El imperativo geográfico
Primero estaba la geografía. Y en el marco de la geografía, comenzó a actuar la historia. Quizá por eso, cuando Pierre Vilar se propone escribir Catalunya en la España moderna, dedica el primer volumen al medio natural, al espacio físico, y la segunda parte al medio histórico: la suma de geografía e historia, por este orden, es imprescindible para explicar el presente y para diseñar el futuro.
La suma de geografía e historia, por este orden, es imprescindible para explicar el presente y para diseñar el futuro
Sobre un mapa físico, la península Ibérica parece de entrada un espacio definido y diferenciable: como si la geografía invitara a la unidad. Pero enseguida nos damos cuenta de que esta realidad física más o menos unitaria tiene matices internos. Mezclando la geografía y la historia, Fernando Pessoa –como otros iberistas– imaginaba una península con tres componentes: la fachada mediterránea, la atlántica y la meseta central. La historia parece que haya seguido estas indicaciones: la Corona de Aragón era todo una confederación de territorios que miraban hacia el Mediterráneo. La Corona de Castilla, un espacio central, una meseta enorme que, como sus ríos, miraba más bien hacia el Atlántico y hacia el sur. La Corona portuguesa, una franja marítima, un país abocado al océano, hacia donde proyecta toda su expansión. Tres realidades geográficas dentro de una misma península, a las que corresponderían tres encarnaciones institucionales, tres culturas políticas y, de una manera menos precisa y retocada por la evolución histórica, tres realidades culturales y lingüísticas.
El papel de las vías naturales
Si nos centramos en lo que fue la Corona de Aragón, este tipo de confederación hidrográfica de territorios inclinados al Mediterráneo con todas las posibilidades comerciales y urbanas que conlleva, encontramos otra vocación compartida, que nace también del medio natural: son territorios atravesados por las vías naturales que enlazan con el otro lado de los Pirineos y enfocan hacia Europa. Son territorios de corredor, que miran al norte. En el momento de su configuración política medieval, ensayan la vertebración con el sur de Francia actual, con el arco mediterráneo, antes de buscar la expansión marítima y de tejer alianzas peninsulares, más o menos forzadas. Los territorios de la Corona de Aragón están trabados por una geografía que los empuja hacia el Mediterráneo, como sus ríos, y hacia el norte, hacia Europa, como los corredores perpendiculares que los atraviesan.
Los territorios de la Corona de Aragón se relacionarán mejor entre sí cuando haya una lógica austracista y no borbónica
Esta matriz geográfica y la memoria de una institucionalización política remota han sido operativas y tienen una considerable persistencia. El hecho de que la realidad ibérica tenga tres componentes tan diferenciados, y que también la fachada mediterránea incluya territorios tan diferentes entre sí, hace que hayan arraigado, aunque de manera desigual, las concepciones políticas que tienden más a articular las diferencias que no a suprimirlas. Como estudió Ernest Lluch, cuando la guerra de sucesión enfrenta una concepción política uniformizadora y centralista y otra confederativa, toda la antigua Corona de Aragón se decanta mayoritariamente por el proyecto austracista en alianza con Portugal, mientras que Castilla se inclina de forma mayoritaria por el borbónico. Y explica Lluch como el ostracismo pervive con fuerza también en Aragón durante todo el siglo XVIII.
Los territorios de la Corona de Aragón comparten pues, además de la vecindad, la pertenencia a un espacio geográfica común, una fachada marítima mediterránea, donde llevan los ríos que hacen de ejes de comunicación. Y también unos pasillos que enlazan la Península con el resto de Europa: los Pirineos han sido un lugar de paso, más que una frontera inexpugnable. Ciertamente, a estas tendencias de la geografía y una parte de la historia se han sumado tendencias diferentes y contrarias: la atracción y la fuerza de un proyecto nacional español uniformizador, el peso creciente de Madrid, una redistribución de la población que ha vaciado unos territorios y ha llenado otros… Los modelos de desarrollo económico y el peso de la industrialización han provocado divergencias nuevas, también de estructura social, y a veces competencias agrias. La efervescencia del catalanismo cultural, centrado en la lengua, ha hecho que los vínculos –y los disensos– entre Catalunya, Valencia y las Baleares sean diferentes de los que los tres tienen con Aragón.
Incomprensible indiferencia
Estas dinámicas de relación diversas y contradictorias pueden generar una resultante que tienda a cero: a la ignorancia mutua o la hostilidad, que se encarna a veces en conflictos pintorescos de campanario. Últimamente, las dinámicas políticas han alimentado más bien la hostilidad, la indiferencia o la confrontación. En Catalunya, ha existido a menudo una actitud incomprensible de indiferencia respecto a los vínculos de intereses con Aragón y de indiferencia también, disfrazada a veces de irredentismo, respecto a la complejidad de las situaciones valenciana y balear. Y primero en Valencia, después en las Baleares y en Aragón, algunos discursos anticatalanistas han cotizado al alza en el mercado de la demagogia. Todo esto ha viciado y debilitado los vínculos. Pero el imperativo geográfico, las realidades que arrastra, y sobre todo las comunidades de intereses y de ejes físicos que determina, puede ser más fuerte a la larga que las escaramuzas actuales o que una larga inercia de indiferencias.
El imperativo geográfico: vías de comunicación compartidas, mercados complementarios, espacios culturales en contacto, mirada común hacia el Mediterráneo y hacia Europa… El corredor mediterráneo, el Ebro y el eje pirenaico. Y una herencia histórica: cuando unos territorios vecinos comparten cosas relevantes, la mejor manera de relacionarse no es creando un centro único que lo uniformiza todo y una periferia subalterna, sino coordinando realidades autónomas, que tienen centros y dinámicas diferentes, y solo una parte de los intereses y los objetivos comunes. Como la antigua Corona de Aragón. En la dicotomía de la que hablaba Lluch, los territorios de la Corona de Aragón se relacionarán siempre mejor entre ellos cuando haya una lógica digamos austracista –federativa, confederativa, de respeto mutuo– que cuando haya una lógica digamos borbónica, de centralización y uniformización. Y menos aún cuando esta lógica centralizadora les condena a todos a la categoría de periferia.