La geopolítica de la ciencia y las ciudades
En las últimas décadas ha emergido un nuevo orden global en torno a las ciudades y sus economías, en detrimento de los Estados nación y sus fronteras. Las grandes ciudades globales se han convertido en potencias políticas y grandes polos de generación de riqueza y conocimiento de modo tal, que han redibujado la escena internacional y se han convertido en actores geopolíticos influyentes. En 2025 las 600 mayores economías urbanas del mundo producirán el 65% del crecimiento económico global. En 2050, cerca del 70% de la población mundial será urbana. Las ciudades ya son los escenarios pioneros en el uso de tecnologías emergentes, laboratorios de los grandes cambios sociales de alcance global y actores diplomáticos independientes.
Los últimos siglos, las naciones han desplegado redes diplomáticas para tender puentes con otros estados, tener voz en organismos multilaterales, negociar tratados internacionales, informar a sus gobiernos, influir en sociedades extranjeras o evitar conflictos armados. Hoy, el escenario geopolítico lleva a las grandes ciudades a aplicar estrategias análogas. Como sucedió en el Renacimiento, con ciudades autónomas como Amberes, Brujas o Venecia -que redefinieron el marco jurídico internacional, las redes comerciales y las bases del crédito internacional- las ciudades globales pueden transformar su conocimiento, resiliencia y productividad en progreso global. En este siglo, el futuro del multilateralismo pasa indudablemente por las grandes metrópolis.
Salvaguardia de los valores
El mundo es cada vez más volátil y las democracias de los Estados westfalianos sucumben a pulsiones de corte iliberal y populista. En tal entorno, las ciudades se erigen en la salvaguardia de los valores que nos permitirán afrontar los grandes retos mundiales. En la medida que los gobiernos nacionales se desentienden de sus responsabilidades globales, las ciudades ganan más poder e influencia en la escena geopolítica.
En el contexto de renacimiento urbano global, Barcelona se ha posicionado para liderar este nuevo movimiento
Cuando el año pasado Trump retiró a los EEUU del Acuerdo de París sobre el cambio climático, más de cincuenta grandes ciudades de su país se comprometieron a mantener el apoyo al Acuerdo y contribuir a reducir la emisión de gases de efecto invernadero. De manera parecida, el Reino Unido votó salir de la UE –principal bloque comercial del mundo y líder global en excelencia científica–, mientras que los ciudadanos de Londres votaban por quedarse.
Los últimos meses también hemos presenciado cómo algunos países europeos –Austria, Italia y Hungría– o los Estados Unidos no han apoyado el Pacto Mundial sobre Migración de las Naciones Unidas. Sin embargo, decenas de miles de ciudadanos se han manifestado el último año en grandes ciudades globales en apoyo de la migración y la acogida de refugiados.
La redefinición de los desafíos mundiales como el cambio climático, la salud global, el impacto de la inteligencia artificial en la democracia y los derechos humanos, la seguridad del ciberespacio o la regulación de la edición genética han hecho de la ciencia y la tecnología instrumentos estratégicos en el ámbito de los asuntos exteriores. Los valores científicos como la racionalidad, la transparencia y la universalidad contribuyen a mejorar la gobernanza global, así como a generar confianza entre naciones y sociedades. El poder blando de la ciencia estimula la participación y el libre intercambio de ideas, contribuyendo así al progreso, la innovación y la paz.
Diplomacia científica
Por eso la diplomacia científica importa. Entendida como el uso de la ciencia y la tecnología para potenciar objetivos diplomáticos, por una parte, y el uso de la acción diplomática para potenciar el progreso científico y tecnológico, por la otra, la diplomacia científica emerge de manera imparable por todo el mundo. Las ciudades son hoy el epicentro de los principales desarrollos científicos y tecnológicos y se han convertido en un actor primordial en la implementación de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Es la hora de la diplomacia científica liderada por las grandes ciudades.
En este contexto global de renacimiento urbano, Barcelona se ha posicionado como la ciudad llamada a liderar este nuevo movimiento. La capital catalana es la cuarta ciudad del mundo sin capitalidad estatal en cuanto a número de misiones consulares y alberga la sede de la Unión por el Mediterráneo y las oficinas regionales de varias organizaciones internacionales como el ONU-Habitat, la OMS o la Universidad de las Naciones Unidas, entre otros. Además, es una de las principales ciudades abanderadas del municipalismo global, por cuanto acoge las secretarías generales de las redes Ciudades Unidas y Gobiernos Locales (UCLG), Metropolis y MedCities.
Con instituciones de investigación de primer nivel, un ecosistema puntero de empresas emergentes tecnológicas, un sector biotecnológico y digital en plena ebullición y uno de los sistemas universitarios más internacionalizados de Europa, Barcelona es hoy uno de los principales hubs de innovación del mundo. Estas fortalezas han permitido que la ciudad se haya convertido en la primera capital global que despliega su diplomacia científica: un laboratorio para solucionar retos que responden a una lógica global, pero se manifiestan localmente, para poner el conocimiento científico y la innovación al servicio de las políticas –locales y exteriores– basadas en la evidencia.
Con una visión innovadora e inclusiva, y partiendo de la colaboración público-privada entre administraciones, centros de investigación, empresas emergentes, ONG, el cuerpo diplomático, el sector privado, la sociedad civil y nuestra diáspora científica en el exterior, Barcelona ha concebido SciTech DiploHub, esto es, una plataforma que impulsa una diplomacia preparada para contribuir a alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, con el mandato global de posicionar la ciudad como un actor geopolítico influyente por medio de la ciencia y la tecnología. Es un proyecto pionero que persigue explorar los beneficios de la confluencia de la innovación y la acción exterior, del talento local y el talento global, del potencial científico de Barcelona y un mundo en el que los retos y las responsabilidades ya no tienen fronteras.