Periodismo LED

Redactor jefe de la sección A FONDO de La Vanguardia. Autor del libro "Conexión Madrid" (Debate), investigación sobre la guerrilla terrorista que cometió los atentados de Madrid en 2004. Entre 2011 y 2020 fue redactor jefe de la sección de Cultura de La Vanguardia.

La redacción de un diario, y me imagino que la de cualquier medio de comunicación, tiene cada día un momento mágico. Es de noche. No es necesario que se haya vaciado completamente, aún quedan periodistas en algún rincón iluminado terminando un artículo, tal vez una crónica política que necesita el ingrediente de un presidente entrevistado a última hora, tal vez un partido de tenis en una zona horaria austral, quedan también los equipos de cierre, que la digitalización ha obligado a estirar hacia la madrugada (y desde la madrugada), o queda alguien que a esa hora habla con los padres, que viven lejos, o con la pareja, que cuando se encuentren dormirá.

Es el momento mágico en el que en los rincones hay papeles desgarrados, los periódicos del día amontonados y farragosos, a veces restos de comida, vasos de papel con un culo de café.

Dentro de la magia de una redacción a última hora hay también componentes inmateriales. La tensión de todo el día averiguando qué pasa en el mundo, decidiendo cómo lo presentas a tus lectores, haciendo el esfuerzo mental e intelectual de explicarlo de la mejor manera posible: en el ambiente quedan las noticias y las palabras descartadas, las que se han quedado fuera de su momento de gloria, flotan como suplentes esperando su oportunidad. Y quizás no llegará, porque al día siguiente casi todo empieza otra vez de cero.

“Aquel caótico goteo de redactores vendiendo uno a uno la mercancía se ha terminado, las enriquecedoras tertulias del pasillo han desaparecido”

Con toda seguridad la tensión de todo el día entre noticias en disputa, disputas entre jefes y correcciones de títulos en el límite de la guillotina horaria generan iones o protones o electrones o newtones perfectamente perceptibles.

Por la noche se pasean por las mesas vacías, apuran los cafés inacabados, picotean las migajas. Creadores de magia en una redacción a punto de dormir.

Esta magia hace un año que duerme.

Las redacciones se han vaciado, mayoritariamente se han vaciado, los títulos ya no se discuten, se hablan por WhatsApp. ¿Qué te parece «liquida» en vez de «elimina»?

Aquella tormenta diaria de electricidad electrostática ha desaparecido.

Ahora, por la mañana, desde casa, los redactores explican en una frase su agenda del día, a qué ficha apostarán sus newtones. Donde antes había una máquina de café ahora hay un chat con jefes (y un chat sin ellos: un error puede ser criminal). Si hay reuniones de los equipos son por pantalla -el primer día todo el mundo pensó qué quería que se viera a su detrás- y por ello deben ser al unísono y en concreto. Con orden del día. Con los órdenes del día. Aquel caótico goteo de redactores vendiendo uno a uno la mercancía se ha terminado, las enriquecedoras tertulias del pasillo han desaparecido.

Este romanticismo se ha desvanecido.

“La esencia de nuestro trabajo ha perdido su capa más íntima, más primaria e inicial: hablar con alguien viéndole la cara, que una boca y unos ojos y unas frases moduladas en función de emociones e intensidades emita un mensaje que el periodista capta, decodifica, registra -comprende-“

Las redacciones virtualizadas han quedado sometidas a la cita LED de intermediarios tech: meet, zoom, hangouts. Hemos perdido el enriquecimiento de ascensor. El redactor de economía friki que es experto en ornitología, que los domingos va a anillar al Llobregat, ya no puede aportar su última experiencia en la pieza del experto en medio ambiente. No le llamará a su casa para explicarle que en la última salida vieron una garza real fuera de temporada, no tienen una relación personal bastante sólida para llamar por comentar esta circunstancia, solo la compartirán si el azar hace que se encuentren en el espacio de trabajo. Por el mismo motivo, aquel periodista de política aficionado al teatro que en la última función en una pequeña sala del Raval descubrió una compañía maravillosa no informará al responsable del área, que quizás todavía no la ha visto.

La ventana al mundo tiene los mismos nombres en inglés. La esencia de nuestro trabajo ha perdido su capa más íntima, más primaria e inicial: hablar con alguien viéndole la cara, que una boca y unos ojos y unas frases moduladas en función de emociones e intensidades emita un mensaje que el periodista capta, decodifica, registra -comprende-, y finalmente relaciona con otros mensajes y datos y elabora, codifica y emite.

