Tiempos volatilizados, tiempo para cuestionarnos
La incertidumbre era un concepto que ya estaba de moda antes de esta nueva situación. No es nuevo. Se hablaba de ella desde el inicio del milenio en el contexto de las guerras. Se habló en el contexto de las crisis económicas del 2001 y del 2008. Se habló como motor de cambio para las empresas, como contexto idóneo para la sagrada innovación tecnológica. A pesar de ello, ahora nos encontramos en un presente donde uno de los escenarios probables (con el que trabajaban instituciones internacionales sanitarias o humanitarias y en algunas consultoras especializadas en prospectiva), nos ha estallado. Escenarios pero que eran implausibles para los que podían tomar decisiones. No se quería aceptar porque atentaba contra la visión del mundo, el deseo de crecimiento continuo, la idea de Progreso. La incertidumbre es, en el fondo, un tema incómodo. En el contexto de crisis y recesiones económicas, se ha utilizado como excusa para generar oportunidades de nuevos contextos económicos.
Desde nuestra cultura (que recoge las cosmovisiones y creencias con las que explicamos nuestro mundo), la incertidumbre es lo opuesto al conocimiento. Un juego de suma-cero contra lo que se tiene que controlar. Pero no un elemento distinto a la certeza, no siempre opuesto, y que a veces forma parte del conocimiento.
Aunque se conceda una escasa apreciación al análisis de las creencias culturales con las que canalizamos las explicaciones del mundo y en el fondo se toman decisiones, estamos en un momento crucial de emergencias que se irán acumulando como prueban evidencias en economía, climatología, biología, o epidemiología. Eso nos encamina a realizar uno de los esfuerzos más complejos a escala tanto psicológica como social: el cuestionamiento de algunas de las creencias que nos bloquean ante una posible transformación.
Pero la incertidumbre es una propiedad emergente de los procesos sociales, económicos, o de cualquier tipo, pues el mundo se encuentra en continuo cambio, a diferentes ritmos y velocidades. Está estrechamente vinculada a lo que se desconoce, y con aquello que tiene un riesgo potencial. Existen diferentes profundidades de incertidumbre: desde la que se puede convertir en certeza comprobando o haciendo una investigación simple hasta la que ni nos es posible imaginar que desconocemos (los famosos unknown unknowns de Rumsfeld)
La respuesta clásica
Clásicamente, en resumidas cuentas, la forma de gestionar un entorno o un nuevo proyecto en el que han aparecido incertidumbres se aborda desde la táctica de reducirlas con investigación, diagnóstico, análisis, lo que puede requerir mucho tiempo. Se espera a tenerlas determinadas para tomar entonces las decisiones. Como señala un experto en gestión de la incertidumbre, David Snowden, este modelo sólo es apto para entornos simples, momentos en los que el mundo o una organización se encuentran en una situación de estabilidad, y de cambios lentos o predecibles.
Nos encontramos en un momento crucial de emergencias que se irán acumulando como prueban evidencias en economía, climatología, biología, o epidemiología. Eso nos encamina a hacer uno de los esfuerzos más complejos a escala psicológica y social: cuestionar algunas de las creencias que nos hacen de tope con una posible transformación.
Un relato que ha intentado paliar el hecho de que nuestros entornos son cada vez más cambiantes, complejos, con momentos de contradicciones y de caos, y de desconcierto, es la teoría tecnodeterminista de la exponencialidad. En esta teoría el mundo se mide a base de las innovaciones que hacen disrupción en mercados y, por lo tanto, generan cambio social. Una mirada miope que oculta y descarta otros factores porque son incómodos o realidades como que formamos parte de sistemas sociales, económicos, híbridos complejos. Un modelo contradictorio con otros modelos explicativos que, en ciencias sociales y humanas, están ensayando explicaciones que respetan más la actual complejidad. No es casual que, a lo largo de más de medio siglo, tengamos decenas de nombres para definir el momento actual desde perspectivas muy diferentes: desde la Posmodernidad, la Modernidad Líquida del Bauman, el Capitalismo Tardío hasta el Antropoceno poco a poco validado por la geología…
A pesar de ello hace un par de décadas emergieron un par de modelos novedosos con los que se ha tratado de gestionar la incertidumbre. Asumen en parte que vivimos en un momento donde ésta aparece continuamente, más en entornos que exigen la experimentación, como por ejemplo los relacionados con la innovación tecnológica (startups, hubstecnológicos, etcétera).
Estos modelos, con etiquetas como Agile y Lean, favorecen la prueba de nuevos abordajes, inspirados en otros casos, o creándolos desde cero con los cuales se pueden adquirir nuevos datos, nuevo conocimiento y validar el propio experimento. Aun así, para compensar un modelo que precisa moverse con relativa constancia en un entorno que se volatiliza a sí mismo (sobre todo cuando el modelo de negocio depende de la innovación constante, la probatura de nuevos modelos de ingresos, de distribución, de generar nuevos nichos de mercado, etcétera), se cancela cualquier tipo de reflexión sobre futuros a largo plazo. Se entiende como incompatible con un presente y futuro próximo que son los únicos horizontes de posibilidad, muy economicista.
Nuevos modelos de gestión
Hasta aquí, retomando la cuestión de los modelos de comprensión del mundo de los que dependen los modelos de gestión de incertidumbre, en el fondo todos recaen en la comprensión como la única forma de poder mantener un control del entorno, conociéndolo hasta al máximo detalle. El ser humano como el agente opuesto al entorno y a la naturaleza, que se debe gobernar y disponer para su propio progreso.
Desde las emergentes corrientes conocidas como Ciencia Postnormal (de F. Ravetz y J. Functowicz en los años 90, en adelante) y la derivada de la Prospectiva o Estudios de Futuros hasta la teoría de Tiempos Postnormales (Z. Sardar), la incertidumbre no se puede considerar una cara de una misma moneda, sino como elementos diferentes.
Al nivel de Historia del pensamiento, ahora mismo está muy en entredicho la consideración del papel central del ser humano en el universo (por ejemplo, podemos ver todo el movimiento del realismo especulativo). Lo está siendo también a la luz de evidencias como que cuánto más conocimiento, no se reducen más incertidumbres ni tenemos capacidad de controlarlo todo. Ni tan sólo estamos aisladas del entorno natural; formamos parte de él, a pesar de «el hecho urbano» u otros hechos técnicos.
Eso nos está hablando de nuevos giros en la gestión de la incertidumbre (como en la mencionada teoría de los Tiempos Postnormales o el modelo Cynefin de Snowden y los modelos de resiliencia que ahora son focos de conversación, por ejemplo la economía Donut de K. Raworth). Es un ir más allá de la lucha contra la incertidumbre reduciéndola sólo a base de investigación y análisis (también muy importantes, no hablamos de un juego de suma-cero), junto a la ocultación o empleo de aquella incertidumbre más profunda porque sólo produce acontecimientos volatilizadores nuevos, por ejemplo el cambio climático, ahora crisis, y progenitor de la crisis sanitaria en la cual nos encontramos ahora.
Lo que sabemos que desconocemos siempre se puede convertir en nuevos campos para explorar y reducir incertidumbres sobre el mundo. Nos encontramos en un momento, sin embargo, en el que muchos conocimientos se desestiman por ser poco rentables o incómodos. Necesitamos reflexionar, con el foco puesto en la resiliencia, bajo qué premisas y valores vamos comprendiendo que podemos gestionar el entorno e incluso los horizontes que denominamos «futuros».