¿Y si optamos por la inmigración?

Profesor agregado del Departamento de Artes y Humanidades y director del Grado en Historia, Geografía y Arte de la UOC. Su investigación se ha centrado en la historia intelectual, cultural y política española y catalana.
Sortida de l’escola Collaso i Gil, al barri del Raval de Barcelona (MANE ESPINOSA / LVE)

Para evitar la oscuridad global y crear una prosperidad duradera, para construir la igualdad y la reconciliación de las divisiones indígenas y regionales, y para asegurar la sostenibilidad económica y ecológica, Canadá tiene que triplicar su población.” Con esta contundencia se expresa el periodista estrella Doug Saunders en su reciente y exitoso libro Maximum Canada, donde, en abierta contradicción con los dominantes vientos aislacionistas, defiende la captación de grandes masas de inmigrantes como una oportunidad para lograr el tamaño necesario y así garantizar la viabilidad del país.

La apuesta por la inmigración y la diversidad no es nueva en el panorama político canadiense. Como me comentaba hace 12 años un alto funcionario, la nueva inmigración representa cada año un incremento del 1% del PIB. Allá donde la mayoría solo vería amenazas y peligros, Canadá identifica una oportunidad para captar manos y cerebros para un país todavía en expansión económica y geográfica.

Beneficios

Saunders lo comparte y triplica la apuesta fijando un horizonte de 100 millones de canadienses. Más ciudadanía equivale a mayor base fiscal y salvaguarda del

Estado del bienestar, más población incremento del mercado nacional y el peso internacional, más masa crítica permite mayor creatividad y oportunidades, más diversidad se traduce en riqueza y complejidad, más densidad facilita el transporte público, la eficiencia energética y la preservación del medio ambiente, más habitantes fortalece la democracia y el debate público… Los posibles beneficios se acumulan, pero no son automáticos y requieren una actitud proactiva para captar inmigrantes y para facilitar la integración.

Allá donde la mayoría solo vería amenazas y peligros, Canadá identifica una oportunidad para captar manos y cerebros

Aunque favorecer la inmigración pide políticas concretas y dinero, mucho dinero, Saunders está convencido de que en el futuro este será también un recurso escaso. Escaso y rentable. Cada partida dirigida a estos nuevos ciudadanos ayuda tanto a prevenir choques con los naturales como a acelerar la aportación de los inmigrantes al bien común.

Más que de gasto, hablamos de inversión. Y, aun así, ¿quién querría tantas complicaciones e incertidumbres, pudiendo fiarlo todo a un crecimiento vegetativo? Solo aquellos pueblos seguros de sí mismos, predispuestos a abrirse al mundo y con voluntad de tomar las riendas de su propio destino.

Mientras tanto o mañana

La inmigración ha desempeñado una función clave en la demografía catalana. Sin las sucesivas oleadas, hoy Catalunya estaría lejos de los 7,5 millones de habitantes, su peso político, económico y cultural sería menor y difícilmente Barcelona habría logrado el actual reconocimiento internacional. A pesar de estas innegables aportaciones, la digestión de los recién llegados nunca ha sido sencilla para la sociedad catalana y el catalanismo.

Sin necesidad de recordar el apocalíptico “pueblo decadente” de Josep A. Vandellós (1935), puede reseguirse una incomodidad histórica ante la amenaza de dilución de lo supuestamente genuino. Miedos e incertidumbres que, paradójicamente, conviven con una conflictividad y una explotación electoral bajas en relación con los países de nuestro entorno, y con iniciativas loables como la campaña Volem acollir. Incluso, los diversos hitos institucionales del catalanismo político pueden interpretarse –también— como intentos de cohesión.

Cada gran ciclo migratorio –las grandes exposiciones, el desarrollismo y la globalización— ha ido seguido de una iniciativa política –la Mancomunitat y los estatuts de 1932, 1979 y 2006— que al vincular la autonomía política con la mejora social ha interpelado al conjunto de la ciudadanía al plantear un mejor futuro para las siguientes generaciones.

Hay obstáculos objetivos para que en Catalunya se elabore hoy una apuesta similar a la de Saunders

Aun así, hay obstáculos objetivos para que en Catalunya se elabore hoy una apuesta similar a la de Saunders: las evidentes diferencias de disponibilidad geográfica respecto de Canadá, la mala salud de hierro de la cultura y la lengua catalanas, la carencia de competencias en inmigración y la creciente restricción del horizonte político-institucional europeo y mundial. Y, al mismo tiempo, los datos demográficos confirman que sin la aportación externa, el peso, la viabilidad y la influencia catalanas decaerían inexorablemente.

Además, buena parte de los beneficios listados al inicio serían también aplicables aquí: fiscalidad, sostenibilidad, mercado, creatividad, oportunidad, eficiencia, riqueza, complejidad, perfeccionamiento democrático… Las grandes respuestas corresponde formularlas a las autoridades europeas, pero esto no descarga de responsabilidad (o de oportunidades) a gobiernos regionales y locales. Más allá de la negociación política, de la creatividad del gobierno de turno o de las iniciativas sociales, hay un bagaje acumulado de buenas prácticas a rescatar (previa actualización).

Las grandes respuestas corresponde formularlas a las autoridades europeas, pero esto no descarga de responsabilidad a gobiernos locales

Políticas públicas del mientras tanto, pero eficaces, como la inversión en educación o como la ley de Barrios que promovía actuaciones mancomunadas por parte de las diferentes administraciones, con la participación vecinal. ¿Seria posible plantear un “Maximum Catalonia”? Seguramente, dado que lo contrario pone en riesgo, por puras razones demográficas, su viabilidad futura. No me arriesgo a fijar una cifra, pero sí aventuraría que es en la captación e integración de las futuras oleadas migratorias donde nos jugamos un futuro del que estos recién llegados son garantes y copartícipes.

Identidades dispares

Cuando Saunders apuesta por triplicar la población es consciente de que esto equivale a construir un Canadá diferente. Diferente porque requiere una evolución en la definición del ser canadiensa o canadiense, porque exige que la futura nueva cultura nacional se concrete en un lenguaje y una ciudadanía suficientemente compartidos y comunes, capaces de unir identidades tan dispares. Trasladado aquí, esto nos obliga a repensar cómo nos (auto)definimos como país. Nos aboca a hacer hincapié en la construcción de una ciudadanía más atenta a horizontes comunes, donde la diversidad permita tanto la realización personal como la construcción de espacios de identidad compartidos.

Dentro de la tradición del catalanismo político encontramos experiencias exitosas donde gente de diferentes orígenes y bagajes se identifica en un proyecto político de país que apuesta por un progreso colectivo de nuestros hijos e hijas. Escuela, barrio, ciudadanía como tríada, como horizonte de trabajo del autogobierno, como garantía de una Catalunya que, sin dejar de serlo, será una nueva Catalunya.

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