Un trabajo en equipo
La adolescencia es en sí misma una etapa difícil donde es necesario que aceptemos la inestabilidad como algo natural. Es un momento de crecimiento en el que cada generación ha tenido que crear sus propias herramientas para dar respuesta a los retos que le plantea la sociedad. La convivencia familiar, la alimentación, la sexualidad, el bullying o los trastornos mentales son temas que nos afectan a diario, pero que a menudo se tratan de forma superficial y tópica. Tras el impacto de la COVID19, con la reanudación de una cierta normalidad, los efectos que ha tenido sobre la salud mental en los jóvenes han hecho aún más evidente la necesidad de encontrar un nuevo enfoque. Los datos objetivos demuestran que las consultas en este ámbito en los centros de atención comunitaria han aumentado, conjuntamente con las urgencias y las demandas de ingreso psiquiátrico. Pero todo empieza muchos meses antes, durante el confinamiento.
La mayoría de los jóvenes recurrió a estrategias similares para hacer frente al aislamiento social: incrementando la vida digital (el uso de internet, redes sociales o videojuegos) y restringiendo comidas o forzando el ejercicio por miedo a ganar peso y perder el estado de forma
La primera constatación de la evidente repercusión de los meses de confinamiento entre los adolescentes llegó con la reanudación de las visitas presenciales, los meses de verano de 2020. Desde la reapertura, cuando un adolescente llega a la consulta, independientemente de los motivos de la visita, le pregunto cómo vivió el cierre en casa. Básicamente, después de prácticamente un año, podría dividir las respuestas en dos grandes grupos: la mayoría lo integró negativamente, pero no es despreciable el grupo que lo integraron con comodidad. Sorprende imaginarse que haya muchos adolescentes que se sintieron tranquilos y se acomodaron en el confinamiento sin problemas, de hecho, para ciertos perfiles el hecho de no enfrentarse a la cotidianidad era algo positivo. En general, sin embargo, el cambio de rutinas y el estrés por la incertidumbre puso a prueba en muchos casos el sistema de equilibrio familiar y las estrategias que se pueden seguir con un ritmo académico interrumpido, distanciamiento social obligado y sin actividad deportiva.
El impacto de la pandemia en la salud mental de los adolescentes depende de múltiples factores como la edad, la existencia previa de patologías mentales, el nivel social o el tipo de estructura familiar. Sin embargo, la mayoría de los jóvenes recurrió a estrategias similares para hacer frente al aislamiento social: incrementando la vida digital (el uso de internet, redes sociales o videojuegos) y restringiendo comidas o forzando el ejercicio por miedo a ganar peso y perder el estado de forma. Con el regreso a las aulas hemos podido observar una mayor dificultad para hacer frente al estrés escolar, un aumento de los casos de absentismo, ansiedad social y clínica depresiva. Esta es la situación que nos tocará gestionar durante los próximos meses y lo tenemos que hacer reforzando los referentes de conducta y fomentando la prevención/detección precoz.
En nuestro día a día, es fácil observar situaciones generalizadas de sobreprotección, con límites poco sólidos o pautas educativas poco congruentes entre los progenitores que acaban generando adolescentes menos seguros de sí mismos y de sus propias capacidades
Es importante ser conscientes de que los padres son los principales modelos de conducta que los hijos observan, imitan y aprenden. En casa es donde se debe fomentar la comunicación y enseñar a tolerar la frustración, aprendiendo de las dificultades y los errores. Durante los últimos meses, con el aumento del teletrabajo, los roles dentro del hogar han tenido que reajustarse, en muchos casos, convirtiéndose los padres en tutores, maestros y vigilantes, al tiempo que intentan llevar a cabo su jornada profesional. Esta combinación no es la más adecuada para enfrentarse a una etapa como la adolescencia, incluso, sin tener en cuenta la mochila del confinamiento. En nuestro día a día, es fácil observar situaciones generalizadas de sobreprotección, con límites poco sólidos o pautas educativas poco congruentes entre los progenitores que acaban generando adolescentes menos seguros de sí mismos y de sus propias capacidades.
Aparte del refuerzo de los referentes, es vital trabajar en la prevención y la detección precoz que nos permita intervenir las problemáticas de salud mental de los adolescentes desde los momentos iniciales
Por si todo esto no fuera suficiente, cada vez son más los padres que manifiestan problemas para gestionar el uso de dispositivos tecnológicos con sus hijos. Durante las últimas décadas, la sociedad se ha digitalizado y para esta generación de nativos digitales el acceso permanente a internet es algo absolutamente básico (según el Safer Internet Programme de la Comisión Europea, el 70% de los niños de 12 años dispone de teléfono móvil). Esta conexión permanente ha contribuido a satisfacer la necesidad de contacto constante entre iguales, que siempre ha estado vinculada a la adolescencia, durante los meses de aislamiento forzado. El problema está siendo, en muchos casos, la reconexión a través de otros ambientes presenciales una vez terminado el confinamiento. Es muy habitual que muchos jóvenes estén más familiarizados y actualizados en el uso de las tecnologías que los adultos que los rodean, pero la mayoría no son conscientes de los aspectos relativos a la seguridad, protección de datos personales, derecho a la intimidad y otros riesgos a los que se exponen. Los adolescentes son unos expertos completamente inexpertos y altamente vulnerables a los abusos que puede generar el uso de la tecnología. Es por este motivo que hoy es más necesario que nunca que los adultos estemos informados de los sistemas de control parental, supervisión de contenidos y que nos esforzamos para retomar el papel de referente para nuestros hijos en los aspectos de socialización.
Aparte del refuerzo de los referentes, es vital trabajar en la prevención y la detección precoz que nos permita intervenir las problemáticas de salud mental de los adolescentes desde los momentos iniciales. El espacio familiar debería poder favorecer la comunicación y velar tanto como sea posible por sus necesidades y bienestar. El entorno escolar y el sistema de salud, con los pediatras y los médicos de atención primaria, pueden detectar conductas que pueden sugerir problemas psicológicos con el fin de poder derivar a un especialista si se considera necesario. En muchas ocasiones, son los centros de secundaria los que identifican dificultades o problemas que pueden pasar inadvertidos en casa.
Sin embargo, la presión asistencial es cada vez mayor y los recursos se tensan para dar respuesta a la elevada frecuencia de demanda de asistencia. Los centros comunitarios de todos los ámbitos, no solo los dedicados a la salud, debemos trabajar juntos para optimizar y reacondicionar seleccionados para garantizar la intervención precoz, el diseño de programas psicoterapéuticos efectivos sobre las patologías más frecuentes y, sobre todo, la inclusión de los padres en todo el proceso terapéutico.
Al mismo tiempo, es muy importante fomentar las actividades creativas como la música, el dibujo, la danza, el teatro o la escritura puede favorecer la autorregulación emocional y contrarrestar determinadas conductas de riesgo. Las relaciones con los amigos, las actividades deportivas y los espacios de ocio ayudan a descomprimir el estrés y la ansiedad. Es imprescindible, pues, un trabajo conjunto, en equipo, de todos los elementos que conforman nuestra sociedad en relación a los adolescentes para poder salir de esta compleja e inédita situación actual.