Ahora toca la salud mental para niños y jóvenes

Psicóloga y Coordinadora del Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil de Sants Montjuïc. Fundación Hospital Sant Pere Claver.

Después de un año de pandemia y ya con la esperanza de estar al comienzo del final del túnel, paradójicamente, se observa un importante incremento de la demanda de atención en salud mental. De manera más intensa en el caso de niños y jóvenes: los datos de este primer semestre 2021 de los equipos de la red pública en salud mental detectan un aumento importante de la demanda de las consultas de la población infantil y juvenil. Las urgencias de adolescentes han aumentado un 40% y también los Trastornos de la Conducta Alimentaria, así como las tentativas y conductas autolíticas (informe FAROS, 2021). Aumentan las crisis y las descompensaciones; agrava la sintomatología en adolescentes atendidos, pero también las nuevas consultas de jóvenes que no habían requerido atención especializada previamente. Ya se empieza a hablar de que la cuarta ola es la de la Salud Mental; deberemos pensar ¿qué ha pasado y cómo hacerle frente juntos?

Adolescentes y jóvenes vieron detenida su vida en marzo de 2020. Les pedimos que se quedaran en casa, que realizaran los estudios y socializaran en línea. Hay que tener presente que durante la adolescencia es fundamental que el individuo pueda mirarse con otros iguales en grupo y así iniciar el proceso de diferenciación y búsqueda de una identidad propia; el aislamiento no facilita este proceso de desarrollo y en algunos casos puede comprometerlo. Posteriormente, cuando les dejamos salir, fueron señalados como irresponsables que nos ponían a todos en peligro. Hablamos de jóvenes y adolescentes en general, pero hay que explicitar que el impacto de la pandemia es desigual. El 30% de niños y adolescentes españoles que viven en riesgo de pobreza ya acumulaban factores de riesgo psicosocial y, por tanto, una vulnerabilidad a sufrir un trastorno mental. A menudo esta población es la que tiene más dificultades para vincularse a la red de salud mental y convendrá pensar estrategias para acercar los factores protectores y resilientes a su comunidad.

 

La cuarta ola: la de Salud Mental

En el año 2014 se implementó el programa de Código Riesgo Suicidio desde el Departamento de Salud. Este año hemos observado un incremento de activaciones de este código en población infanto-juvenil que se ha acelerado de manera preocupante, al igual que han aumentado las derivaciones con carácter urgente y preferente respecto años anteriores. Según este programa, se han registrado un 27% más de atenciones a menores en 2020, con un total de 601 tentativas autolíticas (473 en 2019). Durante el primer trimestre de 2021, ya se han producido tantas activaciones como en el conjunto del 2020. Hay que tener en cuenta que el suicidio es la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes de 16 a 35 años.

Las autolesiones y las tentativas autolíticas pueden ser una respuesta a la ansiedad y desesperanza reactiva del contexto social vivido en jóvenes que no han sido atendidos previamente en la red especializada

Observamos un claro aumento de las consultas de adolescentes que nos muestran su sufrimiento y malestar con conductas de riesgo. Estos son los que movilizan a los familiares y a los profesionales a ser derivados a la red de Salud Mental. Sin embargo, hay que estar también atentos a aquellos adolescentes que padecen sintomatología de una manera más silenciosa, sin ser expresada hacia fuera, que se presentan como síntomas de ansiedad, sentimientos de tristeza, somatizaciones, temores, excesiva preocupación, alteraciones en los patrones del sueño y aislamiento social; a menudo, estos chicos y chicas serán más difíciles de vincular a los servicios especializados de Salud Mental.

Estudios publicados en los últimos 10 años detallan que el 11,4% de jóvenes catalanes se han autolesionado alguna vez en su vida. Hay que tener en cuenta que, en la situación actual, no siempre que hay una conducta autolesiva se observa psicopatología en el joven. Las autolesiones y las tentativas autolíticas pueden ser una respuesta a la ansiedad y desesperanza reactiva del contexto social vivido en jóvenes que no han sido atendidos previamente en la red especializada. Gravedad y psicopatología no siempre coinciden.

Los casos que se han detectado este último año llegan a la red con mayor gravedad, dada la falta de detección precoz y, en ocasiones, la primera intervención pasa por una hospitalización. Esto conlleva una alta presión a las unidades de hospitalización, que está generando listas de espera para ingreso anteriormente impensables. Evidenciando un vacío asistencial, dada la falta de Programas de Atención Intensiva Ambulatoria y psicoterapéutica en los CSMIJ y CSMA, que siguen existiendo a pesar del esfuerzo realizado en los últimos años desde el Gobierno de Cataluña para impulsar la atención a la salud mental.

 

Aumentan los factores de vulnerabilidad y se reducen los factores de protección

Durante el segundo y tercer trimestre de 2020 los Centros de salud mental infantil y juvenil de la red pública observaron un frenazo en el número de derivaciones. Este descenso de las consultas de salud mental tenía que ver con el paro por el impacto de la pandemia de muchos de los agentes de la comunidad que realizan tareas de prevención, promoción de la salud y detección de problemáticas de salud mental.

