Una calle de árboles y aceras

Doctora en Urbanismo. Profesora en la Escuela de Arquitectura de Barcelona de la UPC. Ha publicado artículos como Comercio, ciudad, paisajes a ras de suelo o El tiempo perdido en los pasajes.

Entre 1859 y 1862, mientras ponía en marcha la construcción del proyecto de l’Eixample, Miquel Garriga y Roca dibujó un plano muy preciso de una Barcelona con las murallas derribadas pero limitada aún en Ciutat Vella y la Barceloneta. En el dibujo, La Rambla destaca por dos motivos: es una de las tres únicas calles con árboles (con el Passeig de Gràcia y el Passeig de Sant Joan, dos explanadas de recreo que habían crecido extramuros) y uno de los cuatro (con Ferran i Princesa, el Portal de Santa Madrona y un tramo del Portal de l’Àngel, entre Santa Anna y Canuda) con aceras. El objetivo del plano era dejar constancia oficial de las alineaciones urbanas (las líneas que separan el suelo público del privado y las de división entre parcelas), pero la escala del dibujo es tan detallada que permite contar contrafuertes en las iglesias y columnas a los claustros, medir los patios de ventilación en el interior de las casas y descubrir cómo se transformaba el espacio público de la ciudad antigua a base de dos medidas excepcionales: la plantación de árboles y la construcción de aceras. Hoy, árboles y aceras son tan cotidianos en el espacio público y estamos tan acostumbrados a toparnos con ellos que la dificultad es darnos cuenta de que están ahí y que siguen siendo extraordinarios.

Los árboles que el plano dibuja en La Rambla se sustituyeron al poco por los doscientos sesenta y cinco plátanos que hoy se alinean en dos filas, en la última de las replantaciones masivas que desde el siglo XVI se habían sucedido. Y mientras los árboles crecían arriba, las repavimentaciones del paseo no habían considerado nunca, hasta la propuesta de 2017 del equipo de Km-Cero, cederles un espacio más generoso que los dejara crecer por debajo. Normalmente, cuanto más voluminoso es un árbol, más largas son sus raíces y más espacio en el subsuelo necesita, pero la mayoría de los plátanos de La Rambla aún aterrizan en el pavimento con un alcorque de poco más de un metro cuadrado, muy parecido en superficie a los de la mayoría de árboles de la ciudad.

Las aceras del plano de Garriga i Roca señalan las primeras calles donde se pudo caminar la ciudad a una altura nueva, a cubierto del tráfico y a distancia del barro. Esta comodidad hizo que a principios del siglo XX La Rambla concentrara grandes almacenes con escaparates que deslumbraban y atraían a los paseantes hacia las fachadas, hacia las aceras laterales. Los almacenes ya no están y los espacios comerciales que ahora hay en planta baja se expanden en la acera central, hacen invisible lo que ocurre cerca de la fachada y atrincheran los peatones entre los 11 quioscos de prensa y las 9 antiguas pajarerías, las 16 paradas de flores, las 18 cabinas de teléfono y las 8 de lotería, los 3 buzones de correo, las 23 cajas de instalaciones y los 82 módulos de terraza que salpican el paseo central. Son muchos objetos y muchos de ellos son grandes: los quioscos de periódicos hacen 9 por 4 metros y los veladores de los restaurantes, hasta 15 por 3. Las medidas son importantes, porque entre troncos de plátanos hay un ritmo sincopado que nunca es menor que 5,5 metros y los quioscos y terrazas, demasiado anchos y demasiado largos, les dan la espalda y les pasan por delante; sólo las paradas de las flores se adaptan en tamaño a los interejes entre árboles y retroceden para intercalarse en ellos. En la distancia entre los plátanos se basaba el Plan Especial de Ordenación de la Rambla de Barcelona de 2016 cuando propuso ordenar quioscos y terrazas: cuando esté implementado, los troncos serán más visibles y ritmarán el espacio central del paseo, como en el siglo XIX hicieron las columnas en las plazas de mercado y en las calles porticadas.

