¿Puede ser la pandemia una oportunidad para la salud mental?

Es Director Médico de CPB Servicios Salud Mental y Presidente del Consejo Asesor de Salud Mental y Adicciones del Departamento de Salud.

El impacto de la pandemia sobre la salud mental de la población empieza a ser un problema sanitario de primera magnitud. Se evidencia claramente un incremento de las demandas de atención en los servicios asistenciales, no solo en los colectivos especialmente vulnerables (personas afectadas por la COVID19, su entorno familiar más cercano, profesionales sanitarios, personas con antecedentes psiquiátricos previos, personas en situación de aislamiento y precariedad social), sino también en la población general. Este aumento es especialmente patente en adolescentes y jóvenes, sobre todo chicas, aunque estas últimas semanas el aumento se empieza a producir también en la población adulta.

Si bien ante una situación tan extraordinaria como la que estamos todavía viviendo, todos hemos podido tener vivencias de incertidumbre, miedo y cierto malestar emocional (el 40% de la población ha presentado estos efectos), en la gran mayoría de personas estos síntomas son de carácter leve y transitorio, y por tanto no requerirán de ningún tipo de atención. Tan solo un pequeño porcentaje de personas (entre el 5-8% y especialmente personas de riesgo) pueden presentar trastornos más persistentes que habrá que atender.

Esta cuarta ola de la pandemia ya prevista en varios estudios internacionales, y el probable incremento exponencial de casos durante los próximos meses, no solo por el impacto directo de la COVID19 sino por los efectos indirectos de la crisis socioeconómica que se deriva, nos posiciona ante una decisiva encrucijada

Los tipos de afectación más habituales van desde cuadros inespecíficos de ansiedad, hiperreactividad emocional y agotamiento (esto que la OMS ha definido como fatiga pandémica) hasta cuadros psicopatológicos caracterizados como trastornos depresivos, duelos patológicos, trastornos por estrés agudo o postraumático, trastornos por uso de sustancias, pasando por las alteraciones conductuales, especialmente relevantes en adolescentes y jóvenes, como trastornos de la alimentación, autolesiones o intentos autolíticos.

Esta cuarta ola de la pandemia ya prevista en varios estudios internacionales, y el probable incremento exponencial de casos durante los próximos meses, no solo por el impacto directo de la COVID19 sino por los efectos indirectos de la crisis socioeconómica que se deriva, nos posiciona ante una decisiva encrucijada, o bien dejar que el sistema llegue al límite con el riesgo de colapso inminente o bien, aprovechar esta situación de crisis para convertirla en una oportunidad de mejora significativa para la atención a la salud mental en nuestro país.

Para ello es necesario un incremento en la dotación presupuestaria destinada a la salud mental y poder equipararla con los estándares europeos (el gasto en salud mental está en torno a un 5% del presupuesto general sanitario, mientras que en los países de nuestro entorno este índice se sitúa en torno al 10%). Hay que ser conscientes de que arrastramos desde hace años un déficit histórico en la financiación de la salud mental, clásicamente la ‘hermana pobre’ del sistema sanitario. En este sentido, el nuevo gobierno de la Generalitat de Catalunya parece comprometido en hacer de la salud mental una de sus líneas prioritarias de actuación. En los acuerdos de gobierno presentados, existe el compromiso de aprobar un Pacto Nacional para la Salud Mental que aborde y resuelva las carencias sistémicas actuales, impulsando actuaciones integrales y comunitarias.

Hay que poner énfasis en la promoción de la salud mental positiva de la población general y especialmente en adolescentes y jóvenes

Por otra parte, necesitamos también repensar los modelos organizativos y nuestras prácticas de manera creativa e innovadora para dar una adecuada respuesta a los requerimientos existentes. En este sentido, vemos prioritario incidir en los siguientes 6 ámbitos de actuación.

En primer lugar, hay que poner énfasis en la promoción de la salud mental positiva de la población general y especialmente en adolescentes y jóvenes. Lo cual significa fomentar hábitos de vida saludables (alimentación, ejercicio físico, descanso), cultivar intereses y aficiones, potenciar las relaciones sociales, mejorar las estrategias de afrontamiento ante situaciones adversas, propiciar el contacto con las propias emociones. Necesitamos poder ser más autoreflexivos en este mundo donde todos estamos bajo la imprenta de la inmediatez, impelidos a actuar con demasiada prisa. Una de las lecciones que hemos aprendido a raíz de la pandemia, es la necesidad de poder potenciar los vínculos relacionales, valores como la solidaridad y las capacidades resilientes de las personas.

Debemos poder mejorar también la accesibilidad, la detección precoz y la resolución de los problemas de salud mental en la atención primaria de salud, mediante el fortalecimiento de los programas de colaboración. Una adecuada estratificación de las intervenciones permitirá dar respuesta tanto a la gestión ágil de situaciones puntuales de malestar emocional como el tratamiento específico de trastornos psiquiátricos caracterizados, con las técnicas de intervención efectivas basadas en la evidencia de las que disponemos.

Un tercer requerimiento que se ha puesto aún más de relieve a raíz de la pandemia, es la necesidad de disponer de alternativas a la hospitalización convencional, desarrollando la atención domiciliaria y la atención proactiva de proximidad en el territorio en todos los niveles de intervención, que posibiliten el mantenimiento en su lugar de vida habitual de las personas atendidas.

Con el fin de posibilitar una correcta atención a las personas más gravemente afectadas por un trastorno mental debemos poder desarrollar un modelo de gestión integrada del conjunto de recursos de salud mental

La atención telemática, más allá del impulso en su desarrollo por la situación de pandemia, aparece como una potente herramienta de mejora del acceso a los servicios y como un instrumento terapéutico complementario de primer orden. En este sentido, los tratamientos telemáticos, el desarrollo de herramientas terapéuticas en realidad virtual y la consultoría online, necesitarán recomendaciones técnicas y consensos de expertos para su correcta implementación.

Con el fin de posibilitar una correcta atención a las personas más gravemente afectadas por un trastorno mental, claramente enfocada en el proceso de recuperación y en el ejercicio de su plena ciudadanía, debemos poder desarrollar un modelo de gestión integrada del conjunto de recursos de salud mental, tanto sanitarios como sociales, que permita que la persona pueda vivir de manera autónoma en su entorno habitual y no en dispositivos de hospitalización de larga estancia como desgraciadamente es todavía demasiado a menudo el caso.

Finalmente, para hacer realmente efectivo el modelo comunitario de atención a la salud mental es necesario un cambio profundo en los programas de formación y capacitación de los profesionales sanitarios de la red, que deberían estar en permanente reevaluación y actualización, poniendo el acento en la vertiente comunitaria de los tratamientos, y la inclusión de nuevos perfiles profesionales dentro de los equipos de salud mental, con el empoderamiento y participación de las propias personas usuarias como agentes de salud.

La pandemia COVID19 ha impactado de manera profunda en nuestra sociedad. Las repercusiones psicológicas y psicopatológicas de esta crisis sin precedentes, conllevan una reordenación de la atención a la salud mental para hacerla más accesible, más efectiva y más cuidadosa del bienestar emocional.

¡Este es el reto que tenemos delante!

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