Seguiremos aplaudiendo después de poder salir de casa

Doctor en Educación y Sociedad, educador social y psicopedagogo. Profesor de la Facultat d’Educació Social i Treball Social Pere Tarrés (Universitat Ramon Llull), miembro de la Junta de gobierno del CEESC y consultor en la UOC. Acaba de publicar Habitar recursos residenciales. Trabajar donde el otro está viviendo.

El día que toda esta pesadilla acabe tendremos que seguir aplaudiendo cada noche. La posibilidad de control total de otras pandemias seguramente nunca lo podremos tener, pero sí que podemos reducir sustancialmente el impacto que está generando en nuestro entorno más próximo. La inversión en recursos públicos para garantizar un país con una igualdad de oportunidades real es lo que nos tiene que motivar para seguir aplaudiendo cada día.

A lo largo de estas semanas, lo que inicialmente parecía una crisis únicamente sanitaria ha ido destapando muchas de las vergüenzas que tenemos, como país, escondidas bajo la alfombra. Algunas personas habrán descubierto que existen multitud de familias viviendo en habitaciones con acceso limitado al baño o a la cocina. Otros han mostrado preocupación cuando se han enterado de que hay niños y niñas sin acceso a la tecnología e incluso menos a internet. Posteriormente, se ha descubierto que la mayoría de estos niños han tenido que estar esperando que les llegara una tarjeta monedero para poder alimentarse. Por otra parte, la situación también ha hecho aflorar, entre otras, las consecuencias de contar con un sistema que permite tener miles de personas trabajando de manera irregular limpiando pisos o cuidando personas mayores a domicilio.

En un país donde la economía en colores de la oferta y la demanda es la que ocupa más espacios públicos de opinión, es fácil que acabemos con un modelo donde no hay una verdadera protección igualitaria para todas las personas. Por ello, en estos momentos cuando todavía aplaudimos por las noches, tenemos que empezar la construcción de marcos políticos y sociales que respondan verdaderamente al impacto que se nos viene encima y que, no nos engañamos, acabará perjudicando, como siempre, a los que ya estaban desprotegidos.

Hacen falta consensos políticos y sociales para hacer una verdadera apuesta de reforma fiscal que tenga en cuenta a todas las personas. La pobreza que generará esta crisis tiene una relación directa con las políticas sociales que no se han llevado a cabo hasta ahora. Aspectos como la regulación del precio de la vivienda serán clave como prevención para el futuro de las pandemias internas que tenemos enquistadas.

Sin embargo, tendríamos que dejar de acostumbrarnos a que sean los servicios sociales y las organizaciones del tercer sector las deban gestionar los elementos más básicos de subsistencia de las personas. Todos estos agentes estarían de acuerdo en dejar de hacerlo para poder focalizarse en el acompañamiento de las personas en otras dimensiones. Pero para ello necesitamos políticas valientes que garanticen estas necesidades básicas y que vayan más allá de una renta mínima vital, que se plantea para paliar esta situación concreta. Se tienen que dar pasos mucho más firmes y perdurables que garanticen dichos mínimos. Porque, durante estos días, no tener ingresos estables, por ejemplo, está suponiendo un deterioro de la salud mental de las personas, como describe recientemente un estudio publicado en la Universitat de Barcelona. En este sentido, la renta básica supone una verdadera alternativa a la caridad de urgencia permanente en la que nos encontramos. El economista Daniel Raventós y la politóloga Julie Wark son algunos de los expertos que explican los impactos positivos que supone, para toda la sociedad, una alternativa como esta.

Nuevos marcos

Hacen falta consensos políticos y sociales para hacer una verdadera apuesta de reforma fiscal que tenga en cuenta a todas las personas. La pobreza que generará esta crisis tiene una relación directa con las políticas sociales que hasta ahora no se han llevado a cabo. Aspectos como la regulación del precio de la vivienda serán clave como prevención para el futuro de las pandemias internas que tenemos enquistadas en el país, ya sea por acción o por omisión. Esta regulación se debe implementar con la suficiente profundidad como para que, ahora que nos hemos enterado de la existencia de familias malviviendo en habitaciones, no normalicemos sino que exijamos a los gobiernos que ejerzan su responsabilidad y actúen de manera concreta. Y es que gran parte de la pobreza que está estallando estos días no es más que el resultado de la explotación sistemática que vienen ejerciendo los fondos buitres y multipropietarios para estrujar a nuestros vecinos y vecinas, sin que hasta ahora se hayan tomado medidas políticas para evitarlo.

