralista, sino como un conjunto articulado, al mismo tiempo supranacional y federal, que atienda lo cercano y se sitúe en el mundo ante los nuevos desafíos de la globalización.

“Catalunya fue el principal destino de la emigración aragonesa hacia cualquier destino”, han escrito los profesores Vicente Pinilla y Javier Silvestre. Este trasvase de población ha generado unas redes de sociabilidad enormes. Tampoco han faltado intensos flujos energéticos, vías de comunicación compartidas, empezando por el Ebro, y numerosísimos intercambios de talento. Hasta el desarrollo de la conciencia aragonesista debe mucho a personalidades como Gaspar Torrente o Julio Calvo Alfaro, ambos emigrantes en Barcelona, y a la revista El Ebro, publicada en la Ciudad Condal a partir de 1917.

Hay que sumar esfuerzos y una mejor coordinación entre la administración catalana y la aragonesa

Existen nexos de unión difíciles de borrar, aunque algunos quieran obviarlos o incluso negarlos. En asuntos lingüísticos todavía cuesta utilizar el apelativo de catalán en la franja oriental de Aragón y algunos prefieren la denominación de xapurreat, que implica en su origen una valoración poco favorable de la lengua, u otras acepciones más localistas (lliterà, tamarità, fragatí, maellà, etc.). En estas tierras a caballo entre Aragón y Catalunya dejan de coincidir los límites administrativos oficiales con los lingüísticos, económicos, eclesiásticos o naturales. A todo ello cabe añadir la utilización de infraestructuras comunes, empezando por el Canal de Aragón y Catalunya, esas “compuertas regeneracionistas” por las que tanto bregara Joaquín Costa, hoy aprovechado por gentes de uno y otro lado.

Sumar esfuerzos

Desde Bonansa hasta el Matarraña, el mejor futuro para la zona pasa por la suma de esfuerzos y por una mejor coordinación entre las administraciones catalana y aragonesa en el desarrollo de este territorio de contacto. Porque, como ha escrito Eloy Fernández Clemente, “hablar es algo más que emitir sonidos y palabras, es ser de una determinada manera, pensar con esas alcayatas verbales, sentir de un modo muy especial”. Otro profesor experto, Javier Giralt, nos ofrece alguna clave de futuro que conviene ser rumiada por todas las partes: en Aragón debería aceptarse sin problemas la catalanidad lingüística y cultural de la Franja, y al mismo tiempo debería desaparecer el mensaje intervencionista que se propaga desde Catalunya, interpretado por algunos sectores de la sociedad aragonesa como anexionista. No nos dejemos llevar por los intereses de algunos dirigentes políticos del momento, cuyos discursos independentistas y recentralizadores se retroalimentan.

De momento, Aragón es la comunidad invitada en Sil Barcelona 2019, la feria de logística más importante de Europa. Y, más allá del comercio de mercancías, el intercambio de servicios (financieros, turismo, transporte) no se queda a la zaga. El futuro pasa por la colaboración fructífera entre Catalunya y Aragón, sobre la base de relaciones bilaterales intensas. Nos perdonará Ortega y Gasset si le llevamos la contraria: en este caso, no basta con “conllevarnos”.

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