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La crisis política, agravada de forma bastante dramática con la crisis económica del 2008, ha cambiado el escenario político de muchos países. Desde entonces, los partidos y voces populistas que niegan los principios del pluralismo han aparecido con fuerza en muchas instituciones, los debates han tomado tonos confortativos e, incluso, identitarios, y la sensación que polarización hacía imposible el consenso se ha hecho patente en el discurso de muchos espacios.
Sin embargo, estas percepciones aparecen, casi siempre, del análisis del comportamiento de las élites políticas, no de las actitudes de la sociedad. Un hecho curioso si tenemos en cuenta que, como demuestran los datos de la encuesta realizada recientemente por el Instituto Catalán Internacional para la Paz (ICIP), los catalanes perciben que partidos y medios de comunicación están mucho más polarizados que la sociedad. Hasta un 26,3% de los encuestados sitúa en el punto más alto de la escala de polarización a los partidos políticos, y un 16,6% lo hace con los medios de comunicación. Por el contrario, sólo un 6% sitúa en este punto más alto la polarización de la sociedad.
Es importante, por tanto, entender cuál es el grado de polarización de la sociedad catalana más allá de sus dirigentes políticos. Para ello, además, hay que distinguir tres tipos de dinámicas que se han asociado a la polarización pero que son diferentes: el hecho de que los ciudadanos tengan preferencias muy variadas sobre cuál debe ser la solución en los diferentes debates, polarización ideológica; el hecho de que la sociedad tenga visiones muy diferentes de los diversos grupos políticos, polarización electoral; y el hecho de que la sociedad tenga visiones maniqueas y poco respetuosas de quien piensa diferente; polarización afectiva.
Para medir la polarización ideológica, la encuesta preguntaba la posición de los catalanes entre cinco pares de extremos políticos: subir impuestos o mejorar servicios, que los inmigrantes se adapten por completo a la cultura del lugar de destino o que mantengan la de origen , que se protejan los derechos y libertades individuales o que se proteja el orden y los valores tradicionales, la independencia de Cataluña o la eliminación del autogobierno y la valoración de la gestión de la COVID por parte de las instituciones como impecable o desastrosa. Las respuestas a las preguntas muestran que, tanto en el debate económico como en el de la manera en que hay que gestionar la COVID, alrededor de un 20% de ciudadanos se sitúan en el extremo de mejorar servicios y que la gestión del coronavirus ha sido desastrosa. Pero esto no se traduce en ninguna división ideológica, porque la mayoría de la población se sitúa cerca de estos dos extremos. Hay por tanto una mayoría social clara y amplia en los dos conflictos, simplemente es una mayoría que no se sitúa entre los dos extremos, sino que tiene una clara preferencia por un polo. Las respuestas a la encuesta también muestran que tanto en el debate sobre si la inmigración debe adoptar la cultura del lugar de acogida o mantener su propia como en el debate del binomio entre derechos y seguridad, los catalanes suelen tener posiciones más bien centradas. A modo de ejemplo, menos de un 15% de los catalanes se sitúa en alguno de los dos extremos.
La polarización ideológica se traduce en una mayor sensación de que hay partidos muy cercanos y partidos muy lejanos
Por el contrario, el debate sobre el autogobierno y la independencia de Cataluña es el punto en el que las preferencias de los catalanes son, a la vez, más extremas y menos conectadas entre sí. Hasta un 44,4% de los encuestados se sitúan en las dos posiciones más extremas de la escala (31% en la independencia y el 12,8% en ningún autogobierno) y un 22,5% se sitúa en las dos posiciones del medio (5 y 6). Sólo un 33,3% de los catalanes toma posiciones que conecten los diferentes polos, una situación que genera que sea difícil generar mayorías amplias.
El análisis de la encuesta muestra que la defensa de posiciones más extremas en los cinco debates suele coincidir también con la percepción de mayores diferencias entre los partidos políticos. La polarización ideológica, pues, se traduce en una mayor sensación de que hay partidos muy cercanos y partidos muy lejanos. Sin embargo, los datos no muestran ningún tipo de correlación entre aquellos que defienden posiciones más extremas y/o perciben una mayor distancia entre partidos y el hecho de sentir peores emociones hacia quien piensa diferente o el hecho tener visiones más maniqueas. En resumen, no hay relación entre ser extremado ideológicamente y despreciar a quien piensa diferente.
Las percepciones negativas sobre quien no piensa igual tienen más que ver con el hecho de que un 25% de catalanes responden de forma afirmativa (acuerdo por encima del 7 en una escala de 1 a 10) a las preguntas sobre si sienten o no una amenaza hacia su forma de vida y cultural. La sensación de amenaza, ligada a menudo a la sensación de agresión por parte de las instituciones, es, por lo tanto, el elemento que más correlaciona con el hecho de sentir más emociones de desprecio, frustración o rabia hacia quien piensa diferente; también en creer que quien no comparte la forma de pensar que tiene un mismo es mala persona o está mal informada.
Esta situación, de sensación de agresión y amenaza sobre grupos de la sociedad, es una de las principales preocupaciones que pesan sobre el escenario catalán. También preocupan los grandes niveles de desafección hacia los partidos y el escepticismo hacia las instituciones. El espacio para el reproche, el miedo y la frustración podrían poner en peligro un debate donde, además, suelen tener cierta sobrerepresentación las voces maniqueas.
Como nota de optimismo, la encuesta demuestra que el diálogo social debería ser relativamente fácil por dos motivos. En primer lugar, la gran mayoría de gente dice no haberse sentido agredida por compañeros de trabajo, amigos o familiares. Y, en segundo lugar, el conflicto territorial no se superpone con las posiciones en los otros cinco conflictos. Por lo tanto, si se generan los espacios adecuados, los ciudadanos pueden discutir y encontrar puntos de acuerdo en otros debates. Unos espacios de diálogo que, además, cuentan con el apoyo de más del 78,76% de los ciudadanos, que siguen defendiendo y pidiendo a las instituciones salidas dialogadas.