Otra de las preocupaciones que estos días se ha puesto sobre la mesa ha sido el sistema educativo. Después de esta crisis, la escuela tiene que saber transformarse en verdaderos proyectos comunitarios incorporando nuevos perfiles profesionales que se pueden convertir en piezas claves en la prevención de la exclusión y de las desigualdades en nuestros barrios. Las educadoras y los educadores sociales hace tiempo que están preparados para ejercer este papel, que ya desarrollan en algunas experiencias, y que tendrían que encaminar a la Administración para que incluya estas figuras profesionales como uno de los derechos de los niños.

Una medida de este tipo consolidaría las colaboraciones actuales entre escuelas y la atención básica de los servicios sociales, así como las conexiones absolutamente necesarias con la red de salud pública. Salud, Servicios Sociales y Escuela tienen que ser un triángulo de trabajo en red en la que, si no se tuvieran que trabajar por la supervivencia de las personas, se podrían convertir en agentes de prevención y de aligeramiento del impacto de situaciones como la que nos ha sobrevenido.

Por otra parte, cuando pasen los efectos más graves de la pandemia, se tendrán que atender las consecuencias físicas y psicológicas de la crisis de la Covid-19, así como recuperar las intervenciones y visitas acumuladas durante estas semanas. Este incremento de las necesidades puede agravar las situaciones de desigualdad sanitaria que antes de la pandemia ya implicaba esperar semanas para tener una visita de atención básica. Pero además tampoco olvidemos que ya veníamos de una situación en la que nuestro código postal es más determinante en nuestra salud que el código genético, como explica al Doctor Carles Ariza (jefe del Servei d’Avaluació i Mètodes d’Intervenció de l’Agència de Salut Pública de Barcelona).

Tanto a nivel global como a nivel local, los intereses individuales tienen que pasar a un segundo término. No puede seguir pasando lo que Joan-Ramon Laporte -catedrático en farmacología- explicaba hace pocos días: en la base de datos Clinical Trials donde se registran todos los ensayos clínicos del mundo sobre la COVID-19 sólo había un ensayo, de los nueve españoles, que quisieran compartir los datos con más investigadores. Si al inicio de este artículo afirmaba que era imposible controlar una pandemia, así es en buena medida porque todavía nos falta mucho para construir un mundo donde la investigación no tenga intereses privados que incluso implica un enriquecimiento desmesurado con el negocio sanitario.

Finalmente, la organización vecinal está teniendo un papel relevante en la gestión de esta crisis. Eso demuestra la importancia de tejer redes comunitarias de manera sistemática e incorporarlas como actores políticos a nuestras ciudades. Las discusiones que tienen lugar en el marco de muchos plenos municipales pueden estar bien alejadas de la cotidianidad de las vecinas y vecinos si la única cosa que encontramos són elementos de “política” de partidos. En muchas poblaciones y en las periferias de Barcelona pasan muchas cosas que deben abrir el telediario porque su silencio mediático puede llevar a la mediocridad política en la gestión municipal. La transparencia de los gobiernos locales a las respuestas que den a la salida de esta crisis nos permitirá valorar si han estado a la altura, o no.

Aprovechar el momento

Quedarán muchos frentes abiertos mientras podamos ir saliendo de nuestras casas. El bien común debe ganar centralidad en todas las capas sociopolíticas y en todas las decisiones que se adopten. Tenemos que aprovechar este momento en el que los datos evidencian que nos hemos dado cuenta de la importancia de los servicios públicos e, incluso, estaríamos dispuestos a pagar más impuestos para garantizarlos.

Muchos espacios políticos y sociales lo llevan denunciando desde hace mucho tiempo. Pero estas semanas hemos visto claramente cómo se han tambaleado los pilares sociales más básicos porque en realidad ya estaban al límite. Quizá es que no vivíamos en un Estado del Bienestar tan desarrollado como nos habíamos creído y, es por eso, que tendremos que seguir aplaudiendo cada noche.

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