En TV3 se ha establecido la consigna que sus reporteros deben llevar la mascarilla. Es una manera de recordar los ciudadanos, desde su poder cuantitativo y simbólico, en qué tiempos vivimos y cuál es nuestra aportación, no solo ética, a pasar página; aunque no les vemos los rostros. Son, siempre, dos noticias en una.

Tiene otros efectos gráficos. ¿Fotografías con mascarilla o sin? Con mascarilla el retrato deja de serlo; sin, puede carecer de contexto, o ejemplo. Los retratos de grupo exigen distancia, y en consecuencia las fotografías se han ensanchado, el diseño de páginas y webs se ha salpicado de panorámicas.

Ahora tendremos que volver (queremos volver) a la calle.

En beneficio propio, en beneficio de nuestros lectores y espectadores. Captar la ironía en los rictus. Deshacer la literalidad de una cara enmascarada. Huir de la comodidad del correo electrónico o la llamada. La comodidad, la cobardía. Tienen que ser sistemas temporales, herramientas de estos meses, el mal menor impuesto por la enfermedad universal.

“Hoy, el periodismo se ha vuelto obligatoriamente LED, frío, meet. Desde la mesa, desde casa. Mutilada toda la comunicación directa (y la asistencia a conciertos, partidos, mítines o juicios) corremos el riesgo de que estas rutinas nos coman, que se acaben instalando en nuestro día a día”

Los años 2006-2007 participé en un documental sobre los atentados de Madrid, el 11 M. Una producción potente, con televisiones públicas de media docena de países europeos. Su director, Justin Webster, tenía muy claro que, para lograr entrevistar a las mujeres, los hermanos, los padres y las madres de algunos de los terroristas había que hacer un planteamiento robustamente ético. Había que entender. Para entender necesitaba establecer una conexión, una complicidad. Los productores, los del grifo de dinero, tal vez pensaron que su plan de trabajo era antieconómico, pero fue magistral: fue a ver uno por uno a los familiares y amigos de la célula terrorista. Sin cámara, sin más intención que la de explicarse, explicar el proyecto. Explicar que, más que ninguna otra cosa, quería entender qué había pasado, qué había pasado en la vida de los respectivos familiares para organizar una masacre de aquellas dimensiones (192 muertos en los trenes y un policía en Leganés) y finalmente acabar inmolado en un piso de Leganés.

El contacto humano lo fue todo. Fue el reportaje. Casi todos dijeron que sí.

Semanas después los entrevistó uno por uno. Casi todos quisieron hablar. Confiaron en ese periodista. Es obvio que no hubiera sido lo mismo, que hubiera sido estéril intentarlo a la primera, o por teléfono, o hangouts.

El documental es aterrador, profundamente humano, descriptivo y doloroso.

Hoy, el periodismo se ha vuelto obligatoriamente LED, frío, meet. Desde la mesa, desde casa. Mutilada toda la comunicación directa (y la asistencia a conciertos, partidos, mítines o juicios) corremos el riesgo de que estas rutinas nos coman, que se acaben instalando en nuestro día a día. La comodidad de una llamada, ahorrarse un trayecto. Es más rápido, cómodo y barato y nos empobrece: como si hubiéramos maquillado nuestras fuentes, sus rostros se difuminan en la distancia, en la pantalla. Hemos pixelado toda aquella comunicación periférica, hemos perdido el contexto.

Corremos el devastador riesgo de olvidar, porque no hay periodistas, qué pasa en Lesbos, Palmira o Rangún. Reducir el periodismo al tuitero casual, por no decir interesado o fake.

No todo son contras. Consolidaremos tecnología y métodos. El escritor albanés minoritario que la editorial minúscula de ningún modo llevaría de promoción, a conocer sus lectores y ser entrevistado por el especialista, ha ganado una ventana al mundo. Menos rica en matices, pero es una ventana que, hasta ahora, de tan minoritaria, no existía. Escritor, o epidemiólogo chino, o analista financiero: los tendremos al alcance, los veremos. La herramienta se ha implantado, y convivirá con las tecnologías preexistentes. Será una más, habremos ganado un canal. Habrá que aprender a discernir qué nivel exige la presencia, el pretexto de un café, la distensión de una comida, una cerveza off the record.

Y también habrá que aprender de nuevo a escoger concierto, partido, mitin o juicio, sin pensar nunca más en todo lo que hemos mutilado mientras tanto.

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