Desde la acera de en medio quedan lejos los cerca de doscientos locales comerciales en las plantas bajas de los edificios que flanquean La Rambla. De entre ellos, según el último censo de actividades del Ayuntamiento de Barcelona, ​​72 son para bares, restaurantes y establecimientos de comida rápida y para llevar, 34 para bazares y venta de souvenirs, 16 para entidades bancarias y aseguradoras, 17 venden vestido y calzado y 10 estaban, en el momento del recuento publicado en marzo de 2020, vacíos o en proceso de reforma. El resto de locales repiten usos en proporciones pequeñas: hay dos estancos, dos administraciones de lotería, cuatro farmacias o cuatro supermercados. La Rambla también tiene una treintena de parcelas con hoteles y pensiones que suben las actividades más arriba de la acera y sobre todo tiene museos, teatros, edificios administrativos y universitarios y una biblioteca. En la distribución de las actividades urbanas, las cantidades no son tan significativas como lo son los equilibrios y la mezcla entre ellas: cuanto más diverso es lo que ocurre en las plantas bajas, más variados son los intereses que despiertan, más diferentes son las personas que las utilizan y mayor es el abanico de interacciones que se llegan a establecer entre ellas. Y en estas relaciones inesperadas es donde las ciudades densas sacan sus mayores réditos. Sumando edificios enteros, locales en las plantas bajas y satélites sobre el paseo central, más de la mitad de los usos que hoy hay en La Rambla son para transeúntes. De las actividades que quedan, la mayoría son de uso puntual y, aquí es donde se descompensa la balanza de la buena mixtura, sólo una cuarta parte se pueden considerar de uso diario cotidiano.

En 1859, Cerdà escribió en la Teoría de la Construcción de las Ciudades: «Hablando con propiedad, más bien que un paseo, es la Rambla una ancha y cómoda calle cual debía ser todas las de la ciudad para ofrecía al público la comodidad y salubridad apetecibles». Hoy, se ha dado la vuelta a la tortilla y las calles (de l’Eixample) se han contagiado de rambla y La Rambla merece ser un poco más calle. Necesita volver a hacer excepcionales los árboles y las aceras y ganar una dosis de la cotidianidad concentrada en otras ramblas de la metrópoli: a la de Marina cuando cruza Bellvitge en L’Hospitalet (donde en dos de cada tres espacios entre plátanos hay un banco para que los vecinos puedan sentarse), a la de Fondo y Sant Sebastià en Santa Coloma (donde también hay asientos que se aprovechan de la sombra de los árboles) o en la de Modolell en Viladecans (donde los árboles aterrizan en el pavimento en alcorques continuos, que dejan que las raíces se extiendan, y permeables, que dejan que el agua de lluvia filtre, al igual que ocurre en la del Celler en Sant Cugat o en la de Brasil en Barcelona). En las de Fabra y Puig y Onze de Setembre casi todas las terrazas se encajan en los espacios entre los árboles y todavía queda espacio para pasar por cada lado; y los edificios de alrededor, al lado de restaurantes, panaderías y supermercados, se pueden encontrar una pollería, dos carnicerías, una ferretería o una peluquería. En las fachadas de Rambla del Poblenou está el casal del barrio, una escuela y una guardería, tiendas de fotografía, una modista, dos ópticas o una tienda de electrodomésticos. Todavía en la del Poblenou, hay una solución muy delicada en las aceras laterales: quedan al mismo nivel que los carriles de tráfico (uno por lado) de manera que las dos franjas de los bordes tienen casi tanta anchura como el paseo central y se convierten en un espacio negociado entre el paso de vehículos y el de peatones.

No se trata de ser literal con las comparaciones ni de forzar un exceso de domesticidad sobre La Rambla, pero sí de pensar qué actividades cotidianas pueden encontrar lugar en sus plantas bajas. El confinamiento durante la primavera de 2020 ha atizado los discursos en favor de la proximidad urbana, sobre como en las metrópolis densas y compactas los barrios han de poder servir para vivir, trabajar y cumplir la mayoría de las necesidades diarias. La ciudad de los quince minutos, que tiene por centro la Rambla, comprende del Raval al Born y sirve a las más de 100.000 personas que, según los censos oficiales, los habitan. Pero la distancia que se puede caminar en un cuarto de hora desde La Rambla rebasa los límites de la Ciutat Vella y también se extiende a la mitad del Poble Sec (en el triángulo más a levante, entre la Plaça dels Ocellets y el cruce entre el Passeig de l’Exposició y Nou de la Rambla) y pega fragmentos tan heterogéneos de l’Eixample como Comte Borrell hasta la Gran Via, en la izquierda, el Passeig de Gracia hasta Provença, en la derecha, o Ausiàs Marc hasta Nàpols, hacia el Fort Pienc, sumando hasta 45.000 hogares. Quince minutos son también los que se tardan en recorrer a pie La Rambla; mientras llegan las 5.000 personas que han de vecindarla (la palabra es del equipo de Km-Cero en su propuesta para llenar las casas con residentes), ya se puede contar con los más de 180.000 habitantes de este hiper-barrio de los bordes para que la vayan a encontrar caminando.

¿Te ha gustado este articulo? Compartir