Nos encontramos con unos adolescentes abocados a una deriva depresiva con la que se hace muy costoso retomar contactos y salir del aislamiento

Entendemos, pues, que la salud mental no debe limitarse a los despachos ni solo a un muy necesario incremento de recursos: es un complejo entramado que construimos entre todos los servicios orientados a los niños y jóvenes. Cuando este entramado falla, niños y jóvenes quedan solos con su sufrimiento.

La pandemia ha abocado al aislamiento a muchos adolescentes. Las familias empiezan a sufrir el impacto de la crisis económica y social. Aún está vivo el temor al contagio. Como sociedad tenemos que hacer frente a un conjunto de pérdidas enorme. Nos encontramos con unos adolescentes abocados a una deriva depresiva con la que se hace muy costoso retomar contactos y salir del aislamiento.

En definitiva, aumentan los factores estresores que nos hacen más vulnerables, al tiempo que se reducen los factores protectores que encontramos en la sociedad, como pueden ser los vínculos en las escuelas, institutos, recursos de ocio, mundo laboral, etc., y las posibilidades de detección de las diferentes redes: social, educativa, sanitaria.

 

Hay que diferenciar entre acompañar y tratar.

Acompañar significa «ir (con alguien) para escucharle, custodiarle, apoyarle, guiarlo» (DRAE). En una sociedad en la que se tolera poco el sufrimiento, la tarea de acompañar cada vez se hace más difícil. Quien acompaña en el sufrimiento, sufre. No tolerar este padecimiento conlleva el riesgo de psicopatologitzar y psiquiatrizar procesos emocionales saludables por los que transitamos todos nosotros, generando una gran confusión en discernir de qué debe ocuparse la salud mental pública y de qué no. Es necesario que nos recordemos a nosotros mismos que lo que no es normal o saludable es la situación vivida y no el sufrimiento que los adolescentes nos trasladan.

Por lo tanto, es necesario que la sociedad se emplee en convertirse en agentes que acompañan en el sufrimiento, para ser agentes protectores y promotores de la salud. Esta tarea no se debería hacer ni exclusivamente, ni preferentemente en las consultas, hospitales, ni en salas de urgencias, sino en los hábitats naturales del adolescente: el instituto, espacios de ocio, etc. La detección precoz y la prevención es clave y hay que invertir en recursos en los distintos Departamentos y formación con el fin de fortalecerla.

 

La importancia de la prevención y los programas especializados

El Síndic de Greuges de Cataluña (mayo de 2021) se hace eco del aumento de las demandas en salud mental de la población infantil y juvenil y de las carencias de la red, y también concreta algunas propuestas que van en la dirección de priorizar programas de prevención y promoción, fomentando intervenciones dirigidas a la crianza, la parentalidad y la intervención familiar precoz.

España es uno de los países de la Unión Europea que tiene la tasa más baja de profesionales de salud mental por habitante. Según la OMS, España tiene una tasa de 15’4 profesionales por cada cien mil habitantes, mientras que la media de la UE se sitúa en 50. La OMS reporta que entre un 10% y un 20% de los adolescentes sufren un trastorno mental. No solo faltan recursos para la promoción y detección, sino también para el tratamiento especializado.

En los últimos años se han llevado a cabo iniciativas comunitarias para reforzar la prevención y detección precoz de niños y jóvenes. Algunos de estos programas son una realidad: el Konsulta’m: que actualmente con 11 puntos de atención en la ciudad de Barcelona facilita la consulta espontánea e inmediata para adolescentes; el proyecto Lighthouse (El Far), que hemos impulsado en el barrio de la Marina, con el objetivo de mejorar habilidades parentales, fomentando las capacidades de mentalización en padres y madres; programas de las administraciones orientados a mejorar la accesibilidad en los institutos (Salud y Escuela) y en las Áreas Básicas de Salud (Programa de Colaboración en salud mental con la Atención Primaria y Comunitaria) son también algunos ejemplos. Para aquellos casos con más dificultades de vinculación en la red asistencial y con absentismo escolar, tenemos el reto de potenciar la intervención domiciliaria con estrategias como la que se está haciendo con el proyecto ECID (Equipo Clínico de Intervención a Domicilio). Este es un camino que habría que seguir desarrollando.

La detección tendrá sentido si va acompañada de una voluntad para reforzar los programas específicos de tratamiento a los CSMIJ y CSMA con el fin de ofrecer una atención de calidad a la población que lo requiere; aquella que tiene un diagnóstico psicopatológico establecido y también otros que presentan problemáticas graves de sufrimiento emocional relacionado con las consecuencias de la pandemia a diferentes niveles. Así pues, la salud mental debe entenderse como un continuo.

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